Después
de unos días en los que la salud me ha jugado una mala pasada, vuelvo casi
repuesto, a la carga para martirizar a mis sufrid@s lectores. He tenido
bastantes días para pensar, reflexionar y dudar, por lo que no quiero dejar
pasar la oportunidad de contaros algo que pertenece a mi exclusiva intimidad.
Hace
unos años, me dio otra recaída con este mismo problema, y en medio de un mar de
sudores, con más de 40 grados de temperatura, y temblores incontrolables, tuve
el sueño más aterrador que recuerdo y que me hizo despertarme entre delirios,
llorando y sufriendo.
Es
un sueño recurrente que he experimentado varias veces y que en todas, me ha
provocado un nudo en el corazón difícil de olvidar, pero ninguna, como aquel
día de altas fiebres. La cabeza, muchas veces, te hace pasar por tragos que no
deberíamos permitirnos, pero que son dictados desde el más profundo subconsciente
y te afectan enormemente para el resto de tu vida. Es el caso de este maldito
sueño.
Esta
pesadilla es muy simple y seguro que más de uno de vosotros habrá experimentado
consciente, o inconscientemente, y que paso a relatar brevemente:
“Ese día había llegado de trabajar
sobre las 6 de la tarde con varios amigos en la mochila: Unos dolores terribles
que me provocaban andar en una posición casi imposible; a ratos un terrible
frío se apoderaba de mí alma, mientras que al segundo siguiente, el calor más terrorífico
hacía que comenzara a exudar por cada poro de mi piel un olor acre de difícil trato
y retrato; pero sobre todo, unos inesperados amigos de mis 36 normalitos grados
corporales que vinieron a pasar unos días dentro de mí. La cabeza me ardía y no
logré contar con eficacia la cantidad exacta, pero puedo jurar que llenaron una
mesa de 42 comensales, y no mentiría si alguno se quedó de pie.
Caí desplomado en el sofá con las
últimas fuerzas que me quedaban, por lo no pude distinguir si fue un desmayo lo
que me sobrevino, o que me vi envuelto por un profundo sueño, lo que me hizo
llegar a un estado de delirios y sudores.
Mientras tanto, mi esposa estaba muy
preocupada por la situación y no me dejó ni un solo instante en soledad. Mi
enfermera, mi compañera, mi amiga, mi cómplice, mi amor, es como si la misma
alma conviviera en distintos cuerpos. En el suyo y en el mío.
Con solo mirarme sabe exactamente
como vengo, sí he tenido un buen día, sí ha sido malo, sí vengo feliz, o si ese
día no he visitado el excusado con la suficiente alegría.
El sudor se mezcló en mis ojos con
las lágrimas y un embravecido mar que hacía un ejercicio de exhibicionismo que nunca vi. En medio de una ola gigante de
grandes ojos negros, mi hijo el mayor, desaparecía por segundos que se
convirtieron en horas de angustia.
A los pocos minutos, un mar
tranquilo de verano me devolvía el cuerpo sin vida de mi hijo, y de camino me
arrancaba el corazón para siempre. Ahí, de rodillas, con el inerte y pequeño
pedazo de mi ser, entre mis brazos, supe que la vida había acabado para mí.”
Esto
no es ficción, al menos en parte. Aquella enfermedad fue hace al menos 3 años.
El sueño existió y fue tan jodidamente real que lo recuerdo como si lo hubiera vivido.
Gracias a quién corresponda, en mi caso a Dios, no he tenido que sufrir esa
terrible desgracia, pero puedo asegurar, que si el dolor que experimenté ese
día es mínimamente comparable con el que sufre un padre ante la pérdida
repentina de un hijo, mi cobardía me llevaría a acabar de forma abrupta con la
mía, y acompañarlo allá donde se encuentre para no separarme de él nunca más.
Con
las manos de mi mujer entrelazadas con las mías, realizó el gesto más bonito
que podré recordar. Llamó a mi hijo, que por aquella tendría 5 años, para que
lo viera, y me diera el más reconfortante abrazo que sus pequeños brazos pudieran
ofrecerme. El podre, medio asustado, no paraba de preguntarle a su madre por lo
que me pasaba, por qué lloraba tan desconsoladamente. Su increíble madre le
contestó: “Papa está malito y necesito mimitos, chico”. Mientras que para mí
adentros respondía: “Por amor Manuel, lloro por amor”
En breve un nuevo capítulo del relato en curso.
Manolo me alegro que estés mejor. Se me han puesto los bellos de punta con tu confesión. Me alegra mucho que sólo fuera un mal sueño, pues perder a un hijo debe ser lo más doloroso que pueda sufrir un ser humano.
ResponderEliminarY yo Meli y yo también me alegro.
ResponderEliminarQue angustia Manolo. La verdad es que hay sueños que parecen reales.
ResponderEliminarY yanto Noelia. Un recuerdo terrible....Cosas que tiene la fiebre...
ResponderEliminarGracias por leerme.