jueves, 5 de junio de 2014

De nuevo, de vuelta con una confesión en voz alta.

Después de unos días en los que la salud me ha jugado una mala pasada, vuelvo casi repuesto, a la carga para martirizar a mis sufrid@s lectores. He tenido bastantes días para pensar, reflexionar y dudar, por lo que no quiero dejar pasar la oportunidad de contaros algo que pertenece a mi exclusiva intimidad.

Hace unos años, me dio otra recaída con este mismo problema, y en medio de un mar de sudores, con más de 40 grados de temperatura, y temblores incontrolables, tuve el sueño más aterrador que recuerdo y que me hizo despertarme entre delirios, llorando y sufriendo.
Es un sueño recurrente que he experimentado varias veces y que en todas, me ha provocado un nudo en el corazón difícil de olvidar, pero ninguna, como aquel día de altas fiebres. La cabeza, muchas veces, te hace pasar por tragos que no deberíamos permitirnos, pero que son dictados desde el más profundo subconsciente y te afectan enormemente para el resto de tu vida. Es el caso de este maldito sueño.
Esta pesadilla es muy simple y seguro que más de uno de vosotros habrá experimentado consciente, o inconscientemente, y que paso a relatar brevemente:
“Ese día había llegado de trabajar sobre las 6 de la tarde con varios amigos en la mochila: Unos dolores terribles que me provocaban andar en una posición casi imposible; a ratos un terrible frío se apoderaba de mí alma, mientras que al segundo siguiente, el calor más terrorífico hacía que comenzara a exudar por cada poro de mi piel un olor acre de difícil trato y retrato; pero sobre todo, unos inesperados amigos de mis 36 normalitos grados corporales que vinieron a pasar unos días dentro de mí. La cabeza me ardía y no logré contar con eficacia la cantidad exacta, pero puedo jurar que llenaron una mesa de 42 comensales, y no mentiría si alguno se quedó de pie.
Caí desplomado en el sofá con las últimas fuerzas que me quedaban, por lo no pude distinguir si fue un desmayo lo que me sobrevino, o que me vi envuelto por un profundo sueño, lo que me hizo llegar a un estado de delirios y sudores.
Mientras tanto, mi esposa estaba muy preocupada por la situación y no me dejó ni un solo instante en soledad. Mi enfermera, mi compañera, mi amiga, mi cómplice, mi amor, es como si la misma alma conviviera en distintos cuerpos. En el suyo y en el mío.
Con solo mirarme sabe exactamente como vengo, sí he tenido un buen día, sí ha sido malo, sí vengo feliz, o si ese día no he visitado el excusado con la suficiente alegría.
El sudor se mezcló en mis ojos con las lágrimas y un embravecido mar que hacía un ejercicio de exhibicionismo  que nunca vi. En medio de una ola gigante de grandes ojos negros, mi hijo el mayor, desaparecía por segundos que se convirtieron en horas de angustia.
A los pocos minutos, un mar tranquilo de verano me devolvía el cuerpo sin vida de mi hijo, y de camino me arrancaba el corazón para siempre. Ahí, de rodillas, con el inerte y pequeño pedazo de mi ser, entre mis brazos, supe que la vida había acabado para mí.”

Esto no es ficción, al menos en parte. Aquella enfermedad fue hace al menos 3 años. El sueño existió y fue tan jodidamente real que lo recuerdo como si lo hubiera vivido. Gracias a quién corresponda, en mi caso a Dios, no he tenido que sufrir esa terrible desgracia, pero puedo asegurar, que si el dolor que experimenté ese día es mínimamente comparable con el que sufre un padre ante la pérdida repentina de un hijo, mi cobardía me llevaría a acabar de forma abrupta con la mía, y acompañarlo allá donde se encuentre para no separarme de él nunca más.
Con las manos de mi mujer entrelazadas con las mías, realizó el gesto más bonito que podré recordar. Llamó a mi hijo, que por aquella tendría 5 años, para que lo viera, y me diera el más reconfortante  abrazo que sus pequeños brazos pudieran ofrecerme. El podre, medio asustado, no paraba de preguntarle a su madre por lo que me pasaba, por qué lloraba tan desconsoladamente. Su increíble madre le contestó: “Papa está malito y necesito mimitos, chico”. Mientras que para mí adentros respondía: “Por amor Manuel, lloro por amor”


En breve un nuevo capítulo del relato en curso.

4 comentarios:

  1. Manolo me alegro que estés mejor. Se me han puesto los bellos de punta con tu confesión. Me alegra mucho que sólo fuera un mal sueño, pues perder a un hijo debe ser lo más doloroso que pueda sufrir un ser humano.

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  2. Que angustia Manolo. La verdad es que hay sueños que parecen reales.

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  3. Y yanto Noelia. Un recuerdo terrible....Cosas que tiene la fiebre...

    Gracias por leerme.

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