CAPITULO 1
En el subsuelo del bufete, una gran sala con paredes
de hormigón armado, de un metro de espesor pintadas en negro, servía para
monitorizar, hasta el paroxismo absoluto, cualquier movimiento en AB&R. Todo
el perímetro y habitación, incluso los cuartos de baño, estaban vigilados por un
sinfín de artilugios de la tecnología más novedosa en el mundo de la vigilancia,
que incluía cámaras, sensores térmicos, biométricos, y de movimiento, unas
veces en lugares visibles, y otras ocultas a miradas indiscretas. En el
edificio no existía la intimidad, transgrediéndose sistemáticamente cualquier
atisbo de legalidad. En definitiva, en aquel lugar no se movía absolutamente
nada que no lo viera “el gran ojo” de Robert Kallum.
Un novedoso sistema de seguimiento identificaba,
según los rasgos antropométricos, con nombre y apellidos, a todo el personal
que pasaba por delante de cualquier cámara o puerta de seguridad, almacenando
el recorrido exacto con fechas y horarios. Esta monitorización iba a la ficha
personal de cada empleado, con lo que en cualquier momento se sabía, donde
había estado, por cuanto tiempo, y si realizó consulta y de que tipo con su
clave personal, en cualquier ordenador del recinto.
Decenas de pantallas enseñaban cada palmo de
edificio, mientras que diez empleados altamente cualificados se lanzaban
advertencias continuas sobre los diferentes movimientos. Esta información
pasaba, mediante intercomunicadores, a los vigilantes de campo, que informaban con
visión directa, de lo que se había visto a través de los monitores.
Varios Informáticos delante de consolas,
rastreaban cada email, pagina visitada, pantalla de ordenador o tecla pulsada por
cada empleado, mientras que actualizaban en tiempo real el tráfico entrante y
saliente a través de la red exterior.
Nada se dejaba a la improvisación dentro del
recinto de AB&R, ni fuera. En un lateral de la zona rectangular donde se hallaban
los monitores de rastreo, se encontraba el despacho más inaccesible de todo el
edificio. “El ojo de Dios” era una sala, aislada del exterior, a la que, un muy
reducido grupo de personas de absoluta confianza del jefe Callum tenían acceso.
Allí se llevaban a cabo las labores de espionaje exterior y las operaciones más
sucias de la división de seguridad.
-¿Cómo se nos puede haber escapado ese
cretino? ¡Joder!- Gritaba poseído por los demonios Robert Callum, mientras
aporreaba teclas en busca de la respuesta.-¡De aquí no se va nadie hasta que no
encontremos al pájaro y lo llevemos a la caldera para sude un buen rato!¡Hijo
de puta!
La “caldera”
estaba ubicada en el subsuelo de una nave abandonada, propiedad de la compañía,
a poco más de un kilómetro de la central, que escondía bajo toneladas de
expedientes de casos prescritos, una sala totalmente aislada y preparada para
realizar los experimentos más sádicos que el hombre había imaginado. Un ingenioso
sistema de poleas levantaba dos pesados armarios llenos de expedientes, y
ponían al descubierto una pesada puerta que solo era posible franquear a partir
de varias llaves maestras, y claves alfanuméricas que eran introducidas en
teclados desde la sala del “Ojo de Dios”.
Se había utilizado una sola vez, pero el
resultado fue la desaparición total de un desmembrado cuerpo, devorado vivo por hambrientos dobermans adiestrados en el
odio y en causar el mayor dolor posible, y los restos consumidos en un enorme
horno crematorio, tras una horrible agonía de varios días donde uñas, dedos,
ojos, dientes, orejas y órganos sexuales abandonaron el cuerpo mucho antes de
su muerte.
Un fornido empleado, de nariz aguileña y
modales toscos, buscaba metódicamente el paradero del sujeto desaparecido en
cientos de minutos de grabaciones sin obtener resultados. El pájaro se les había esfumado delante de sus ojos y no había
manera de encontrarlo. En las imágenes recopiladas en su casa el día anterior,
a primera hora de la mañana, se veía como salía de su casa con dirección
desconocida. La pequeña cámara exterior, colocada en una farola frente a la
puerta principal, solo mostraba a un trajeado hombre saliendo de su casa con su
habitual maletín, y en actitud despreocupada. Por el registro de llamadas sabían
que no había pedido taxi esa mañana. El rastreador instalado en el Mercedes,
mostraba parpadeante el mismo punto en las últimas 14 horas.
Su cuenta corriente mostraba que se habían ingresado
hasta un total de 50.000 dólares, en la última semana, que levantaron las sospechas del equipo pero que
no habían podido descubrir la procedencia. Esta cantidad de dinero había hecho
saltar las alarmas en la división, lo que activó una investigación, que culminó
con la colocación de cámaras ocultas y micrófonos en la residencia del
desaparecido.
Pincharon las cámaras de tráfico en 200
kilómetros a la redonda y ninguna había mostrado rastro alguno del sujeto.
Literalmente, se lo había tragado la tierra. Un equipo de campo se había trasladado
a la vivienda esa noche, desmontándola tabla por tabla, sin encontrar nada que
pudiera darles pistas de su paradero.
Si todo aquello había sido planeado debía ser
obra de un hombre muy listo, o con mucha suerte.
Este si que tiene inicio, desarrollo y supongo que tendrá desenlace. Lo nuestro, no trata de ser una historia, casi sempre será una escena de una historia, que dejamos en la imaginación de los demás. Muy bien Manolo, un poco duro para mi gusto, pero no todo va a ser de color de rosa.
ResponderEliminarEngancha!
ResponderEliminarPara cuando un libro en las librerías?
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarTienes muchos en las librerias donde escoger, Ciber.
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