jueves, 5 de junio de 2014

La caída. Segundo capítulo.



CAPITULO 2

El paseo marítimo, un sábado por la tarde, era un verdadero hervidero de personajes sin nombre de estrafalarias indumentarias, agiles patinadores que esquivaban con maestría a los asustados viandantes, grupos de jóvenes, bailando los ritmos de moda, con equipos de música preparados para dañar tímpanos poco entrenados, turistas admirando el bello atardecer californiano, y personas anónimas disfrutando del aire libre y caminando sin rumbo fijo. Esa tarde de finales de primavera, se  hacía  difícil mantener una línea recta, teniendo que esquivar cada cuatro pasos a alguien que se cruzaba, o se paraba a charlar con otro.
Sam y Megan paseaban agarrados de la cintura entre el bullicioso bosque de almas, sedientas de sol, mientras celebraban animadamente que Megan había conseguido, que una galería local expusiera parte de su colección de obras, que abarcaban desde el exquisito forjado del hierro de formas imposibles, hasta pequeños cuadros que recordaban al mejor James McNeill Whistler, que harían las delicias de los coleccionistas caza talentos de Rodeo Drive.
-¿Ves esa casa?- Preguntó Sam al amor de su vida, mientras señalaba el tejado de tejas grises que se adivinaba entre los edificios colindantes.
-Si, claro. Es la nuestra, y es preciosa.- Dijo con voz cantarina mientras miraba a su novio con cara de no entender del todo la pregunta.
Sam se detuvo y tragó saliva, mientras reunía en su mente las palabras exactas. Suavemente tomó a Megan de las manos, la miró a esos ojos llenos de vida, en los que dormía sus sueños, absorbía todo lo malo y, lanzaba  amor con cada pestañeo. 
-Pues quiero que sea de la señora Citrix.- Soltó Sam con voz temblorosa llena de emoción.
Megan estuvo unos instantes reuniendo fuerzas y preguntándose  sí realmente su novio le acababa de pedir matrimonio. Sonrió, mientras una oleada de fuego se hacía fuerte en su interior, al tiempo que producto de la emoción, se le nublaba la vista, y un torrente de lágrimas se deslizaba por sus aterciopeladas mejillas. Abrazó a su novio con fuerza mientras le susurraba al oído:
-No sabría decirte un mejor plan para los próximos cien años. ¿Me seguirás queriendo cuando esté llena de arrugas, sea fea, esté gorda y llena de dolores?
-No sabría decirte un mejor plan para los próximos cien años, cariño.- respondió Sam, mientras ceremoniosamente, se introdujo la mano en el bolsillo del pantalón, sacaba una pequeña cajita negra con las letras doradas de “Cartier” impresas en la tapa y clavaba una rodilla de pleitesía en el suelo.
Inmediatamente, se formó un circulo de curiosos alrededor de la pareja en el que se agolpaban expectantes transeúntes ávidos de experiencias, alguna que otra llorona emocionada, y personas anonimas aplaudiendo y silbando.
-¡Megan Logon, cásate conmigo y me harás el hombre más feliz de la tierra!- tembloroso acompañó la frase con el torpe gesto de abrir la cajita y ofreciendo su brillante interior a una Megan que solo tenía ojos para su futuro esposo.
Los allí congregado guardaban un sepulcral silencio, pendiente de escuchar de los trémulos labios de la chica un rotundo y enamorado “Si”. La respuesta se convirtió en el detonante de un atronador aplauso, entre vítores y frases del tipo  “¡Si no lo quieres tú, déjamelo a mí, nena!”,  “¡Dile que sí al chicos, no lo hagas sufrir más!” o “¡Vaya pedrusco, cariño!”.
Como por ensalmo, la gente comprendió que ya era el momento de dejar a la joven pareja dar rienda suelta a ese desbocado amor, y desaparecieron tan rápido como habían aparecido. Ese hiperbólico momento en el que el anillo entraba en el dedo de Megan se convirtió, por siempre, en el icono perfecto de la palabra unión.
El amor terminó rindiendo sentencia nada más cruzar el umbral de la puerta de su casa, en lo que se convirtió en una vorágine de ropas desgarradas, cuerpos sudorosos y respiraciones alteradas en una maratón sexual nocturna que los dejó desechos, y henchidos de  felicidad.

El océano Pacifico había sido testigo de la petición, y también lo fue de la ceremonia de matrimonio.  Al pie de una coqueta cala de difícil acceso, rodeada de escarpados acantilados, donde las olas rompían con fuerza y la brisa acariciaba la abrupta piedra, improvisaron un pequeño altar de blancas maderas labradas, adornadas con bellas flores de múltiples tonalidades, haciendo que fuera el entorno perfecto donde reunir a sus familiares y amigos más cercanos, y celebrar una ceremonia corta, cargada de emoción y lágrimas reprimidas. Menos de treinta personas formaban la exclusiva comitiva nupcial claro ejemplo de que la pareja había escogido un tipo de ceremonia acorde a su estilo de vida, donde la intimidad, lejos de grandes alharacas y grandilocuentes puesta en escena, era el sello identificativo del día más importante de sus vidas, y donde el amor que se profesaban era el protagonista principal del acto.
Ella vestía un sencillo vestido de seda blanco de tirantes, y un ramo de orquídeas blancas y tonos rosáceos. Una fina gargantilla, regalo de sus padres, y el anillo de pedida remataban el conjunto de una manera excepcionalmente bella. Sam, pantalón blanco de lino natural, y camisa del mismo tejido y semi-desabrochada. Ambos descalzos, como el resto de sus invitados.
Los tres socios del bufete organizaron en tiempo record  el festín posterior, en un exclusivo club de campo en las colinas que rodeaban Hollywood, donde continuaron las celebraciones y las muestras de cariño de la pareja. El socio sénior de AB&R, Scott Andersen, un soltero por convicción, de modales exquisitos, y pelo escaso y blanco, pasaba por la viva estampa de un Papá Noel de carne y hueso, les regaló una maravillosa vuelta al mundo, que duraría aproximadamente un mes, en el que visitarían los lugares con más encantos del mundo, finalizando en la ciudad del amor, en París. Con una espectacular cena en el restaurante “Ciel de Paris”,  del ático de la torre Montparnasse  pondrían el sello definitivo a una relación que duraría por siempre, y la firma a una pareja predestinada a quererse, más allá del tiempo, avatares e infortunios.
La noche terminó al amanecer

5 comentarios:

  1. Enorabuena por el presente capítulo. Éste es más de mi estilo y del de Cómeme corazón: bonito, tierno y romántico. Me ha encantado.

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  2. Bonita boda, me han dado ganas de casarme ;)

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  3. se me pasó este relato. Me gusta sobre todo la forma en la que describes como va vestida la novia, de idea de sencillez y a la vez elegancia. Creo que has conseguido dibujar la boda ideal para muchas mujeres. Como critica personal, el estilo que tienes en estos relatos me es mas cercano y me trasmite imágenes de los que describes, pero tal vez es que yo no estoy al nivel de los anteriores.

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