martes, 17 de junio de 2014

La caída. Cuarto capítulo.



CAPITULO 4.

Sam Citrix conducía su vehículo por la interestatal  con la extraña sensación que algo no iba del todo bien. Que lo llamaran a altas horas para que acudiera a algún acto social, o cena de negocios, para que aclarara algún punto de un caso en particular, era habitual. Lo que era del todo anormal son esas reuniones en el bufete a altas horas de la madrugada.

Estaba repasando mentalmente todos los temas pendientes que había dejado para el día siguiente, por sí en un lapsus mental se le había escapado algo importante, pero no logró adivinar qué es lo que había olvidado o hecho mal. Su metodología era extremadamente exquisita, por lo que era altamente improbable que se le escapara algún detalle a él o a su equipo, por muy pequeño que este fuera. Todo parecía estar en orden en su cabeza, pero convino que el mundo en el que se movía era de todo menos ordenado y previsible. Por su cabeza pasaba desde una celebración poco ortodoxa, hasta un  giro inesperado en cualquier caso relevante que llevara el bufete.

Si con la serpiente multicolor de vehículos llenando cada  tramo asfaltado en plena efervescencia le llevaba recorrer la distancia entre su casa y el bufete no menos de 90 minutos, a aquellas horas, donde la calma reinaba y solo se veían metros de carretera por recorrer, logró realizarlo en apenas 40. Relajadamente disfrutó de esos momentos de tranquilidad, escuchando un excelso recopilatorio de Louis Armstrong en el potente aparato de sonido. Aún recordaba el día que los socios del bufete le regalaron el flamante Mercedes negro que conducía. Era un coche fantástico, signo del reciente estatus de socio adquirido en la firma ABR&S. Por fin, vio como la fachada principal se adaptaba para incluir su inicial. Como mandaban los cánones, antes de los 30, había conseguido ganar su primer millón de dólares para la empresa, conducía un vehículo al alcance de muy pocos; pero, fiel a sus principios, conservaba su pequeña casa de la costa que se había convertido en un pequeño oasis donde, disfrutar de la vida en pareja, poder estar en contacto con el mar, y relajarse con largos paseos en compañía de Megan. Para el mundo se había convertido en un hombre de éxito, con una brillante carrera profesional por delante. Para Sam era la manera de conseguir la independencia.

Dentro del recinto amurallado del bufete reinaba la calma. En la enorme puerta acristalada Robert Kallum fumaba compulsivamente, mientras observaba como el Mercedes de Sam aparcaba en su plaza. 


-¿Problemas, Robert?- Preguntó Sam saliendo del vehículo.
-Y graves, Sam.- Contestó el jefe de seguridad con la cara desencajada, sobrepasado por los acontecimientos.- Sube que ya te están esperando los demás socios.


Kallum apagó el cigarro a medio terminar, y acompañó al joven abogado hasta el despacho de juntas de ABR&S.


-¿No puedes adelantarme nada, Robert?- Volvió a preguntar Sam con la intriga calándole los huesos.
-Vamos. Hace rato que te esperan.-Respondió Robert con un tono de voz más paternalista que autoritario


Atravesaron el marmóreo vestíbulo de altos techos abovedados y aspecto modernista, con grandes lámparas estilo industrial y con los toques minimalistas tan del estilo del cliente de la firma. En la amplia sala de recepción, y a la derecha de esta, un gran mostrador que hacía las veces de recibidor, resplandecía en un brillante tono caoba, donde destacaban las letras plateadas del nombre de la firma. 

A aquellas horas de la noche no había guarda de seguridad, el arco de seguridad estaba desactivado, por lo que lo franquearon sin la ceremonia litúrgica de pasar la tarjeta identificativa y despojarse de todo lo metálico. Subieron a grandes zancadas los escalones que lo separaban de la segunda planta. 

La zona noble del edificio estaba adornada con un gusto más cercano a la excentricidad, que a la sobriedad que hacía gala el bufete. Kilométricas Alfombras Persas de finos detalles, jarrones de la dinastía Ming en tonos azulados, que tenían el tamaño de un hombre; sofás estilos Luis XVI y varias vitrinas de Gunni&Trentino a cinco mil dólares la pieza, con objetos de la multitud de viajes exóticos realizados por los socios. 

Al traspasar la puerta de la sala de juntas, ricamente labrada con motivos bíblicos, estaban esperándolos los socios de la firma con rostros serios y llenos de tensión.

 Comenzó a hablar su mentor, Robert Blackburg. Su tono era sereno y tranquilizador.


-Siéntate Sam. Supongo que habrás venido todo el camino preguntándote por el motivo de esta reunión tan fuera de la común.- Sam asintió dejando hablar a su protector.- Ante todo queremos  que te tranquilices. Estamos muy orgullosos de tu trabajo en el bufete y ninguno de los socios podemos poner ninguna objeción a tu proceder.


La mirada incrédula de Sam iba de Robert Blackburg al anciano Michael Andersen y de este, al siempre callado Malakay Rubinstein. Callum se mantenía de pie, a una cierta distancia, esperando a que llegara su oportunidad para hablar.


-En el desempeño de nuestra profesión hacemos bastantes amigos que normalmente nos duran toda la vida. Traspasamos la relación de abogado-cliente para convertirnos en padrinos de algún que otro niño, albacea de las últimas voluntades de personas a las que queremos y testaferros de toda la porquería que escondemos debajo de las alfombras. Por supuesto, el beneficio es reciproco. Sabemos que, en nuestros clientes tenemos amigos que periódicamente nos reportarán pingües beneficios, a los que tendremos que hacer favores personales, y que nos ayudarán en caso de necesitarlo. Estas relaciones tenemos que cuidarlas, mimarlas y sobre todo explotarlas. Si nos piden sacar a pasear a un asqueroso perro, les proporcionemos señoras de compañía o jovencitas sin desvirgar, lo hacemos. Por muy en contra que esté de los más elementales dictados morales. Sí nos piden que nos follemos a sus mujeres para que tengan tiempo para dedicarle a la que le espera en un piso alquilado, lo hacemos. Pero todo esto ya lo sabes. Naciste con el título de abogado y con el carácter de uno de nosotros. La diferencia es que tú eres bastante mejor que todos nosotros. Tienes esa inteligencia que te hace llevar las riendas de cualquier situación, hasta llevártela a tu terreno, y que terminen suplicándote que les des la solución, que previamente has grabado en sus maleables cerebros.


- Gracias a todos por vuestro apoyo, pero no entiendo a donde queréis llegar.- Replicó Sam con la idea de que no era horas para discursos.- Al grano, por favor.

- A eso voy, permíteme terminar.- contestó el viejo profesor en tono de disculpa.-  Al igual que dentro de la profesión hacemos grandes amigos, también nos creamos grandes enemigos que están dispuestos a pisarnos el cuello a la mínima oportunidad que encuentren. En la mayoría de los casos se toman revanchas en los tribunales, con cualquier otro juicio, pero ahora tenemos entre manos un asunto con un individuo que debemos tomar en consideración.


Inmediatamente a Sam se le vino un nombre a la cabeza. 


Joe Saldaña


-¿Hablamos de Joe Saldaña?-  repitió en voz alta pidiendo confirmación.


Viendo las caras no hizo falta que nadie confirmara el autor. El repugnante Joe Saldaña es uno de los miembros de una importante familia en su Colombia natal y un actor de tres al cuarto, que no contrataría nadie ni como figurante. Lo fue, a base de pagar importantes sumas de dinero en sobornos, para ser uno de los protagonistas de una importante superproducción que preparaba la Eight teen Fex. Su familia en Colombia pertenece al temido cártel de los Rissoto. El nombre del clan vino dado por que en el día de año nuevo del 2000, perpetraron una de las peores matanzas del país. Asesinaron a 50 miembros de la familia del Fiscal General de Colombia, mientras saboreaban un rissoto a base de langosta. No discriminaron entre hombres, mujeres, niños o ancianos. Todos fueron pasados a cuchillo, desmembrados y esparcidos sus restos por todo el país. A la mayoría los colgaron de puentes como advertencia al resto de enemigos y como signo de poder y supremacía.

Dentro del país, son  legendarios por su poderosa organización, donde sus tentáculos  llegan hasta las más altas instancias del estado. Conocidos por la cuantía de sus negocios fraudulentos, abarcando desde el tráfico de drogas –cocaína, heroína y cualquier derivado químico que fuera mínimamente rentable-, pasando por el tráfico de mujeres hacia los Estados Unidos, que previamente eran arrancadas de sus casas, siendo aún adolescentes, violadas por  los miembros del clan, drogadas y enviadas a burdeles de todo el mundo; y llegando a la compra venta de armas en el mercado negro, auspiciados y ayudados por la Agencia de Inteligencia Americana. Y por último por su extremada violencia contra los demás cárteles, que le llevaban a ajusticiar indiscriminadamente a más de mil pobres diablos al año.

Joe Saldaña se comportaba como un verdadero sátrapa con todos sus compañeros de reparto, incluidos los productores y director. Después de un sinfín de problemas, el director, asumiendo que no podía despedirlo, le intentó reducir su participación en los diálogos de forma drástica.  Durante esa misma noche, ardieron los estudios donde se estaba rodando una de las escenas y aparecieron los dos perros del director ahogados en la piscina de su casa, debajo de la lona que la cubría.

Todos los indicios apuntaban a Saldaña, pero nunca no se pudo demostrar su implicación en los hechos. En una operación de lavado de reputación, Joe organizó una fiesta para todo el elenco, en donde no faltaron actuaciones de raperos de moda, chicas de buena y mala reputación que fueron arrastradas a una salvaje coral sexual en la piscina, decenas de litros del mejor alcohol que el dinero puede comprar; pero sobre todo, kilos de un selecto surtido de drogas que hizo estragos en los invitados. Después de dos días de fiesta sin control, catorce invitados abandonaron el lugar en camilla, y un joven ayudante de dirección murió debido a una sobredosis. 

Todos los invitados fueron debidamente intimidados para declarar que no recordaban absolutamente nada de la fiesta, o que ni tan siquiera habían asistido a ella, por lo que el juicio que se generó tenía visos de declararse nulo por falta de pruebas.

Sam Citrix consiguió que dos jóvenes actores declararan contra Joe Saldaña. Básicamente denunciaron como habían sido incentivados, por el acusado, para que consumieran un potente alucinógeno después de haber ingerido litros de alcohol. Pero lo que realmente le dio la puntilla al mafioso metido a actor, fue como relataron la falta del mínimo sentido de la humanidad  cuando observaron como ordenó a dos empleados sacar al joven ayudante de dirección,  aún con vida, de la casa. Dos días después, apareció en una playa cercana, donde según la autopsia, murió ahogado.

La sentencia, además de una cadena perpetua revisable, en una prisión estatal, le forzaba pagar a una indemnización por responsabilidad civil de varios millones de dólares, que fueron abonados, a través de la venta de todos los inmuebles y vehículos que poseía dentro del país.

Después de recibir la sentencia, se levantó, miró fijamente a Sam Citrix y sentenció: “De la cárcel se sale, del cementerio no”


-Hemos sabido que la chica que declaró en el juicio contra Saldaña, Mandy Loterein ha sido encontrada ahorcada en su apartamento. Y que el chico, Arnold Barenback está en paradero desconocido desde hace una semana.- Soltó Robert Kallum desde el fondo de la habitación.- Sam, desde hace una semana te hemos puesto vigilancia las 24 horas del día. Ahora mismo, tengo a dos de mis mejores hombres a menos de 50 metros de tu casa vigilando. Y otros dos que te están haciendo un seguimiento silencioso. 


-¿Y qué ha cambiado, como demuestra esta reunión, para que me estéis contando esto?- Sam era un muy buen abogado, y su cabeza corría a un ritmo superior al resto de los mortales, enseguida se dio cuenta de las implicaciones de la cita.

- Hemos sabido por un contacto en penitenciaría que Joe Saldaña ha contactado con su familia, y que estos han contratado los servicios…digamos…de un justiciero.- Titubeó en las palabras el jefe de seguridad.- En pocas palabras, de un matón.

La palabra matón le produjo a Sam una sensación entre incomoda y terrorífica que no pudo ocultar.

-¿Y…?.- Inquirió Sam para que le contaran el resto de la información que no le habían contado aún.

- Teníamos bajo vigilancia a este sujeto desde que llegó a California, pero hace 48 horas que no sabemos nada de el. Se ha evaporado. No sabemos dónde está ni los planes que tiene.- Respondió el exmilitar en tono de disculpa.


Sam, se encontraba cada vez más incómodo y excitado. Se tomó un segundo para recapacitar y le vino a la mente la siguiente pregunta.


-Sí, sabíais quién era, y donde estaba, ¿Por qué no llamasteis a la policía para que lo arrestara?

- Esto es más grave de lo que crees, Sam.- Intervino Malakay Rubinstein, el socio con los mejores contactos en todos los estamentos, nariz aguileña y gafas sin montura visible.- Aunque se detuviera a este matón, que impediría a Joe Saldaña contratar a otro y a otro más hasta que consiguiera su objetivo. Nada. Estamos convencidos que tenemos que llegar al fondo del asunto, pase la línea que se pase. Lo primero es tu seguridad y la de los tuyos.

- ¿Y que tenéis pensado hacer? Sí es que tenéis pensado algo…

- Lo primordial es encontrar al matón y neutralizarlo. Y como bien ha dicho Malakay pasaremos las líneas que hagan falta traspasar para que estés en todo momento a salvo.

En ese momento habló con voz rotunda y autoritaria el fundador del bufete desde el cuerpo de un Papa Noel bonachón y simpático, Michael Andersen.


-Sam, no es momento para legalidades, es el momento de actuar a la ofensiva. Hemos autorizado al señor Kallum para que utilice todos los medios que crea adecuados para solucionar este tema de una vez por todas. Y cuando digo todos son todos. Ni yo mismo quiero saberlo.

- Si se me permite- interrumpió el jefe de seguridad.- quiero decirles, que desgraciadamente estoy bastante habituado, por mi experiencia militar y mi carrera posterior en el sector privado, a este tipo de situaciones, por lo que he contactado con antiguos compañeros en el servicio secreto, en la policía estatal, incluso en la penitenciaría del condado para trabajar de forma conjunta. Incluso el juez del caso, que te tiene en gran estima, el señor Fasbinder, nos ha dado una velada carta blanca para actuar. Los socios han pensado que te tomes con Megan unas merecidas vacaciones en el extranjero, lejos de la mirada de Joe Saldaña. ¿Qué te parece?

- Me parece bien, creo que unas vacaciones nos vendría muy bien, hasta que se tranquilicen las cosas por aquí.- respondió convencido el joven abogado.
- Un amigo de inmigración ha puesto un avión de la DEA, que no aparece en ningún libro, a nuestra disposición para que te lleve al destino que elijas, bajo nombres falsos, cortesía del servicio secreto. Nadie sabrá donde estás, ni lo que estás haciendo, excepto nosotros. Cuatro de mis hombres os acompañarán a la ciudad que elijas por si tuvieras algún contratiempo. 


Robert Kallum se acercó a Sam,  ofreciéndole un reloj con la esfera negra metálica y correa de cuero marrón.


-Ponte este reloj, y podremos localizarte estés donde estés. Observa. Si aprietas este botón se activará una alarma silenciosa y tendrás a cuatro hombres pegados a tu culo más rápido de lo que tardas en estornudar. Y no te preocupes, no los verás si no son necesarios. Son buenos chicos y están perfectamente entrenados. Te acompaño a casa y te cuento los detalles.


- Sam, disfruta con Megan de estas vacaciones. Nos pondremos en contacto contigo cuando esté todo solucionado.- respondió su mentor con tono optimista.


La reunión llegó a su fin, pero la sensación de intranquilidad que reconcomía a Sam se volvió más intensa y descorazonadora.

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