jueves, 29 de mayo de 2014

La caída. Primer capítulo.



CAPITULO 1

En el subsuelo del bufete, una gran sala con paredes de hormigón armado, de un metro de espesor pintadas en negro, servía para monitorizar, hasta el paroxismo absoluto, cualquier movimiento en AB&R. Todo el perímetro y habitación, incluso los cuartos de baño, estaban vigilados por un sinfín de artilugios de la tecnología más novedosa en el mundo de la vigilancia, que incluía cámaras, sensores térmicos, biométricos, y de movimiento, unas veces en lugares visibles, y otras ocultas a miradas indiscretas. En el edificio no existía la intimidad, transgrediéndose sistemáticamente cualquier atisbo de legalidad. En definitiva, en aquel lugar no se movía absolutamente nada que no lo viera “el gran ojo” de Robert Kallum.
Un novedoso sistema de seguimiento identificaba, según los rasgos antropométricos, con nombre y apellidos, a todo el personal que pasaba por delante de cualquier cámara o puerta de seguridad, almacenando el recorrido exacto con fechas y horarios. Esta monitorización iba a la ficha personal de cada empleado, con lo que en cualquier momento se sabía, donde había estado, por cuanto tiempo, y si realizó consulta y de que tipo con su clave personal, en cualquier ordenador del recinto.
Decenas de pantallas enseñaban cada palmo de edificio, mientras que diez empleados altamente cualificados se lanzaban advertencias continuas sobre los diferentes movimientos. Esta información pasaba, mediante intercomunicadores, a los vigilantes de campo, que informaban con visión directa, de lo que se había visto a través de los monitores.  
Varios Informáticos delante de consolas, rastreaban cada email, pagina visitada, pantalla de ordenador o tecla pulsada por cada empleado, mientras que actualizaban en tiempo real el tráfico entrante y saliente a través de la red exterior.
Nada se dejaba a la improvisación dentro del recinto de AB&R, ni fuera. En un lateral de la zona rectangular donde se hallaban los monitores de rastreo, se encontraba el despacho más inaccesible de todo el edificio. “El ojo de Dios” era una sala, aislada del exterior, a la que, un muy reducido grupo de personas de absoluta confianza del jefe Callum tenían acceso. Allí se llevaban a cabo las labores de espionaje exterior y las operaciones más sucias de la división de seguridad.

-¿Cómo se nos puede haber escapado ese cretino? ¡Joder!- Gritaba poseído por los demonios Robert Callum, mientras aporreaba teclas en busca de la respuesta.-¡De aquí no se va nadie hasta que no encontremos al pájaro y lo llevemos a la caldera para sude un buen rato!¡Hijo de puta!

La “caldera” estaba ubicada en el subsuelo de una nave abandonada, propiedad de la compañía, a poco más de un kilómetro de la central, que escondía bajo toneladas de expedientes de casos prescritos, una sala totalmente aislada y preparada para realizar los experimentos más sádicos que el hombre había imaginado. Un ingenioso sistema de poleas levantaba dos pesados armarios llenos de expedientes, y ponían al descubierto una pesada puerta que solo era posible franquear a partir de varias llaves maestras, y claves alfanuméricas que eran introducidas en teclados desde la sala del “Ojo de Dios”.
Se había utilizado una sola vez, pero el resultado fue la desaparición total de un desmembrado cuerpo, devorado vivo  por hambrientos dobermans adiestrados en el odio y en causar el mayor dolor posible, y los restos consumidos en un enorme horno crematorio, tras una horrible agonía de varios días donde uñas, dedos, ojos, dientes, orejas y órganos sexuales abandonaron el cuerpo mucho antes de su muerte.
Un fornido empleado, de nariz aguileña y modales toscos, buscaba metódicamente el paradero del sujeto desaparecido en cientos de minutos de grabaciones sin obtener resultados. El pájaro se les  había esfumado delante de sus ojos y no había manera de encontrarlo. En las imágenes recopiladas en su casa el día anterior, a primera hora de la mañana, se veía como salía de su casa con dirección desconocida. La pequeña cámara exterior, colocada en una farola frente a la puerta principal, solo mostraba a un trajeado hombre saliendo de su casa con su habitual maletín, y en actitud despreocupada. Por el registro de llamadas sabían que no había pedido taxi esa mañana. El rastreador instalado en el Mercedes, mostraba parpadeante el mismo punto en las últimas 14 horas.
Su cuenta corriente mostraba que se habían ingresado hasta un total de 50.000 dólares, en la última semana, que  levantaron las sospechas del equipo pero que no habían podido descubrir la procedencia. Esta cantidad de dinero había hecho saltar las alarmas en la división, lo que activó una investigación, que culminó con la colocación de cámaras ocultas y micrófonos en la residencia del desaparecido.

Pincharon las cámaras de tráfico en 200 kilómetros a la redonda y ninguna había mostrado rastro alguno del sujeto. Literalmente, se lo había tragado la tierra. Un equipo de campo se había trasladado a la vivienda esa noche, desmontándola tabla por tabla, sin encontrar nada que pudiera darles pistas de su paradero.
Si todo aquello había sido planeado debía ser obra de un hombre muy listo, o con mucha suerte.

4 comentarios:

  1. Este si que tiene inicio, desarrollo y supongo que tendrá desenlace. Lo nuestro, no trata de ser una historia, casi sempre será una escena de una historia, que dejamos en la imaginación de los demás. Muy bien Manolo, un poco duro para mi gusto, pero no todo va a ser de color de rosa.

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  2. Engancha!
    Para cuando un libro en las librerías?

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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