Antes de empezar a leer quiero advertir que contiene escenas que pueden herir la sensibilidad del lector.
CAPITULO 5B. (JOHN DOE)
John Doe observaba a su presa a través de la
ventana, oculto entre rododendros de vivos tonos rosas y blancas azaleas. A
través del cristal, observaba las largas piernas de Megan semiflexionadas
soportando el peso del voluminoso libro que la mantenía absorta en su lectura. Vestía
unas minúscula braguita blanca, y una corta camiseta de tirantes del mismo
color que, dejaban muy poco a la imaginación y marcaba cada centímetro cuadrado de su
escultural cuerpo.
El mirón furtivo se recreaba en cada detalle,
mientras subía en su interior la necesidad imperiosa de poseerla, de regarse
dentro de ella, de hacerla suya antes de sacrificarla, tal y como le habían
ordenado.
Le gustaba su trabajo, aceptaba que no era
muy ortodoxo, pero era para lo que había nacido. Desde muy pequeño disfrutaba
haciendo sufrir. Su padre les abandonó, a él y a su madre Charlize Tillembaum,
antes que naciera, por lo que su progenitora, una bella mujer trabajadora con
unos hermosos ojos verdes y peligrosas curvas, tuvo que criarlo con la única
ayuda de una anciana, más voluntariosa
que efectiva.
Comenzó sus sádicas prácticas antes de que
supiera andar, aplastando con su pequeño dedo, hormigas, arañas y pequeños
insectos que observaba como derramaban sus jugos por el suelo. Con tres años,
en un ataque de rabia, lanzó a su gato a la calle desde un cuarto piso. Ver
caer y estrellarse contra el suelo al animal le reportó una especie
de tranquilidad que le sirvió de acicate para continuar investigando el límite
físico. Con siete, degolló con una pequeña navaja al caniche de los vecinos entre gritos de sufrimiento del animal,
dejándoles su diseccionado cuerpo en la puerta principal.
Después de aquello, comenzó un extenso
periplo por psiquiátricos e internados, donde fue tratado por indolentes
psiquiatras y médicos forenses de tres al cuarto, que sentenciaron, al filo de
los 15 años, que era un niño totalmente normal. En aquellos años se había
convertido en un ser manipulador, rencoroso y lleno de una incontenible ira,
que dada su capacidad intelectual, era capaz de ocultar.
De vuelta a casa, las cosas habían cambiado
ostensiblemente. Su madre mantenía una impetuosa y tórrida relación con una
compañera de trabajo. La lujuria se instaló en su vida, como lo hicieron los
gemidos nocturnos y los descontrolados gritos de placer de la pareja, que le
proporcionaba masturbadoras noches en vela, mientras observaba por la puerta
entreabierta, las bellas artes del sexo entre mujeres. Nancy, era una belleza
con una desbordante sensualidad, que resumía en una sola persona todas las
virtudes que el adolescente Doe entendía que debía tener una mujer. Cariñosa,
inteligente, con una presencia cercana a una actriz de Hollywood, sus mayores
atractivos eran unos expresivos ojos azules y, unos exuberantes y voluminosos senos
y un rotundo trasero. Con apenas 16 años estaba totalmente enamorado de la pareja de su
madre.
El estío llegó y una noche, en medio de un
calor asfixiante, donde puertas y ventanas se habrían a la posibilidad de que
entrara algo de fresco, volvió a escuchar desde su cama como comenzaban otra de esas largas sesiones de sexo desenfrenado. Se levantó, atravesó el pequeño
pasillo y se colocó delante de la puerta del dormitorio de la pareja. Se
desnudó y comenzó a masturbarse observando como esos dos cuerpos se arqueaban en
busca de la postura perfecta. Lo pequeños gemidos que no pude reprimir, alertaron a la
pareja que descubrió al adolescente totalmente embelezado ante tal espectaculo. Este, muy lejos de parar, comenzó un frenético vaivén que hizo
sonreír a las amantes. Nancy, deslumbrantemente desnuda susurró algo al oído de
su pareja mientras esta asentía sin mucho afán, se levantó, tomó al
joven por los hombros y lo condujo delicadamente hasta la cama, donde entre
ambas mujeres conoció lo que era el sexo incestuoso.
Durante aquel verano compartieron cama,
juegos y experiencias cada vez más depravadas, que llevó al trio a una
irrefrenable necesidad de mantener encuentros sexuales a todas horas. Ora por
parejas y ora en trío, no dejaban pasar la mínima oportunidad de ofrecer y
darse placer. El sexo entre madre e hijo estaba lleno de ternura y caricias,
que solía terminar con el maternal gesto de amamantar a su hijo entre profundos orgasmos
y pasión delicada; mientras que, con Nancy era desenfrenado y alocado, donde
todas las prácticas sexuales eran consentidas y todos los orificios profanados.
Septiembre llegó, y con los primeros días de instituto,
la vida parecía que volvía a una falsa normalidad. John se volcó en sus
estudios por lo que los encuentros se redujeron al entorno de las noches.
El último viernes del mes de septiembre llegó
del instituto y se encontró a su madre llorando desconsoladamente tumbada boca
abajo en su cama. Sin saber muy bien que hacer, se acercó y la observó, como
había hecho decenas de veces con los ojos de un amante necesitado del dulce
tacto de la piel humana. Recorrió con la vista cada centímetro de cuerpo con
lujurioso deseo, lo que le provocó una erección instantanea.
-¿Qué te pasa, mamá?- preguntó John
observando a su madre mientras se echaba encima y comenzaba a embestirla desde
detrás. Ella se revolvió, haciendo desestabilizar a su hijo, y con cara de
absoluto desprecio le espetó, a voz en grito.
-Me has dejado embarazada, hijo de puta.
¡Fuera de aquí, no quiero volver a verte! ¡Me has destrozado la vida! ¡Fuera y
no vuelvas nunca!
Esas palabras retumbaron en el cerebro del
adolescente como si de una bala se tratara, destrozando de un plumazo el mágico
mundo en el que vivía. Avergonzado, salió de la habitación y comenzó a caminar
nerviosamente buscando una solución que no llegaba. En su cabeza solo existía
la palabra sexo y las tremendas ganas de poseer a su progenitora. En un
instante el nerviosismo se tornó en ira, por encima de cualquier otra que
había experimentado anteriormente, que lo llevó a un estado de locura
absoluta.
La furia fue adueñándose de sus pensamientos,
llevándolo en un macabro acto desesperado, a tomar de la cocina un cuchillo de
enormes dimensiones, atravesar a grandes zancadas la casa, y acuchillar a su madre por la espalda
decenas de veces hasta que la enorme rabia contenida se fue apaciguando. Acto
seguido, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Se duchó, se colocó ropa limpia y se sentó en
el salón a esperar a que llegara Nancy, con el cuchillo guardado
entre los cojines del sofá.
Las ideas le venían a la cabeza en busca de
una solución que le permitiera escapar de aquel problema. La solución le llegó
recordando lo que había sucedido aquella mañana en el instituto. Telefoneó a Martín
Wiesmman, un compañero de clase, que pasaba por ser un chico solitario con graves problemas de
adaptación, que John odiaba con toda su alma y que vivía en una casa de acogida
con otros cuarenta huérfanos. Con la excusa de estudiar juntos y conocerse
mejor quedó para esa misma noche. Físicamente eran muy parecidos, hasta el
punto de haber sido, esa misma mañana, confundidos en clase.
A media tarde llegó Nancy de trabajar, con
una sonrisa pícara marcando sus agraciadas facciones, que solo podía significar
unas ganas imperiosas de ser poseída. Al ver al chico sentado en el sofá se le
iluminó la cara y comenzó a tatarear de forma sugerente la canción de
Steppenwolf “Born to be wild”. Se
descalzó, sacó por la cabeza el breve vestido azul que la cubría, dejando al
descubierto su poderosa anatomía y unos pechos que miraban al cielo. Se sentó a
horcajadas sobre el muchacho, y comenzó a contonear sus caderas al ritmo que le
marcaba el soniquete. Los movimientos surtieron el efecto deseado en John, que
le tomó los pechos entre sus manos, y comenzó a succionarlos pensando en el
cuerpo sin vida del dormitorio. En pocos segundos llegó la excitación a su cita
con el sofá, entre jadeos y movimientos nerviosos por alcanzar sus respectivos
zonas erógenas. La extremada sensibilidad al contacto de Nancy le provocó que en pocos
segundos alcanzara la deseada descarga de endorfinas. Su respiración se
estabilizó y mirando a los ojos a John lo descabalgó, le quitó bruscamente los
pantalones y se puso de rodillas ante el miembro erecto. Tomándolo entre sus
manos lo introdujo en su boca con la fijación de devolver el favor. Comenzó un alocado
vaivén que llevó a su pequeño amante al límite físico. En el mismo momento que
llegaba al clímax y se vaciaba, tomó el cuchillo con el que
había destrozado a su madre, y lo clavó en la espalda de su compañera de juegos, con tanta violencia que la
punta le salió por el pecho. Por un instante, sus ojos se cruzaron y vio
aquella expresión de interrogantes en la cara de la chica que lo acompañaría
toda su vida. Sin ápice de remordimientos observó como la laxitud llegaba al cuerpo que tantas veces había poseído
Tomó a Nancy en brazos y besándole la frente
la recostó al lado de su madre, mientras que
Steppenwolf salía por sus labios. Se acostó entre las dos mujeres y pasó
el resto de la tarde sumergido en una vorágine sexual sin límites donde ambos cuerpos fueron profanados tal y como había hecho cuando respiraban.
Comenzaba a anochecer y la falta de luz
devolvió a John la claridad de mente que necesitaba. Mientras que terminaba de
vestirse, sonó el timbre de la puerta. Lentamente se aproximó a ella y la
abrió, invitando con un excesivo gesto teatral a pasar a su
compañero, cerrandola tras él. Con un rápido movimiento sacó el
cuchillo oculto en su espalda, cogió por la frente a Martin y de un certero movimiento le
seccionó el cuello de izquierda a derecha, dejándole un profundo corte que le provocó la
muerte inmediata.
“Take the world in a love embrace.
Fire all of your guns at once.
And explode into space.
Like a true nature's child.
We were born. Born to be wild”
Borró toda huella que quedaba en
este mundo de su existencia quemando la casa con tres cadáveres en su interior
y desapareció para siempre.
Tras el incidente vivió en la
calle por un tiempo lo que se tradujo, en nuevos amigos, y en el ingreso en una
banda de delincuentes callejeros, en la que se convirtió en el amo y señor, por
la extremada violencia que utilizaba en sus actos. Al poco tiempo, y con una sólida
fama respaldándolo, se convirtió en asesino a sueldo, al servicio del mejor
pagador, más sádico de Norteamérica.
Moría John Tillembaum, ese chico
inadaptado al que nadie conocía, para
renacer como John “biker” Doe que pretendía hacer historia.
El mismo John Doe que estaba
intentando forzar la puerta trasera de la casa de Megan y Sam, que había sido
contratado para infligir el mayor dolor imaginable a la pareja antes de
asesinarla estaba tan cerca de su objetivo que casi podía olerlo.
Con el sigilo de un felino al
acecho de su presa, atravesó la coqueta cocina de estilo industrial, fijándose
en la robusta mesa metálica, de cristal vitrificado, que se plantaba orgullosa en
el centro de la habitación, y que se la imaginó como un magnifico y
trágico escenario final. Se plantó en la puerta del salón, mientras Megan
continuaba absorta en su lectura. Del bolsillo de la chaqueta sacó un enorme
puño americano, en donde motocicletas y carabelas compartían espacio haciéndolo
un arma terrible, y se lo colocó ceremoniosamente en su robusta mano derecha,
ajustando como un guante.
-¡Hola Megan!- Soltó con voz
cantarina mientras se acercaba con movimientos medidos y veloces.
Mega solo pudo girar la cara
asustada cuando notó el primer golpe, en la sien derecha, que la dejó aturdida.
Como recibiendo una lluvia de granizos, solo acertaba a saber que la estaban
golpeando brutalmente la cara. Al tercero, perdió el conocimiento, y después de
dos interminables minutos, donde la virulencia de los golpes le había provocado
profundos cortes hasta los huesos faciales, sacado un ojo de su cuenca que
pendía del nervio óptico, y arrancado casi todos los dientes, su vida pendía de
un hilo.
En aquellas situaciones, se
sentía poderoso y pleno de energía. Con delicadeza, tomó a Megan en sus brazos y se la llevó a la
cocina, lejos de las miradas indiscretas, donde abrazándola se marcó unos
pequeños pasos de baile. Nunca antes lo había hecho en una cocina, y menos en
una de ese estilo tan moderno.
Con movimientos lentos y
acompasados comenzó a desnudarse, mientras con la mirada buscaba algo para
poder atar a la víctima. Allí tumbada, con esa blanca ropa interior manchada de
sangre, se encontraba la mujer más deseable del mundo. Arrancó el cordón que
sujetaba las cortinas y como en una ceremonia de sacrificio, fue amarrando cada
extremidad a cada pata. Con su enorme cuchillo de cazador cortó la ropa
interior hasta dejarla totalmente desnuda sobre la mesa. Como en el acto final
de una tragedia clásica, la actriz principal se hallaba en el centro del
escenario, a la vista del público asistente, mientras él se paseaba a su
alrededor adorando a su musa. La acarició repetidamente como queriendo calmarla
y evitarle tanto dolor. Megan comenzó a recuperar la consciencia y quiso zafarse
de su cautiverio. Con el mango del cuchillo John le aplastó los dedos de la
mano derecha contra el marco metálico de la mesa agrietando el cristal,
dejándolos reducidos a colgantes apéndices de carne y huesos desechos. Prendió
el gas, y con una improvisada tea a base
de un cucharon de madera y la ropa interior de la chica, fue quemándole pechos
abdomen, pubis y pies. El olor acre a piel quemada inundaba la cocina llena de
un fino humo blanco que hacía difícil respirar.
Había llegado el momento de
penetrarla, de poseerla hasta sus últimos estertores de vida. Se encaramó
encima del inmóvil cuerpo moribundo, y comenzó unos frenéticos movimientos sexuales que lo excitaron tanto
como en aquellos tiempos de su adorada Nancy.
No pudo evitar ver esa última
mirada llena de interrogantes de Nancy, que lo transportaba a su adolescencia y
a un mundo que le fue arrebatado por culpa de un embarazo no deseado.
Megan se revolvió y lanzó un
vómito de sangre que fue a parar a la cara y cuerpo de John, que lo tomó como
el momento justo para derramarse dentro de la esposa de Sam.
De rodillas sobre la mesa, con el
cuerpo de Megan al límite de la existencia, la desató y la giró hasta colocarla
boca abajo.
-No tendrás un hijo mío nunca,
Mamá.- Gritó enloquecido, mientras introducía con fuerza el cuchillo entre las
dos piernas de Megan y como en una brutal
violación acababa con el último aliento que la mantenía con vida .
Rebuscó en los bolsillos de su chaqueta el
paquete de Chesterfield de las ocasiones especiales, encendió uno de los pitillos y le dio
una profunda calada, con las manos manchadas de sangre, goteante y cálida, y un
alma en paz consigo misma.
Entonces escuchó un vehículo
frenar bruscamente en la puerta del garaje.
Uf!!! Menos mal que lo adviertes antes. Así no te coge desprevenido porque es realmente fuerte Manolo. A pesar de no ser mi tipo de lectura favorito, tengo que admitir que es muy bueno. Enhorabuena, por la imaginación y por la forma de transmitirlo.
ResponderEliminarGracias Amelía. Se agradece el apoyo. Por gente como tu sigo compartiendo mis locuras.
EliminarSaludos
Brutal, pero engancha!
ResponderEliminarGracias Ciber. Petonets
ResponderEliminar