CAPITULO 2
El paseo marítimo, un sábado por la tarde,
era un verdadero hervidero de personajes sin nombre de estrafalarias
indumentarias, agiles patinadores que esquivaban con maestría a los asustados viandantes,
grupos de jóvenes, bailando los ritmos de moda, con equipos de música
preparados para dañar tímpanos poco entrenados, turistas admirando el bello
atardecer californiano, y personas anónimas disfrutando del aire libre y
caminando sin rumbo fijo. Esa tarde de finales de primavera, se hacía
difícil mantener una línea recta, teniendo que esquivar cada cuatro
pasos a alguien que se cruzaba, o se paraba a charlar con otro.
Sam y Megan paseaban agarrados de la cintura
entre el bullicioso bosque de almas, sedientas de sol, mientras celebraban
animadamente que Megan había conseguido, que una galería local expusiera parte
de su colección de obras, que abarcaban desde el exquisito forjado del hierro
de formas imposibles, hasta pequeños cuadros que recordaban al mejor James
McNeill Whistler, que harían las delicias de los coleccionistas caza talentos
de Rodeo Drive.
-¿Ves esa casa?- Preguntó Sam al amor de su
vida, mientras señalaba el tejado de tejas grises que se adivinaba entre los
edificios colindantes.
-Si, claro. Es la nuestra, y es preciosa.- Dijo
con voz cantarina mientras miraba a su novio con cara de no entender del todo
la pregunta.
Sam se detuvo y tragó saliva, mientras reunía
en su mente las palabras exactas. Suavemente tomó a Megan de las manos, la miró
a esos ojos llenos de vida, en los que dormía sus sueños, absorbía todo lo malo
y, lanzaba amor con cada pestañeo.
-Pues quiero que sea de la señora Citrix.-
Soltó Sam con voz temblorosa llena de emoción.
Megan estuvo unos instantes reuniendo fuerzas
y preguntándose sí realmente su novio le
acababa de pedir matrimonio. Sonrió, mientras una oleada de fuego se hacía
fuerte en su interior, al tiempo que producto de la emoción, se le nublaba la
vista, y un torrente de lágrimas se deslizaba por sus aterciopeladas mejillas.
Abrazó a su novio con fuerza mientras le susurraba al oído:
-No sabría decirte un mejor plan para los
próximos cien años. ¿Me seguirás queriendo cuando esté llena de arrugas, sea
fea, esté gorda y llena de dolores?
-No sabría decirte un mejor plan para los próximos
cien años, cariño.- respondió Sam, mientras ceremoniosamente, se introdujo la
mano en el bolsillo del pantalón, sacaba una pequeña cajita negra con las
letras doradas de “Cartier” impresas en la tapa y clavaba una rodilla de
pleitesía en el suelo.
Inmediatamente, se formó un circulo de
curiosos alrededor de la pareja en el que se agolpaban expectantes transeúntes
ávidos de experiencias, alguna que otra llorona emocionada, y personas anonimas
aplaudiendo y silbando.
-¡Megan Logon, cásate conmigo y me harás el
hombre más feliz de la tierra!- tembloroso acompañó la frase con el torpe gesto
de abrir la cajita y ofreciendo su brillante interior a una Megan que solo
tenía ojos para su futuro esposo.
Los allí congregado guardaban un sepulcral
silencio, pendiente de escuchar de los trémulos labios de la chica un rotundo y
enamorado “Si”. La respuesta se convirtió en el detonante de un atronador
aplauso, entre vítores y frases del tipo
“¡Si no lo quieres tú, déjamelo a mí, nena!”, “¡Dile que sí al chicos, no lo hagas sufrir
más!” o “¡Vaya pedrusco, cariño!”.
Como por ensalmo, la gente comprendió que ya
era el momento de dejar a la joven pareja dar rienda suelta a ese desbocado
amor, y desaparecieron tan rápido como habían aparecido. Ese hiperbólico
momento en el que el anillo entraba en el dedo de Megan se convirtió, por
siempre, en el icono perfecto de la palabra unión.
El amor terminó rindiendo sentencia nada más
cruzar el umbral de la puerta de su casa, en lo que se convirtió en una
vorágine de ropas desgarradas, cuerpos sudorosos y respiraciones alteradas en
una maratón sexual nocturna que los dejó desechos, y henchidos de felicidad.
El océano Pacifico había sido testigo de la
petición, y también lo fue de la ceremonia de matrimonio. Al pie de una coqueta cala de difícil acceso, rodeada
de escarpados acantilados, donde las olas rompían con fuerza y la brisa
acariciaba la abrupta piedra, improvisaron un pequeño altar de blancas maderas
labradas, adornadas con bellas flores de múltiples tonalidades, haciendo que
fuera el entorno perfecto donde reunir a sus familiares y amigos más cercanos,
y celebrar una ceremonia corta, cargada de emoción y lágrimas reprimidas. Menos
de treinta personas formaban la exclusiva comitiva nupcial claro ejemplo de que
la pareja había escogido un tipo de ceremonia acorde a su estilo de vida, donde
la intimidad, lejos de grandes alharacas y grandilocuentes puesta en escena,
era el sello identificativo del día más importante de sus vidas, y donde el
amor que se profesaban era el protagonista principal del acto.
Ella vestía un sencillo vestido de seda
blanco de tirantes, y un ramo de orquídeas blancas y tonos rosáceos. Una fina
gargantilla, regalo de sus padres, y el anillo de pedida remataban el conjunto
de una manera excepcionalmente bella. Sam, pantalón blanco de lino natural, y
camisa del mismo tejido y semi-desabrochada. Ambos descalzos, como el resto de
sus invitados.
Los tres socios del bufete organizaron en
tiempo record el festín posterior, en un
exclusivo club de campo en las colinas que rodeaban Hollywood, donde
continuaron las celebraciones y las muestras de cariño de la pareja. El socio
sénior de AB&R, Scott Andersen, un soltero por convicción, de modales
exquisitos, y pelo escaso y blanco, pasaba por la viva estampa de un Papá Noel
de carne y hueso, les regaló una maravillosa vuelta al mundo, que duraría aproximadamente
un mes, en el que visitarían los lugares con más encantos del mundo, finalizando
en la ciudad del amor, en París. Con una espectacular cena en el restaurante
“Ciel de Paris”, del ático de la torre
Montparnasse pondrían el sello
definitivo a una relación que duraría por siempre, y la firma a una pareja
predestinada a quererse, más allá del tiempo, avatares e infortunios.
La noche terminó al amanecer
Enorabuena por el presente capítulo. Éste es más de mi estilo y del de Cómeme corazón: bonito, tierno y romántico. Me ha encantado.
ResponderEliminarLo se Meli. Pero no habrá muchos así... Es capítulo de presentacion
EliminarBonita boda, me han dado ganas de casarme ;)
ResponderEliminarNo te cortes Silvia. Pero invitaaaaaa. Jajajajaja
Eliminarse me pasó este relato. Me gusta sobre todo la forma en la que describes como va vestida la novia, de idea de sencillez y a la vez elegancia. Creo que has conseguido dibujar la boda ideal para muchas mujeres. Como critica personal, el estilo que tienes en estos relatos me es mas cercano y me trasmite imágenes de los que describes, pero tal vez es que yo no estoy al nivel de los anteriores.
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