viernes, 9 de mayo de 2014

Desdichadas desventuras de una mujer de mediana edad en busca de una noche loca. (primera parte)



Ante todo quiero presentarme. Soy Sonia Mardones…Absteneros de hacer rimas asonantes, por favor. Tengo 38 años y ayer cumplí 10 años casada con Carlos Ridruejo… Ya sé que también tiene rima…Por favor, un poco de seriedad. Por cuestiones que  no vienen al caso no hemos tenido descendencia, ni ganas que tenemos. Tres sobrinos que parecen endemoniados bichos tienen la culpa de que me haya guardado las ganas de ser madre en una caja de seguridad dentro de un camarote de un barco que escondí en la fosa de las Marianas. ¡Eaaa, ya lo solté!  


La mañana siguiente a los hechos estaba de pie en la cocina, sin mucho afán por hacer nada, mientras mojaba las ganas de un poco de jaleo de la noche anterior, en el primer café de la mañana a ver si se ahogaban de una puñetera vez.  Me había levantado un tanto cansada, la noche había sido larga pero no por las razones que estáis pensando. Me había costado horrores dormirme entre preguntas sin respuestas del porqué había salido todo tan rematadamente mal. La efervescencia de interrogantes que retumbaban en mi cabeza no me dejó conciliar el sueño. Además, las putas ovejas que me sirven para conciliar el sueño habían cogido el día libre, dejándome huérfana del necesario placebo.


Y mira que había planeado la noche con todo lujo de detalles para seducir a mi chico el día de nuestro décimo aniversario. Dejadme que os cuente que os vais a quedar muertas.


Me levanté bien temprano y limpié toda la casa minuciosamente. Solo me faltó hacerlo con un cepillo de dientes para que fuera más a fondo. Renové el aire, y ambienté la casa con ese cacharro nuevo que anuncia la tele, que la convierte en un jardín lleno de flores y nubes de colores. Mentira…No lo compréis que es una estafa. Ni flores, ni nubes, ni na de ná. Me vestí con lo primero que encontré y salí a comenzar la “Operación hoy toca”


Mi primera parada fue la peluquería. Alisarme, darme unos pequeños retoques en el tinte, y ponerme al día con las revistas del corazón era el objetivo. “¿Cómo iba a seducir a nadie con estos pelos? Imposible.” Dos horas y media después, sentada en una butaca de skay, incomoda como ella sola comenzaba a desesperarme. Todo me pasa por no haber pedido hora el día anterior.


“¿Cómo me puede sudar el culo?”, “¿Pero si no sudo ni después de dos horas de gym?” “¿Si en pleno agosto, y bajo una tremenda ola de calor tengo que ponerme una rebequita en cuanto paso por una sombra?” ”Después lo miraré en San google que fijo tengo algo malo”.


Aquel sofá era una verdadera tortura china. Me comprenderéis si os digo que os podéis imaginar la asquerosa sensación cuando se te pega la falda a los muslos y no eres capaz de despegártela ni con una espátula. “¡Qué asquito, hijo!” Sin olvidar que me había puesto una de esas “maxi-braguitas cómodas tipo: ni te acerques que estoy armada” que utilizamos 29 días al mes. Sí…si… esas que nos valdrían para abrigarnos los brazos en momentos de necesidad y que son lo más anti-morbo que podemos llevar. Esas y el puto skay, me estaban haciendo sudar la gota gorda. “¿Pero si me están sudando hasta las tetas, por favor, ni que el sujetador fuera de lana, o del puñetero skay que me está cocinando el culo a fuego lento? Con disimulo me separaba el escote de la blusa y me soplaba dentro para rebajar un poco la temperatura. “¡Si llego a saberlo me vengo cargada con un ventilador  a la peluquería! ¡O mejor atraco a la vieja que está sentada en la esquina, que se está quedando dormida, y me agencio el abanico!”


“¡Dios mío!  ¿Qué ha tenido un niño la Pilar Rubio…? ¿De quién…? ¿Pero si la última vez que la vi no tenía ni novio? Tengo que venir más a menudo a la peluquería. Es que no me entero de nada. Y anda que la foto que le han sacado con ese bolso tan feo no tiene delito ni ná. Tanto dinero que tienen y después te sacan con la bolsa de propaganda del IKEA… ¡Vaya tela!”


La señora que tenía delante no paraba de charlar de su nieto. Qué si es el más inteligente de su clase…, qué si lo pone al lado de los demás niños y les saca cuatro dedos… Qué si salta, corre y hasta vuela… ¿No será el niño Super-Coco? Sacó la puñetera foto más de diez veces y la iba pasando a todas las parroquianas, como la que reparte estampitas del sagrado corazón de Jesús. ¡Y mira que la criaturita es fea, por Dios! En verdad no era feo, es que si lo tiras contra una pared y sube se parece a una cucaracha.


“¡Joder, si viendo la foto del niño me parece hasta guapo el Paquirrín de esta revista…! ¡Mira…si se ha metido ahora a cantante!  ¡Claro, como su puñetera madre!”


Mirándome en el espejo que tenía delante pensé que un depilado no me vendría mal. Tenía dos leopardos acostados en cada ceja, una hilera de hormigas en el labio superior que más quisiera Aznar. Y las patillas… ¡Pero si me parezco a la Pantoja, madre mía del amor hermoso y todos los santos del universo sin depilar y la virgen del traje de buzo!”¿Y tú quieres mojar esta noche, nena? Ya estoy tardando en llamar a la Montse para que me haga un hueco ahora mismo.


No sé si la alegría  me sobrevino  porque ya me tocaba o por levantarme del puñetero sofá que odiaba más que a mi suegra y que me había guisado muslos y culo al vapor.


¿Qué si odio a mi suegra? Pues claro, ¿vosotros no…? ¿Ahhh, no? :S Pero es que no conocéis a mi suegra. Es de las típicas que llega a tu casa y mientras te está dando dos besos como Judas, está pasando el dedo por el mueble de la entrada a ver si hay polvo, está mirando el espejo por si está limpio, olisquea por si se te está quemando lo que tienes en la olla express, y sabe si en esa casa se utiliza la lejía o el amoniaco para limpiar el cuarto de baño, mientras te suelta un “nena estás más gorda, ¿tú no estarás preñá?” y se queda tan pancha.


¿Gorda yo? ¡Si estoy estupenda de la muerte! ¡Pero si eres tú la que se lava el chichi de oídas, porque verlo, lo que se dice verlo, no lo ves desde que hiciste la primera comunión…! Mira, tú hiciste a tu hijo, pero yo le he cambiado el software y lo he hecho un hombre, ¡con que cómete esa, gorda asquerosa! ¡Trae fiambrera de las croquetas y vete a tu puñetera casa por la sombrita, hija!



-Córtame un poquito las puntas que las tengo muy abiertas, alísamelo y ponme el mismo tinte de la última vez, Paco.- ordené a mi peluquero de confianza y que llevaba años cuidando la salud de mi cabello.

-Sergio, señora.- Me contestó medio indignado.

-¿Cómo?- respondí entre sorprendida y jodida.

-Que me llamo, S-E-R-G-I-O.  Paco se jubiló hace dos años y medio.- me informó el tijeritas de turno

Ya decía yo que el sofá de skay ese no me sonaba.

Después de explicarle detenidamente lo que quería y discutir con él sobre el color que más me pegaba, comenzó la faena.


Y ahora cómo os explico esto.


Al final, el tal Sergio, peluquero diplomado  había hecho lo que le había dado la gana, como todos los peluqueros del mundo. Le dije que no quería flequillo y ahora tengo más que Jesús Hermida; le dejé claro que lo quería liso y parezco una puta oveja; y le dije que me saneara las puntas no que me dejara medio calva. En definitiva, entre la foto del antes y el después lo que hay de diferencia son solo 60 euros menos en el bolsillo. No sé si os pasará a vosotras, pero cuando salí de la pelu no quería ni mover el cuello, no fuera a destrozar en un minuto lo que con tanto esfuerzo había construido el puto peluquero en casi cuatro horas.


Con la indignación quemándome por dentro me fui, casi corriendo, a la cita con la depilación.

Doce de la mañana y el salón de belleza estaba extrañamente tranquilo. El aire acondicionado estaba encendido y se estaba allí de maravilla. Entre el calor que pasé en la pelu y la caminata posterior  aquel fresquito me sabía a gloria.


-¡Me cago en to lo que se menea, gilipollas! – maldije con todas mis ganas.

-¿Qué te pasa, nena? ¿Te has olvidado de apagar el gas?- Inquirió Montse.


Avergonzada logré contestarle un “nada, nada” para cambiar de tema. Pero a vosotros os lo puedo contar, ya que estoy abriendo toda mi intimidad… que más dará otra. Si cuando yo digo que hay más tontos que botellines es por algo…


Con las prisas de no perder la cita, no me di acordé que a la peluquería había ido en coche y que, para colmo de los colmos, lo había aparcado en zona azul. ¡Toma del frasco, Carrasco! ¡Naciste gilipollas y te morirás gilipollas! Encima, después tendré que volver a darme la caminata e ir a pagar la multa. A ver como se lo explicamos a mi marido…Si os pregunta a vosotros decidle que no me arrancaba el puto coche de mierda que me compró. Y que ya está tardando en cambiármelo…Así saco tajada…


El caso es que, lo perdido al río, ya no podía volver a buscarlo sin perder mi sesión de chapa y pintura así que, me relajé y ordené la comanda.


-Montse, tengo una cita muy importante esta noche con un cliente de mi marido y necesito un completo, completo, completisimo- le mentí a la depiladora.-Cejas, bigotes, patillas, axilas, piernas completas, ingles y lo que no se ve.


-Hubieras terminado antes diciendo que menos el pecho… todo, guapa.-Se cachondeó la jodida fea de los cojones.- Además, ¿qué vas a una cena o a una orgía? Aquí hay faena para rato, Sonia. Toma esta bata y quítatelo todo que comenzamos.


-Deja de cachondearte de mí ya, Montse. Que no tengo el chichi pa farolillos. Por culpa tuya tendré que pagar una multa del copón bendito- Contraataqué como mejor pude.


Me metí en el cambiador y me desnudé. ¿Para qué pondrán este pedazo de espejo en el que te vez de cuerpo entero? ¿Quién tiene un espejo de ese tamaño en casa? ¿Qué lo hacen para joder y que te veas hasta el más mínimo desperfecto? Me aparté y me hice una revisión de todas las partes a retocar. ¡Madre mía…, aquí a pelos para dos almohadones y un colchón mullidito! ¡Si parezco el puto eslabón perdido!



Decidida a que la noche fuera perfecta me mentalicé que aquello iba a doler. Después pasaría por la farmacia, y compraría un barril de cremita y con una pala y mucho cuidado me pondría abundante anti-irritante.


Tumbada en la camilla esperando a que comenzaran con la sesión de tortura, me relajé tanto que estaba comenzando a quedar dormida cuando sentí un líquido pegajoso y tibio sobre el labio superior.

¡Me cago en todas tus castas, hija de la gran…! ¡Cojones, avisa! ¡Creía que me habías arrancado el labio! ¡La madre que te parió!- si me hubiera valido le hubiera largado un revés que le hubiera puesto la boca en la espalda. Finalmente me contuve como pude sin poder separar la mano del labio.

¡Esto va a doler más de lo que recordaba! ¿Cuándo fue la última vez que vine para el completo? Pufff, ni me acuerdo. ¡Ahhh, sí! El día antes de mi boda. ¿Diez años hace ya? ¡Madre mía, como pasa el tiempo! 


La sesión de gritos continuó, y maldiciones llegaron a la tercera generación de la sádica del palito de madera. ¡Con lo bien que me apaño yo con la cuchillita de afeitar de mi marido! Ups, ya se me ha escapado. Por favor, no le digáis nada. El piensa que tiene la barba muy dura y que por eso le duran tan poco las cuchillas. Podre iluso. Vosotros chitón. A la que se chive le digo a su marido que anoche soñaste con que el butanero te hacía el anuncio de Coca-Cola para ti sola. Ya sabéis cual es, no os hagáis las estrechas ahora.


Las pinzas arrancando pelo a pelo media ceja era algo más llevadero, y conseguí volver a relajarme y hasta casi disfrutarlo. Todavía me notaba palpitar el trozo de labio que sufrió el primer arreón, hasta dudaba si no se había llevado un trozo de pellejo con el tirón, la muy…


Después de un rato se apartó de mí y volvió con un pequeño espejo para que observara los resultados. Había merecido la pena tanto dolor. Me había quitado diez años de encima. Con renovados ánimos y pensando en el homenaje que me pensaba tomar aquella misma noche lancé un “sigue…” lleno de alegría.


-Levanta los brazos, cariño.-Me pidióla esteticista con un tono que no tardé en descubrir su significado.- Voy a llamar a Dora la exploradora para no perderme. Y de camino que venga el mono Botas y se divierta un rato de liana en liana. 


Seguro que la jodida niñata de la cera ya sabía el grito que lanzaría con el primer tirón. Lo que no pudo esquivar fue el directo al costado que le lancé debido al acto reflejo de cerrar el brazo. Ojo por ojo.  Y poco te he hecho…


Allí estaba yo, como mi madre me trajo al mundo, y dejándome martirizar por una sádica que estaba disfrutando con todo aquello. Las piernas es una parte que no quiero ni recordar. Eso fue una carnicería inhumana que extrajo el pelo de raíz y hasta el bulbo que lo contiene. Un dolor atroz y sin sentido. Si alguien de las presentes conoce a la primera mujer que se depiló, avisadme que de la demanda que le meto no levanta cabeza el resto de su vida. 


Y quedaba lo peor. Digamos que,  la parte que nunca ve el sol, estaba un poquito más salvaje y descuidada que el resto, pero solo un poquito, muy poquito. Bueno sí, lo admito. Estaba sin tocar desde el año 2005. Dos cuartas de pelo son muchas cuartas… ¿No creéis? Decidida que fuera inolvidable la velada me lancé a la vorágine del “Quítalo todo”. No os podéis imaginar cuantas veces me he arrepentido de esas dos minúsculas e inocentes palabras desde ayer. Si me hubieran arrancado un pecho o cortado un brazo no me hubiera dolido tanto. Os juro ante este Dios, que esa maldita mujer ha de pagarlo en esta vida o en la siguiente todo el dolor que ha infligido a mujeres como tú y como yo. ¿Cómo puede ser que alguien de buena fe se puede dedicar a proporcionar dolor a otra persona que lo único que quiere es lucir guapa?


Como pude me incorporé de la camilla, y andando como si llevara un caballo entre las piernas me fui al vestidor a observar la escabechina. La hija de la gran puta no me ha dejado ni un solo pelo en el cuerpo. ¡Ni uno solo! Mirándome en el espejo, en la postura de montar, no me veía demasiado sexi, más bien me veía como aquella mona sin pelo del zoo de Ámsterdam.


Os juro que son los 100 euros que más me ha costado soltar de toda mi vida. ¡Si encima nos tendrían que pagar por dejarnos hacer esto! ¡Es la puta versión española de la matanza de Texas en versión “Barbie Choni poligonera”!


Intentando que no se notara demasiado me dirigí como pude a la farmacia para recoger una buena ración de crema hidratante. Seis botes compré, además de una cajita de preservativos de sabores -llamadme loca-, y dos lubricantes de diferentes efectos. Me sentía juguetona y quería demostrarlo. Seguro que me comprendéis…


Mi siguiente parada era una de las que más temía. El sex shop de mi barrio. Para deciros la verdad nunca había entrado en un lugar así. Me imaginaba que aquello sería un lugar para depravados y que detrás de las cortinas encontraría a obsesos sexuales masturbándose con mi sola presencia. Reuní el valor que necesitaba y abrí la pesada puerta opaca que lo ocultaba de miradas indiscretas o inmaduras.


Nada más entrar me sorprendió encontrar un lugar espacioso, bien iluminado y con una amable señora de mi edad detrás del mostrador, que lejos de importunarme con preguntas incomodas, me dejó observar todo el género con detenimiento y curiosidad.


La primera estantería estaba destinada a los disfraces. Enfermeras y colegialas se mezclaban con vestidos ajustados de cuero, pervertidas brujitas y policías sexis. La verdad es que no me veo yo embutida en uno de esos disfraces. Una todavía está de muy buen ver, pero de ahí a vestirme de Guardia Civil con un arnés del que pendía un cacho de miembro va un trecho.


La siguiente estantería era la que yo buscaba. Lencería picante. Rojo y negro, no había más. Pronto vi lo que quería. Una serie de elásticos rojos entrelazados que conformaban un minúsculo tanga, coronado con una especie de pom pom. Me eché a reír imaginando a mi Carlitos con lo serio que es, escupiendo plumitas de esas y estornudando con los ojos inyectados en sangre. Un escueto sujetador que no dejaba nada a la imaginación completaba el conjunto. Otros 30 euros de gastos, y por 10 euros más te podías llevar un látigo o un dildo a juego.


Las siguientes estanterías no os la voy a contar. Tenéis que ir a verlas. Nunca vi nada igual. Si realmente las cosas que estaba viendo servían para lo que me estaba imaginando, alguno tenía un tamaño más próximo a un pata de mesa que a lo que debería parecerse o al tamaño que debería tener. Cuerdas, arneses, bolas chinas y un sinfín de cachivaches que mejor podría haber encajado en una ferretería.


Pagué el conjuntito y un par de caprichos de último momento y salí más contenta que avergonzada, sin advertir que la que me observaba desde el otro lado era… mi puñetera suegra. Con la cara de “si ya sabía yo lo que tú eras…”


Tras acercarme y darle los dos besos de rigor, intenté convencerla de que iba con unas amigas a una despedida de soltera y que había comprado las bandas típicas de estos casos… Tras despedirme apresuradamente el remordimiento me comía las entrañas. Seguro que llega a su casa y se lo cuenta al santurrón de mi suegro. Este, en plan de broma, se lo cuenta a sus hijos y me estoy viendo venir que mi cuñado Paco, el cachondo, hará sangre durante meses de mi visita a la tiendecita de los cojones. ¿Quién me mandaría a mí entrar en ese sitio? 


100 euros de multa me ha cascado el jodido guardia. Fijaros que me lo estoy imaginando vestido con el disfraz de policía sexi y me están entrando ganas de ir a por el…


Multada, escoriada, un poco zamba, con cantidades industriales de cremas y elixires de amor en una bolsa, y ropa interior picante y dos instrumentos amatoriales en otra, vete ahora al cuartel de la policía local a pagar una puñetera multa. El día, lo que se dice bien, no había empezado. Y para colmo me había costado un pastón el puñetero día.


La última parada de la mañana se la asigné al mercado. Si quieres seducir a un hombre hártalo primero con una buena cena y lo tendrás en el bote. Tenía bien pensada la receta. Había oído a mi marido hablar mil veces de los pichones de Bres al toque de pomelo que comió en un almuerzo de trabajo hace un par de años en un restaurante de Barcelona. Yo, que estoy más acostumbrada a las papas con huevos o a las habichuelas con arroz y chorizo de toda la vida, me estaba metiendo en el lio de mi vida.


Compré dos buenos pichones que para mí eran dos pollos encanijados. Zanahorias tiernas, ajos de Pedroñeras, medio kilo de cebollas, un buen puerro, dos pomelos como cabeza de niño chico, vinagre de jerez que me aseguraron en el mercado que le daría el toque magistral al pichón, unas peras de Rincón de Soto y un Ribera del Duero que compartiríamos los dos pollos y yo. Completaron la compra el champán, el vino para la cena, una caja de velas rojas rizadas, algo de pan francés y una tarta de chocolate negro que tenía una pinta de miedo.


Así que, multada, escoriada, un poco zamba, con cantidades industriales de cremas y elixires de amor en una bolsa, y ropa interior picante y dos instrumentos amatoriales en otra; los pichones, las zanahorias, los ajos, la cebolla, el puerro, los pomelos, las peras, la botella de vinagre, las de vino tinto, la botella de champán. Las velas, el pan, la puñetera tarta y yo nos fuimos cargadas hasta las orejas para casa. 


Al llegar, el puñetero ascensor estaba estropeado y me tocó subir los seis pisos a patita. Cuando llegué arriba sudaba como un cerdo en una sauna, los brazos me dolían horrores, los dedos rojos  llevaban marcadas todas las bolsas; las piernas no las sentía como el Rambo, y la lengua llena de tierra de cada escalón que limpié con ella. Encima, ya hacía un tiempo que estaba oliendo esa mezcla de almizcle y lo que viene siendo olor a humanidad que me rodeaba; y que había provocado la resurrección de los pichones que luchaban desesperados por apartarse de mi camino, asfixiados.


Por fin en casa. Solté las bolsas en la cocina y puse a enfriar el champán y el vino elegido. Lo demás al frigorífico y la tarta al congelador. Me saqué la blusa por la cabeza, la falda por los pies y no sin esfuerzo, la sudada ropa interior terminó encima de la foto de bodas de la mesa del salón. Desnuda y sudorosa me tiré agotada en el sofá mientras recuperaba el aliento.


Fue entonces cuando me acordé de la pomada y de la madre que parió a Montse, la sádica.

Tenía aquello más colorado que el culo un mandril y picaba más que la sarna.  Sin miramientos exprimí el primer bote de crema por toda la zona. La verdad es que ahora que lo pienso, desnuda como estaba, tirada en el sofá con las piernas abiertas en el aire, y tocándome el conejo con un montón de crema, cualquiera que me viera pensaría que estaba haciendo otra cosa. Realmente el alivio fue instantáneo.


De tal guisa me lavé las manos y me dispuse a prepararme algo para comer. Mi marido no volvería hasta las ocho, así que tendría tiempo de sobras para prepararlo todo antes de que llegara.

Me di un atracón de garbanzos con bacalao del día anterior, una ensalada Caesar, junto a media barra de pan, integral por supuesto, y media tarrina de helado de limón light que me quedé que el muñeco Michelin parecía a dieta a mi lado.


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