CAPITULO 5B. (SAM CITRIX)
-Jefe, tenemos un incidente en curso.-Dijo,
en tono apremiante una voz ronca y con acento sureño, por la radio que llevaba
Robert Kallum prendida en su oído.
-Dime, Matt.- Respondió el jefe
desde el coche de Sam Citrix.
-La unidad que tenemos en casa
del Señor Citrix no contesta a ningún requerimiento desde hace 20 minutos. Me
he permitido activar el micrófono que teníamos instalado en su casa y solo se
escuchan pequeños sonidos que no podemos identificar.- Contestó el encargado
del seguimiento de las unidades en el exterior.
-Manda dos unidades de inmediato.
Yo voy de camino.- dijo Kallum
-Me he permitido enviarlas hace
un rato, Robert. Estarán ahí en quince minutos.-Respondió diligente Matt.
Robert Kallum, curtido en mil
batallas, imaginaba que sus hombres habrían salido del automóvil a estirar las
piernas, o a fumarse un cigarrillo, olvidando la radio dentro del vehículo, y
por esto no habían informado, ni contestaban a los requerimientos, pero en
aquella situación cualquier precaución era poca para mantener intacta la
seguridad de sus jefes.
-¡Algo no va del todo bien en tu
casa, Sam! ¡Acelera y veamos qué pasa con la unidad que tengo vigilándola!- Lanzó
como un dardo envenenado Robert Kallum mientras tomaba su arma y la comprobaba.
-¿Qué está pasando, Robert?-
Apremió Sam mientras aceleraba el Mercedes por la interestatal.
-Estoy convencido que será un
fallo en los intercomunicadores, pero tenemos que comprobarlo. A excepción de
mis dos hombres somos los que más cerca estamos.- Respondió Kallum en tono de
disculpa.
Como norma inviolable, impuesta
por el jefe de seguridad, las unidades que trabajaban en el exterior tenían que
contactar, cada hora en punto, con la central, si antes no había ningún cambio
significativo. Los vigilantes que esperaban a las puertas de la residencia del
socio Sam Citrix se habían saltado el informe de las dos de la madrugada y esto
había hecho saltar todas las alarmas.
El joven abogado intentaba desocupar
su cabeza de malos pensamientos y concentrarse en conducir el potente motor de
su coche, que lo hacía subir de revoluciones, surcando la interestatal, con el
pedal del acelerador tocando el suelo enmoquetado. Los minutos pasaban a la
misma velocidad que circulaba el Mercedes, y la inquietud comenzaba a llenar
cada minúscula fibra de su corazón, oprimiéndole el pecho, dejándolo sin respiración, y abotargando su cabeza
hasta el punto de no saber distinguir la realidad de las elucubraciones.
Al abandonar la autopista y
encarar la carretera de la playa los semáforos pasaban a la velocidad del rayo
siendo ignorados sistemáticamente.
-Cuando lleguemos quiero que te
quedes en el coche y des la vuelta a la manzana sin pararte ante nada, hasta
que yo no vuelva a salir a buscarte. Cuando lleguen mis dos coches con los
chicos aseguraremos la zona y podrás entrar. Mientras tranquilizaré a Megan-
Ordenó a Sam el exmilitar.
-No te creas que me vas a dejar
al margen. Es de mi esposa, es de mi casa y es de mi vida de la que se está
hablando. Ni por asomo se te ocurra darme órdenes.- Espetó Sam con la autoridad
que le daba el ser socio.
El jefe de seguridad admitió que
no era momento de discutir.
-De acuerdo, pero quédate detrás,
hasta que no sepamos que toda va bien.- Rogó Kallum a un enfurecido Sam.
El mercedes enfiló la larga calle
de altos olmos centenarios, y setos de Arizónicas y cipreses que abrigaban a
las enormes casas de estilo victoriano, y las ocultaban del transeúnte curioso.
Papeles, hojas y basura se arremolinaba al paso del vehículo, queriendo seguir
sus pasos, hasta caer al suelo entre nubes de polvo. Tomó la última curva y
dirigió el vehículo bruscamente a la puerta del garaje haciendo chirriar los neumáticos
-Recuerda, detrás de mí.
Entraremos por detrás.- Ordenó Kallum con voz de no estar jugando.
Sam levantó su dedo índice,
señalando la dirección a tomar a su jefe de seguridad. Este asintió y le hizo
un gesto para que esperara un momento en el coche. Salió del coche tan rápido
que a Sam no le dio tiempo ni a quitarse el cinturón de seguridad.
El joven abogado vio como el
militar, arma en mano, dejó la fachada principal a su derecha y se asomaba
sigilosamente a la ventana del despacho de Sam. Al fondo la luz iluminaba el
salón que en ese momento estaba tranquilo y vacío. La siguiente ventana, la del
aseo de la planta principal, permanecía a oscuras y sin movimiento aparente.
Sin esfuerzo saltó la pequeña valla que lo separaba del jardín trasero. Una
pequeña farola iluminaba la zona ajardinada, exquisitamente cuidada, donde
convivían un césped perfectamente cortado, con rosales y margaritas llenas de vida y alegres colores.
Completaban la imagen, dos hamacas con una sombrilla de color beige, y la zona
de barbacoas donde un pequeño gato se lamía una de sus patas traseras.
Mientras tanto, Sam salió del
automóvil y agachando el cuerpo se dirigió a mirar por las ventanas de la fachada
principal. La primera, daba a su despacho, que a aquellas horas estaba sin vida
con cada papel en el sitio que recordaba haberlo dejado. Pasó por delante de la
puerta principal donde intentó adivinar a través del cristal traslucido si
Megan estaba en la entrada. También estaba a oscuras. Llegó a la profusamente
iluminada ventana del salón y se asomó levemente sin ver nada extraño. Se
incorporó y vio el comedor a continuación del salón, y al fondo la luz de la
cocina encendida, donde un ligero humo blanco
llenaba la habitación.
En el suelo vio un pequeño montón
de ropa de color verde y a su lado un pequeño charco de algún líquido derramado.
Recordó que entre las virtudes que mostraba su mujer, la de ser ordenada y
limpia en la cocina no estaba entre ellas y sonrió para sus adentros.
De pronto, distinguió claramente
lo que era aquel extraño líquido y todo el peso de los infiernos calló sobre
sus hombros, aplastándole el alma contra el suelo y el corazón hacerlo saltar
en trizas.
Era sangre. Pero, ¿Sangre de
quién? El miedo se convirtió en ira recordando la conversación que acababa de
mantener en el bufete con el resto de los socios.
Rápidamente abrió, con sus
llaves, la puerta principal y entró en la casa gritando el nombre de su mujer.
Giró a la izquierda y entró en el salón, donde el libro de Megan se encontraba
tirado en el suelo de cualquier manera. Miró a su derecha, dirección al
comedor, y en dos grandes zancadas se colocó en el vano de la puerta que separaba este del salón. Todo estaba en orden
y en silencio.
Volvió a llamar insistentemente a
Megan sin recibir respuesta alguna. Atravesó el salón, dejando la amplia mesa
de madera estilo vintage a su izquierda y se dirigió a la cocina.
A medida que se acercaba se
hacían más claros los detalles. Unas raídas ropas de hombre estaban apiladas en
el marmóreo suelo, y a su lado, charcos crecientes de sangre que se alimentaban
de algún caudaloso rio cercano.
Al mismo tiempo entraba Robert
Kallum, por la puerta de la cocina y, quedaba petrificado por el horror que
estaba observando. Esa imagen de miedo que vio Sam en la cara del jefe de
seguridad fue de tal horror que pensó que como un hombre tan acostumbrado a ver
cuerpos desmembrados y destrozados por bombas o proyectiles de gran tamaño
había quedado tan impactado. La respuesta lo dejó tan bloqueado que le paralizó
todo el cuerpo.
-¡No te acerques!- Gritó con voz
temblorosa Kallum.
Inmediatamente vio como Robert lo
apuntaba con su arma, directamente a la cabeza, mientras que, con la otra mano
le indicaba que no se moviera. De pronto notó como alguien a su espalda caía
fulminado golpeándose contra la robusta mesa en la cabeza.
Las unidades de refuerzo habían
llegado a tiempo y disparado con un potente taser una descarga de 50.000
voltios, a un hombre desnudo cubierto de sangre, que portaba un gran cuchillo
en la mano. En milésimas de segundo se abalanzaron sobre él y lo esposaron
inconsciente.
Sam, al girarse para mirar lo que
pasaba a su espalda, se asustó y retrocedido unos pasos, lo que le llevó a
meterse directamente en la cocina, mientras que el jefe Kallum, lo empujaba
contra el frigorífico y se lanzaba como lobo contra cordero, encima del
asesino, colocándole su rodilla derecha, y con ella todo su peso, en el cuello
del hombre que lo había vencido.
-Sacadlo de aquí y llevadlo a “la
caldera” de inmediato. Lo quiero vivo y despierto cuando llegue.- Ordenó
Kallum.
Dos hombres del tamaño de
montañas tomaron el laxo cuerpo desnudo y se lo llevaron de inmediato. Los
otros seis se organizaron con señales y rastrearon cada centímetro cuadrado en
un perímetro de 100 metros.
Kallum se giró para sacar al
joven Sam del lugar, pero ya era demasiado tarde.
-¡No…, no…, no…, no…, no…! ¡Megan,
no! ¡Mi vida, despierta! ¡Venga cielo, dime algo, abre los ojos cariño! ¿Pero
qué te han hecho, mi vida? ¡Mira cómo estás! ¡Dime algo, mi amor!¡No te vayas
asi!¡Dime algo!
Sam acariciaba el pelo chamuscado
de la cabeza de Megan, mientras tomaba su destrozada mano entre las suyas, y
lloraba desconsolado sintiendo no haber estado con su mujer esa noche. La
desató y la giró para poder abrazarla y lo que vio lo hizo vomitar de dolor. Su
bonita cara era totalmente irreconocible. Y su cuerpo, ennegrecido y arrugado
hasta verse reducido a un conjunto de carne chamuscada, no hacía la justicia
necesaria al magnifico cuerpo que había dejado esa misma noche.
La abrazó tan fuerte que pequeños
trozos de carne se quedaron adheridos a su ropa. El desconsolado llanto no
tenía fin, solo al pensar que la había perdido, por su culpa, para siempre.
-¡Cuánto habrás sufrido, mi vida!
¡Cuánto…! Todo por mi culpa. No debería haberte dejado sola. No hoy. ¡No me
dejes amor mío! ¡Mantente a mi lado! Yo te cuidaré. ¡No dejaré que te vuelva a
suceder nada malo nunca más! ¿Quién me esperará por las noches ahora?
Una profunda soledad se fue
apoderando de los girones de alma que habían quedado como desechos dentro de su
cuerpo.