Ante
todo quiero presentarme. Soy Sonia Mardones…Absteneros de hacer rimas
asonantes, por favor. Tengo 38 años y ayer cumplí 10 años casada con Carlos
Ridruejo… Ya sé que también tiene rima…Por favor, un poco de seriedad. Por
cuestiones que no vienen al caso no
hemos tenido descendencia, ni ganas que tenemos. Tres sobrinos que parecen endemoniados
bichos tienen la culpa de que me haya guardado las ganas de ser madre en una
caja de seguridad dentro de un camarote de un barco que escondí en la fosa de
las Marianas. ¡Eaaa, ya lo solté!
La
mañana siguiente a los hechos estaba de pie en la cocina, sin mucho afán por
hacer nada, mientras mojaba las ganas de un poco de jaleo de la noche anterior,
en el primer café de la mañana a ver si se ahogaban de una puñetera vez. Me había levantado un tanto cansada, la noche
había sido larga pero no por las razones que estáis pensando. Me había costado
horrores dormirme entre preguntas sin respuestas del porqué había salido todo
tan rematadamente mal. La efervescencia de interrogantes que retumbaban en mi
cabeza no me dejó conciliar el sueño. Además, las putas ovejas que me sirven
para conciliar el sueño habían cogido el día libre, dejándome huérfana del
necesario placebo.
Y mira
que había planeado la noche con todo lujo de detalles para seducir a mi chico
el día de nuestro décimo aniversario. Dejadme que os cuente que os vais a
quedar muertas.
Me
levanté bien temprano y limpié toda la casa minuciosamente. Solo me faltó
hacerlo con un cepillo de dientes para que fuera más a fondo. Renové el aire, y
ambienté la casa con ese cacharro nuevo que anuncia la tele, que la convierte
en un jardín lleno de flores y nubes de colores. Mentira…No lo compréis que es
una estafa. Ni flores, ni nubes, ni na de ná. Me vestí con lo primero que
encontré y salí a comenzar la “Operación hoy toca”
Mi
primera parada fue la peluquería. Alisarme, darme unos pequeños retoques en el
tinte, y ponerme al día con las revistas del corazón era el objetivo. “¿Cómo iba a seducir a nadie con estos
pelos? Imposible.” Dos horas y media después, sentada en una butaca de
skay, incomoda como ella sola comenzaba a desesperarme. Todo me pasa por no
haber pedido hora el día anterior.
“¿Cómo me puede sudar el culo?”, “¿Pero si no
sudo ni después de dos horas de gym?” “¿Si en pleno agosto, y bajo una tremenda
ola de calor tengo que ponerme una rebequita en cuanto paso por una sombra?”
”Después lo miraré en San google que fijo tengo algo malo”.
Aquel
sofá era una verdadera tortura china. Me comprenderéis si os digo que os podéis
imaginar la asquerosa sensación cuando se te pega la falda a los muslos y no
eres capaz de despegártela ni con una espátula. “¡Qué asquito, hijo!” Sin olvidar que me había puesto una de esas “maxi-braguitas
cómodas tipo: ni te acerques que estoy armada” que utilizamos 29 días al mes. Sí…si…
esas que nos valdrían para abrigarnos los brazos en momentos de necesidad y que
son lo más anti-morbo que podemos llevar. Esas y el puto skay, me estaban
haciendo sudar la gota gorda. “¿Pero si me
están sudando hasta las tetas, por favor, ni que el sujetador fuera de lana, o
del puñetero skay que me está cocinando el culo a fuego lento? Con disimulo
me separaba el escote de la blusa y me soplaba dentro para rebajar un poco la
temperatura. “¡Si llego a saberlo me
vengo cargada con un ventilador a la
peluquería! ¡O mejor atraco a la vieja que está sentada en la esquina, que se
está quedando dormida, y me agencio el abanico!”
“¡Dios mío! ¿Qué ha tenido un niño la Pilar Rubio…? ¿De
quién…? ¿Pero si la última vez que la vi no tenía ni novio? Tengo que venir más
a menudo a la peluquería. Es que no me entero de nada. Y anda que la foto que
le han sacado con ese bolso tan feo no tiene delito ni ná. Tanto dinero que
tienen y después te sacan con la bolsa de propaganda del IKEA… ¡Vaya tela!”
La
señora que tenía delante no paraba de charlar de su nieto. Qué si es el más
inteligente de su clase…, qué si lo pone al lado de los demás niños y les saca
cuatro dedos… Qué si salta, corre y hasta vuela… ¿No será el niño Super-Coco? Sacó
la puñetera foto más de diez veces y la iba pasando a todas las parroquianas,
como la que reparte estampitas del sagrado corazón de Jesús. ¡Y mira que la
criaturita es fea, por Dios! En verdad no era feo, es que si lo tiras contra
una pared y sube se parece a una cucaracha.
“¡Joder, si viendo la foto del niño me parece
hasta guapo el Paquirrín de esta revista…! ¡Mira…si se ha metido ahora a
cantante! ¡Claro, como su puñetera
madre!”
Mirándome
en el espejo que tenía delante pensé que un depilado no me vendría mal. Tenía
dos leopardos acostados en cada ceja, una hilera de hormigas en el labio
superior que más quisiera Aznar. Y las patillas… ¡Pero si me parezco a la Pantoja, madre mía del amor hermoso y todos
los santos del universo sin depilar y la virgen del traje de buzo!”¿Y tú
quieres mojar esta noche, nena? Ya estoy tardando en llamar a la Montse
para que me haga un hueco ahora mismo.
No sé
si la alegría me sobrevino porque ya me tocaba o por levantarme del
puñetero sofá que odiaba más que a mi suegra y que me había guisado muslos y
culo al vapor.
¿Qué si
odio a mi suegra? Pues claro, ¿vosotros no…? ¿Ahhh, no? :S Pero es que no
conocéis a mi suegra. Es de las típicas que llega a tu casa y mientras te está
dando dos besos como Judas, está pasando el dedo por el mueble de la entrada a
ver si hay polvo, está mirando el espejo por si está limpio, olisquea por si se
te está quemando lo que tienes en la olla express, y sabe si en esa casa se
utiliza la lejía o el amoniaco para limpiar el cuarto de baño, mientras te
suelta un “nena estás más gorda, ¿tú no estarás preñá?” y se queda tan pancha.
¿Gorda
yo? ¡Si estoy estupenda de la muerte! ¡Pero si eres tú la que se lava el chichi
de oídas, porque verlo, lo que se dice verlo, no lo ves desde que hiciste la
primera comunión…! Mira, tú hiciste a tu hijo, pero yo le he cambiado el
software y lo he hecho un hombre, ¡con que cómete esa, gorda asquerosa! ¡Trae fiambrera
de las croquetas y vete a tu puñetera casa por la sombrita, hija!
-Córtame
un poquito las puntas que las tengo muy abiertas, alísamelo y ponme el mismo
tinte de la última vez, Paco.- ordené a mi peluquero de confianza y que llevaba
años cuidando la salud de mi cabello.
-Sergio,
señora.- Me contestó medio indignado.
-¿Cómo?-
respondí entre sorprendida y jodida.
-Que me
llamo, S-E-R-G-I-O. Paco se jubiló hace
dos años y medio.- me informó el tijeritas de turno
Ya
decía yo que el sofá de skay ese no me sonaba.
Después
de explicarle detenidamente lo que quería y discutir con él sobre el color que
más me pegaba, comenzó la faena.
Y ahora
cómo os explico esto.
Al
final, el tal Sergio, peluquero diplomado había hecho lo que le había dado la gana, como
todos los peluqueros del mundo. Le dije que no quería flequillo y ahora tengo
más que Jesús Hermida; le dejé claro que lo quería liso y parezco una puta
oveja; y le dije que me saneara las puntas no que me dejara medio calva. En
definitiva, entre la foto del antes y el después lo que hay de diferencia son solo
60 euros menos en el bolsillo. No sé si os pasará a vosotras, pero cuando salí
de la pelu no quería ni mover el cuello, no fuera a destrozar en un minuto lo
que con tanto esfuerzo había construido el puto peluquero en casi cuatro horas.
Con la
indignación quemándome por dentro me fui, casi corriendo, a la cita con la
depilación.
Doce de
la mañana y el salón de belleza estaba extrañamente tranquilo. El aire
acondicionado estaba encendido y se estaba allí de maravilla. Entre el calor
que pasé en la pelu y la caminata posterior
aquel fresquito me sabía a gloria.
-¡Me
cago en to lo que se menea, gilipollas! – maldije con todas mis ganas.
-¿Qué
te pasa, nena? ¿Te has olvidado de apagar el gas?- Inquirió Montse.
Avergonzada
logré contestarle un “nada, nada” para cambiar de tema. Pero a vosotros os lo
puedo contar, ya que estoy abriendo toda mi intimidad… que más dará otra. Si
cuando yo digo que hay más tontos que botellines es por algo…
Con las
prisas de no perder la cita, no me di acordé que a la peluquería había ido en
coche y que, para colmo de los colmos, lo había aparcado en zona azul. ¡Toma
del frasco, Carrasco! ¡Naciste gilipollas y te morirás gilipollas! Encima,
después tendré que volver a darme la caminata e ir a pagar la multa. A ver como
se lo explicamos a mi marido…Si os pregunta a vosotros decidle que no me
arrancaba el puto coche de mierda que me compró. Y que ya está tardando en
cambiármelo…Así saco tajada…
El caso
es que, lo perdido al río, ya no podía volver a buscarlo sin perder mi sesión
de chapa y pintura así que, me relajé y ordené la comanda.
-Montse,
tengo una cita muy importante esta noche con un cliente de mi marido y necesito
un completo, completo, completisimo- le mentí a la depiladora.-Cejas, bigotes,
patillas, axilas, piernas completas, ingles y lo que no se ve.
-Hubieras
terminado antes diciendo que menos el pecho… todo, guapa.-Se cachondeó la
jodida fea de los cojones.- Además, ¿qué vas a una cena o a una orgía? Aquí hay
faena para rato, Sonia. Toma esta bata y quítatelo todo que comenzamos.
-Deja
de cachondearte de mí ya, Montse. Que no tengo el chichi pa farolillos. Por
culpa tuya tendré que pagar una multa del copón bendito- Contraataqué como
mejor pude.
Me metí
en el cambiador y me desnudé. ¿Para qué pondrán este pedazo de espejo en el que
te vez de cuerpo entero? ¿Quién tiene un espejo de ese tamaño en casa? ¿Qué lo
hacen para joder y que te veas hasta el más mínimo desperfecto? Me aparté y me
hice una revisión de todas las partes a retocar. ¡Madre mía…, aquí a pelos para
dos almohadones y un colchón mullidito! ¡Si parezco el puto eslabón perdido!
Decidida
a que la noche fuera perfecta me mentalicé que aquello iba a doler. Después
pasaría por la farmacia, y compraría un barril de cremita y con una pala y
mucho cuidado me pondría abundante anti-irritante.
Tumbada
en la camilla esperando a que comenzaran con la sesión de tortura, me relajé
tanto que estaba comenzando a quedar dormida cuando sentí un líquido pegajoso y
tibio sobre el labio superior.
¡Me
cago en todas tus castas, hija de la gran…! ¡Cojones, avisa! ¡Creía que me
habías arrancado el labio! ¡La madre que te parió!- si me hubiera valido le
hubiera largado un revés que le hubiera puesto la boca en la espalda.
Finalmente me contuve como pude sin poder separar la mano del labio.
¡Esto
va a doler más de lo que recordaba! ¿Cuándo fue la última vez que vine para el
completo? Pufff, ni me acuerdo. ¡Ahhh, sí! El día antes de mi boda. ¿Diez años
hace ya? ¡Madre mía, como pasa el tiempo!
La
sesión de gritos continuó, y maldiciones llegaron a la tercera generación de la
sádica del palito de madera. ¡Con lo bien que me apaño yo con la cuchillita de
afeitar de mi marido! Ups, ya se me ha escapado. Por favor, no le digáis nada.
El piensa que tiene la barba muy dura y que por eso le duran tan poco las
cuchillas. Podre iluso. Vosotros chitón. A la que se chive le digo a su marido
que anoche soñaste con que el butanero te hacía el anuncio de Coca-Cola para ti
sola. Ya sabéis cual es, no os hagáis las estrechas ahora.
Las
pinzas arrancando pelo a pelo media ceja era algo más llevadero, y conseguí
volver a relajarme y hasta casi disfrutarlo. Todavía me notaba palpitar el
trozo de labio que sufrió el primer arreón, hasta dudaba si no se había llevado
un trozo de pellejo con el tirón, la muy…
Después
de un rato se apartó de mí y volvió con un pequeño espejo para que observara
los resultados. Había merecido la pena tanto dolor. Me había quitado diez años
de encima. Con
renovados ánimos y pensando en el homenaje que me pensaba tomar aquella misma
noche lancé un “sigue…” lleno de alegría.
-Levanta
los brazos, cariño.-Me pidióla esteticista con un tono que no tardé en
descubrir su significado.- Voy a llamar a Dora la exploradora para no perderme.
Y de camino que venga el mono Botas y se divierta un rato de liana en liana.
Seguro
que la jodida niñata de la cera ya sabía el grito que lanzaría con el primer
tirón. Lo que no pudo esquivar fue el directo al costado que le lancé debido al
acto reflejo de cerrar el brazo. Ojo por ojo. Y poco te he hecho…
Allí
estaba yo, como mi madre me trajo al mundo, y dejándome martirizar por una
sádica que estaba disfrutando con todo aquello. Las piernas es una parte que no
quiero ni recordar. Eso fue una carnicería inhumana que extrajo el pelo de raíz
y hasta el bulbo que lo contiene. Un dolor atroz y sin sentido. Si alguien de
las presentes conoce a la primera mujer que se depiló, avisadme que de la
demanda que le meto no levanta cabeza el resto de su vida.
Y
quedaba lo peor. Digamos que, la parte
que nunca ve el sol, estaba un poquito más salvaje y descuidada que el resto,
pero solo un poquito, muy poquito. Bueno sí, lo admito. Estaba sin tocar desde
el año 2005. Dos cuartas de pelo son muchas cuartas… ¿No creéis? Decidida que
fuera inolvidable la velada me lancé a la vorágine del “Quítalo todo”. No os
podéis imaginar cuantas veces me he arrepentido de esas dos minúsculas e
inocentes palabras desde ayer. Si me hubieran arrancado un pecho o cortado un
brazo no me hubiera dolido tanto. Os juro ante este Dios, que esa maldita mujer
ha de pagarlo en esta vida o en la siguiente todo el dolor que ha infligido a
mujeres como tú y como yo. ¿Cómo puede ser que alguien de buena fe se puede
dedicar a proporcionar dolor a otra persona que lo único que quiere es lucir
guapa?
Como
pude me incorporé de la camilla, y andando como si llevara un caballo entre las
piernas me fui al vestidor a observar la escabechina. La hija de la gran puta
no me ha dejado ni un solo pelo en el cuerpo. ¡Ni uno solo! Mirándome en el espejo,
en la postura de montar, no me veía demasiado sexi, más bien me veía como
aquella mona sin pelo del zoo de Ámsterdam.
Os juro
que son los 100 euros que más me ha costado soltar de toda mi vida. ¡Si encima nos
tendrían que pagar por dejarnos hacer esto! ¡Es la puta versión española de la
matanza de Texas en versión “Barbie Choni poligonera”!
Intentando
que no se notara demasiado me dirigí como pude a la farmacia para recoger una
buena ración de crema hidratante. Seis botes compré, además de una cajita de
preservativos de sabores -llamadme loca-, y dos lubricantes de diferentes
efectos. Me sentía juguetona y quería demostrarlo. Seguro que me comprendéis…
Mi
siguiente parada era una de las que más temía. El sex shop de mi barrio. Para
deciros la verdad nunca había entrado en un lugar así. Me imaginaba que aquello
sería un lugar para depravados y que detrás de las cortinas encontraría a
obsesos sexuales masturbándose con mi sola presencia. Reuní el valor que
necesitaba y abrí la pesada puerta opaca que lo ocultaba de miradas indiscretas
o inmaduras.
Nada
más entrar me sorprendió encontrar un lugar espacioso, bien iluminado y con una
amable señora de mi edad detrás del mostrador, que lejos de importunarme con
preguntas incomodas, me dejó observar todo el género con detenimiento y
curiosidad.
La
primera estantería estaba destinada a los disfraces. Enfermeras y colegialas se
mezclaban con vestidos ajustados de cuero, pervertidas brujitas y policías
sexis. La verdad es que no me veo yo embutida en uno de esos disfraces. Una
todavía está de muy buen ver, pero de ahí a vestirme de Guardia Civil con un
arnés del que pendía un cacho de miembro va un trecho.
La
siguiente estantería era la que yo buscaba. Lencería picante. Rojo y negro, no
había más. Pronto vi lo que quería. Una serie de elásticos rojos entrelazados
que conformaban un minúsculo tanga, coronado con una especie de pom pom. Me
eché a reír imaginando a mi Carlitos con lo serio que es, escupiendo plumitas
de esas y estornudando con los ojos inyectados en sangre. Un escueto sujetador
que no dejaba nada a la imaginación completaba el conjunto. Otros 30 euros de
gastos, y por 10 euros más te podías llevar un látigo o un dildo a juego.
Las
siguientes estanterías no os la voy a contar. Tenéis que ir a verlas. Nunca vi
nada igual. Si realmente las cosas que estaba viendo servían para lo que me
estaba imaginando, alguno tenía un tamaño más próximo a un pata de mesa que a
lo que debería parecerse o al tamaño que debería tener. Cuerdas, arneses, bolas
chinas y un sinfín de cachivaches que mejor podría haber encajado en una
ferretería.
Pagué
el conjuntito y un par de caprichos de último momento y salí más contenta que
avergonzada, sin advertir que la que me observaba desde el otro lado era… mi puñetera
suegra. Con la cara de “si ya sabía yo lo que tú eras…”
Tras
acercarme y darle los dos besos de rigor, intenté convencerla de que iba con
unas amigas a una despedida de soltera y que había comprado las bandas típicas
de estos casos… Tras despedirme apresuradamente el remordimiento me comía las
entrañas. Seguro que llega a su casa y se lo cuenta al santurrón de mi suegro.
Este, en plan de broma, se lo cuenta a sus hijos y me estoy viendo venir que mi
cuñado Paco, el cachondo, hará sangre durante meses de mi visita a la
tiendecita de los cojones. ¿Quién me mandaría a mí entrar en ese sitio?
100
euros de multa me ha cascado el jodido guardia. Fijaros que me lo estoy
imaginando vestido con el disfraz de policía sexi y me están entrando ganas de
ir a por el…
Multada,
escoriada, un poco zamba, con cantidades industriales de cremas y elixires de
amor en una bolsa, y ropa interior picante y dos instrumentos amatoriales en
otra, vete ahora al cuartel de la policía local a pagar una puñetera multa. El
día, lo que se dice bien, no había empezado. Y para colmo me había costado un
pastón el puñetero día.
La
última parada de la mañana se la asigné al mercado. Si quieres seducir a un
hombre hártalo primero con una buena cena y lo tendrás en el bote. Tenía bien
pensada la receta. Había oído a mi marido hablar mil veces de los pichones de
Bres al toque de pomelo que comió en un almuerzo de trabajo hace un par de años
en un restaurante de Barcelona. Yo, que estoy más acostumbrada a las papas con
huevos o a las habichuelas con arroz y chorizo de toda la vida, me estaba metiendo
en el lio de mi vida.
Compré
dos buenos pichones que para mí eran dos pollos encanijados. Zanahorias
tiernas, ajos de Pedroñeras, medio kilo de cebollas, un buen puerro, dos
pomelos como cabeza de niño chico, vinagre de jerez que me aseguraron en el
mercado que le daría el toque magistral al pichón, unas peras de Rincón de Soto
y un Ribera del Duero que compartiríamos los dos pollos y yo. Completaron la
compra el champán, el vino para la cena, una caja de velas rojas rizadas, algo
de pan francés y una tarta de chocolate negro que tenía una pinta de miedo.
Así
que, multada, escoriada, un poco zamba, con cantidades industriales de cremas y
elixires de amor en una bolsa, y ropa interior picante y dos instrumentos
amatoriales en otra; los pichones, las zanahorias, los ajos, la cebolla, el
puerro, los pomelos, las peras, la botella de vinagre, las de vino tinto, la
botella de champán. Las velas, el pan, la puñetera tarta y yo nos fuimos
cargadas hasta las orejas para casa.
Al
llegar, el puñetero ascensor estaba estropeado y me tocó subir los seis pisos a
patita. Cuando llegué arriba sudaba como un cerdo en una sauna, los brazos me
dolían horrores, los dedos rojos llevaban
marcadas todas las bolsas; las piernas no las sentía como el Rambo, y la lengua
llena de tierra de cada escalón que limpié con ella. Encima, ya hacía un tiempo
que estaba oliendo esa mezcla de almizcle y lo que viene siendo olor a humanidad
que me rodeaba; y que había provocado la resurrección de los pichones que
luchaban desesperados por apartarse de mi camino, asfixiados.
Por fin
en casa. Solté las bolsas en la cocina y puse a enfriar el champán y el vino
elegido. Lo demás al frigorífico y la tarta al congelador. Me saqué la blusa
por la cabeza, la falda por los pies y no sin esfuerzo, la sudada ropa interior
terminó encima de la foto de bodas de la mesa del salón. Desnuda y sudorosa me tiré
agotada en el sofá mientras recuperaba el aliento.
Fue
entonces cuando me acordé de la pomada y de la madre que parió a Montse, la
sádica.
Tenía
aquello más colorado que el culo un mandril y picaba más que la sarna. Sin miramientos exprimí el primer bote de
crema por toda la zona. La verdad es que ahora que lo pienso, desnuda como
estaba, tirada en el sofá con las piernas abiertas en el aire, y tocándome el
conejo con un montón de crema, cualquiera que me viera pensaría que estaba
haciendo otra cosa. Realmente el alivio fue instantáneo.
De tal
guisa me lavé las manos y me dispuse a prepararme algo para comer. Mi marido no
volvería hasta las ocho, así que tendría tiempo de sobras para prepararlo todo
antes de que llegara.
Me di
un atracón de garbanzos con bacalao del día anterior, una ensalada Caesar,
junto a media barra de pan, integral por supuesto, y media tarrina de helado de
limón light que me quedé que el muñeco Michelin parecía a dieta a mi lado.
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