CAPITULO 4.
Sam Citrix conducía su vehículo por la
interestatal con la extraña sensación
que algo no iba del todo bien. Que lo llamaran a altas horas para que acudiera
a algún acto social, o cena de negocios, para que aclarara algún punto de un
caso en particular, era habitual. Lo que era del todo anormal son esas
reuniones en el bufete a altas horas de la madrugada.
Estaba repasando mentalmente todos los temas
pendientes que había dejado para el día siguiente, por sí en un lapsus mental se
le había escapado algo importante, pero no logró adivinar qué es lo que había
olvidado o hecho mal. Su metodología era extremadamente exquisita, por lo que
era altamente improbable que se le escapara algún detalle a él o a su equipo,
por muy pequeño que este fuera. Todo parecía estar en orden en su cabeza, pero
convino que el mundo en el que se movía era de todo menos ordenado y
previsible. Por su cabeza pasaba desde una celebración poco ortodoxa, hasta
un giro inesperado en cualquier caso
relevante que llevara el bufete.
Si con la serpiente multicolor de vehículos
llenando cada tramo asfaltado en plena
efervescencia le llevaba recorrer la distancia entre su casa y el bufete no
menos de 90 minutos, a aquellas horas, donde la calma reinaba y solo se veían
metros de carretera por recorrer, logró realizarlo en apenas 40. Relajadamente
disfrutó de esos momentos de tranquilidad, escuchando un excelso recopilatorio
de Louis Armstrong en el potente aparato de sonido. Aún recordaba el día que los
socios del bufete le regalaron el flamante Mercedes negro que conducía. Era un
coche fantástico, signo del reciente estatus de socio adquirido en la firma ABR&S.
Por fin, vio como la fachada principal se adaptaba para incluir su inicial.
Como mandaban los cánones, antes de los 30, había conseguido ganar su primer
millón de dólares para la empresa, conducía un vehículo al alcance de muy pocos;
pero, fiel a sus principios, conservaba su pequeña casa de la costa que se
había convertido en un pequeño oasis donde, disfrutar de la vida en pareja,
poder estar en contacto con el mar, y relajarse con largos paseos en compañía
de Megan. Para el mundo se había convertido en un hombre de éxito, con una
brillante carrera profesional por delante. Para Sam era la manera de conseguir
la independencia.
Dentro del recinto amurallado del bufete
reinaba la calma. En la enorme puerta acristalada Robert Kallum fumaba
compulsivamente, mientras observaba como el Mercedes de Sam aparcaba en su
plaza.
-¿Problemas, Robert?- Preguntó Sam saliendo
del vehículo.
-Y graves, Sam.- Contestó el jefe de
seguridad con la cara desencajada, sobrepasado por los acontecimientos.- Sube
que ya te están esperando los demás socios.
Kallum apagó el cigarro a medio terminar, y
acompañó al joven abogado hasta el despacho de juntas de ABR&S.
-¿No puedes adelantarme nada, Robert?- Volvió
a preguntar Sam con la intriga calándole los huesos.
-Vamos. Hace rato que te esperan.-Respondió
Robert con un tono de voz más paternalista que autoritario
Atravesaron el marmóreo vestíbulo de altos
techos abovedados y aspecto modernista, con grandes lámparas estilo industrial
y con los toques minimalistas tan del estilo del cliente de la firma. En la
amplia sala de recepción, y a la derecha de esta, un gran mostrador que hacía
las veces de recibidor, resplandecía en un brillante tono caoba, donde
destacaban las letras plateadas del nombre de la firma.
A aquellas horas de la noche no había guarda
de seguridad, el arco de seguridad estaba desactivado, por lo que lo
franquearon sin la ceremonia litúrgica de pasar la tarjeta identificativa y
despojarse de todo lo metálico. Subieron a grandes zancadas los escalones que
lo separaban de la segunda planta.
La zona noble del edificio estaba adornada
con un gusto más cercano a la excentricidad, que a la sobriedad que hacía gala
el bufete. Kilométricas Alfombras Persas de finos detalles, jarrones de la
dinastía Ming en tonos azulados, que tenían el tamaño de un hombre; sofás
estilos Luis XVI y varias vitrinas de Gunni&Trentino a cinco mil dólares la
pieza, con objetos de la multitud de viajes exóticos realizados por los socios.
Al traspasar la puerta de la sala de juntas,
ricamente labrada con motivos bíblicos, estaban esperándolos los socios de la
firma con rostros serios y llenos de tensión.
Comenzó a hablar su mentor, Robert Blackburg.
Su tono era sereno y tranquilizador.
-Siéntate Sam. Supongo que habrás venido todo
el camino preguntándote por el motivo de esta reunión tan fuera de la común.-
Sam asintió dejando hablar a su protector.- Ante todo queremos que te tranquilices. Estamos muy orgullosos
de tu trabajo en el bufete y ninguno de los socios podemos poner ninguna
objeción a tu proceder.
La mirada incrédula de Sam iba de Robert
Blackburg al anciano Michael Andersen y de este, al siempre callado Malakay Rubinstein.
Callum se mantenía de pie, a una cierta distancia, esperando a que llegara su
oportunidad para hablar.
-En el desempeño de nuestra profesión hacemos
bastantes amigos que normalmente nos duran toda la vida. Traspasamos la
relación de abogado-cliente para convertirnos en padrinos de algún que otro
niño, albacea de las últimas voluntades de personas a las que queremos y
testaferros de toda la porquería que escondemos debajo de las alfombras. Por
supuesto, el beneficio es reciproco. Sabemos que, en nuestros clientes tenemos
amigos que periódicamente nos reportarán pingües beneficios, a los que
tendremos que hacer favores personales, y que nos ayudarán en caso de
necesitarlo. Estas relaciones tenemos que cuidarlas, mimarlas y sobre todo
explotarlas. Si nos piden sacar a pasear a un asqueroso perro, les
proporcionemos señoras de compañía o jovencitas sin desvirgar, lo hacemos. Por
muy en contra que esté de los más elementales dictados morales. Sí nos piden
que nos follemos a sus mujeres para que tengan tiempo para dedicarle a la que
le espera en un piso alquilado, lo hacemos. Pero todo esto ya lo sabes. Naciste
con el título de abogado y con el carácter de uno de nosotros. La diferencia es
que tú eres bastante mejor que todos nosotros. Tienes esa inteligencia que te
hace llevar las riendas de cualquier situación, hasta llevártela a tu terreno,
y que terminen suplicándote que les des la solución, que previamente has grabado
en sus maleables cerebros.
- Gracias a todos por vuestro apoyo, pero no
entiendo a donde queréis llegar.- Replicó Sam con la idea de que no era horas
para discursos.- Al grano, por favor.
- A eso voy, permíteme terminar.- contestó el
viejo profesor en tono de disculpa.- Al
igual que dentro de la profesión hacemos grandes amigos, también nos creamos
grandes enemigos que están dispuestos a pisarnos el cuello a la mínima
oportunidad que encuentren. En la mayoría de los casos se toman revanchas en
los tribunales, con cualquier otro juicio, pero ahora tenemos entre manos un
asunto con un individuo que debemos tomar en consideración.
Inmediatamente a Sam se le vino un nombre a
la cabeza.
“Joe
Saldaña”
-¿Hablamos de Joe Saldaña?- repitió en voz alta pidiendo confirmación.
Viendo las caras no hizo falta que nadie
confirmara el autor. El repugnante Joe Saldaña es uno de los miembros de una
importante familia en su Colombia natal y un actor de tres al cuarto, que no
contrataría nadie ni como figurante. Lo fue, a base de pagar importantes sumas
de dinero en sobornos, para ser uno de los protagonistas de una importante
superproducción que preparaba la Eight teen Fex. Su familia en Colombia
pertenece al temido cártel de los Rissoto. El nombre del clan vino dado por que
en el día de año nuevo del 2000, perpetraron una de las peores matanzas del
país. Asesinaron a 50 miembros de la familia del Fiscal General de Colombia,
mientras saboreaban un rissoto a base de langosta. No discriminaron entre
hombres, mujeres, niños o ancianos. Todos fueron pasados a cuchillo,
desmembrados y esparcidos sus restos por todo el país. A la mayoría los
colgaron de puentes como advertencia al resto de enemigos y como signo de poder
y supremacía.
Dentro del país, son legendarios por su poderosa organización, donde
sus tentáculos llegan hasta las más
altas instancias del estado. Conocidos por la cuantía de sus negocios
fraudulentos, abarcando desde el tráfico de drogas –cocaína, heroína y
cualquier derivado químico que fuera mínimamente rentable-, pasando por el
tráfico de mujeres hacia los Estados Unidos, que previamente eran arrancadas de
sus casas, siendo aún adolescentes, violadas por los miembros del clan, drogadas y enviadas a
burdeles de todo el mundo; y llegando a la compra venta de armas en el mercado
negro, auspiciados y ayudados por la Agencia de Inteligencia Americana. Y por
último por su extremada violencia contra los demás cárteles, que le llevaban a
ajusticiar indiscriminadamente a más de mil pobres diablos al año.
Joe Saldaña se comportaba como un verdadero
sátrapa con todos sus compañeros de reparto, incluidos los productores y
director. Después de un sinfín de problemas, el director, asumiendo que no
podía despedirlo, le intentó reducir su participación en los diálogos de forma
drástica. Durante esa misma noche,
ardieron los estudios donde se estaba rodando una de las escenas y aparecieron los
dos perros del director ahogados en la piscina de su casa, debajo de la lona
que la cubría.
Todos los indicios apuntaban a Saldaña, pero
nunca no se pudo demostrar su implicación en los hechos. En una operación de
lavado de reputación, Joe organizó una fiesta para todo el elenco, en donde no
faltaron actuaciones de raperos de moda, chicas de buena y mala reputación que
fueron arrastradas a una salvaje coral sexual en la piscina, decenas de litros
del mejor alcohol que el dinero puede comprar; pero sobre todo, kilos de un
selecto surtido de drogas que hizo estragos en los invitados. Después de dos
días de fiesta sin control, catorce invitados abandonaron el lugar en camilla,
y un joven ayudante de dirección murió debido a una sobredosis.
Todos los invitados fueron debidamente intimidados
para declarar que no recordaban absolutamente nada de la fiesta, o que ni tan
siquiera habían asistido a ella, por lo que el juicio que se generó tenía visos
de declararse nulo por falta de pruebas.
Sam Citrix consiguió que dos jóvenes actores
declararan contra Joe Saldaña. Básicamente denunciaron como habían sido
incentivados, por el acusado, para que consumieran un potente alucinógeno
después de haber ingerido litros de alcohol. Pero lo que realmente le dio la
puntilla al mafioso metido a actor, fue como relataron la falta del mínimo
sentido de la humanidad cuando observaron
como ordenó a dos empleados sacar al joven ayudante de dirección, aún con vida, de la casa. Dos días después,
apareció en una playa cercana, donde según la autopsia, murió ahogado.
La sentencia, además de una cadena perpetua
revisable, en una prisión estatal, le forzaba pagar a una indemnización por
responsabilidad civil de varios millones de dólares, que fueron abonados, a
través de la venta de todos los inmuebles y vehículos que poseía dentro del
país.
Después de recibir la sentencia, se levantó,
miró fijamente a Sam Citrix y sentenció: “De
la cárcel se sale, del cementerio no”
-Hemos sabido que la chica que declaró en el
juicio contra Saldaña, Mandy Loterein ha sido encontrada ahorcada en su
apartamento. Y que el chico, Arnold Barenback está en paradero desconocido
desde hace una semana.- Soltó Robert Kallum desde el fondo de la habitación.-
Sam, desde hace una semana te hemos puesto vigilancia las 24 horas del día.
Ahora mismo, tengo a dos de mis mejores hombres a menos de 50 metros de tu casa
vigilando. Y otros dos que te están haciendo un seguimiento silencioso.
-¿Y qué ha cambiado, como demuestra esta
reunión, para que me estéis contando esto?- Sam era un muy buen abogado, y su cabeza
corría a un ritmo superior al resto de los mortales, enseguida se dio cuenta de
las implicaciones de la cita.
- Hemos sabido por un contacto en penitenciaría
que Joe Saldaña ha contactado con su familia, y que estos han contratado los
servicios…digamos…de un justiciero.- Titubeó en las palabras el jefe de
seguridad.- En pocas palabras, de un matón.
La palabra matón le produjo a Sam una
sensación entre incomoda y terrorífica que no pudo ocultar.
-¿Y…?.- Inquirió Sam para que le contaran el
resto de la información que no le habían contado aún.
- Teníamos bajo vigilancia a este sujeto
desde que llegó a California, pero hace 48 horas que no sabemos nada de el. Se
ha evaporado. No sabemos dónde está ni los planes que tiene.- Respondió el
exmilitar en tono de disculpa.
Sam, se encontraba cada vez más incómodo y
excitado. Se tomó un segundo para recapacitar y le vino a la mente la siguiente
pregunta.
-Sí, sabíais quién era, y donde estaba, ¿Por
qué no llamasteis a la policía para que lo arrestara?
- Esto es más grave de lo que crees, Sam.-
Intervino Malakay Rubinstein, el socio con los mejores contactos en todos los
estamentos, nariz aguileña y gafas sin montura visible.- Aunque se detuviera a
este matón, que impediría a Joe Saldaña contratar a otro y a otro más hasta que
consiguiera su objetivo. Nada. Estamos convencidos que tenemos que llegar al
fondo del asunto, pase la línea que se pase. Lo primero es tu seguridad y la de
los tuyos.
- ¿Y que tenéis pensado hacer? Sí es que
tenéis pensado algo…
- Lo primordial es encontrar al matón y
neutralizarlo. Y como bien ha dicho Malakay pasaremos las líneas que hagan
falta traspasar para que estés en todo momento a salvo.
En ese momento habló con voz rotunda y
autoritaria el fundador del bufete desde el cuerpo de un Papa Noel bonachón y
simpático, Michael Andersen.
-Sam, no es momento para legalidades, es el
momento de actuar a la ofensiva. Hemos autorizado al señor Kallum para que
utilice todos los medios que crea adecuados para solucionar este tema de una
vez por todas. Y cuando digo todos son todos. Ni yo mismo quiero saberlo.
- Si se me permite- interrumpió el jefe de
seguridad.- quiero decirles, que desgraciadamente estoy bastante habituado, por
mi experiencia militar y mi carrera posterior en el sector privado, a este tipo
de situaciones, por lo que he contactado con antiguos compañeros en el servicio
secreto, en la policía estatal, incluso en la penitenciaría del condado para
trabajar de forma conjunta. Incluso el juez del caso, que te tiene en gran
estima, el señor Fasbinder, nos ha dado una velada carta blanca para actuar.
Los socios han pensado que te tomes con Megan unas merecidas vacaciones en el
extranjero, lejos de la mirada de Joe Saldaña. ¿Qué te parece?
- Me parece bien, creo que unas vacaciones
nos vendría muy bien, hasta que se tranquilicen las cosas por aquí.- respondió
convencido el joven abogado.
- Un amigo de inmigración ha puesto un avión
de la DEA, que no aparece en ningún libro, a nuestra disposición para que te
lleve al destino que elijas, bajo nombres falsos, cortesía del servicio secreto.
Nadie sabrá donde estás, ni lo que estás haciendo, excepto nosotros. Cuatro de
mis hombres os acompañarán a la ciudad que elijas por si tuvieras algún
contratiempo.
Robert Kallum se acercó a Sam, ofreciéndole un reloj con la esfera negra
metálica y correa de cuero marrón.
-Ponte este reloj, y podremos localizarte
estés donde estés. Observa. Si aprietas este botón se activará una alarma
silenciosa y tendrás a cuatro hombres pegados a tu culo más rápido de lo que
tardas en estornudar. Y no te preocupes, no los verás si no son necesarios. Son
buenos chicos y están perfectamente entrenados. Te acompaño a casa y te cuento
los detalles.
- Sam, disfruta con Megan de estas
vacaciones. Nos pondremos en contacto contigo cuando esté todo solucionado.-
respondió su mentor con tono optimista.
La reunión llegó a su fin, pero la sensación
de intranquilidad que reconcomía a Sam se volvió más intensa y descorazonadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario