jueves, 26 de junio de 2014

La caída. Septimo capítulo.



CAPITULO 5B. (SAM CITRIX)


-Jefe, tenemos un incidente en curso.-Dijo, en tono apremiante una voz ronca y con acento sureño, por la radio que llevaba Robert Kallum prendida en su oído.

-Dime, Matt.- Respondió el jefe desde el coche de Sam Citrix.

-La unidad que tenemos en casa del Señor Citrix no contesta a ningún requerimiento desde hace 20 minutos. Me he permitido activar el micrófono que teníamos instalado en su casa y solo se escuchan pequeños sonidos que no podemos identificar.- Contestó el encargado del seguimiento de las unidades en el exterior.

-Manda dos unidades de inmediato. Yo voy de camino.- dijo Kallum

-Me he permitido enviarlas hace un rato, Robert. Estarán ahí en quince minutos.-Respondió diligente Matt.



Robert Kallum, curtido en mil batallas, imaginaba que sus hombres habrían salido del automóvil a estirar las piernas, o a fumarse un cigarrillo, olvidando la radio dentro del vehículo, y por esto no habían informado, ni contestaban a los requerimientos, pero en aquella situación cualquier precaución era poca para mantener intacta la seguridad de sus jefes.

-¡Algo no va del todo bien en tu casa, Sam! ¡Acelera y veamos qué pasa con la unidad que tengo vigilándola!- Lanzó como un dardo envenenado Robert Kallum mientras tomaba su arma y la comprobaba.

-¿Qué está pasando, Robert?- Apremió Sam mientras aceleraba el Mercedes por la interestatal.

-Estoy convencido que será un fallo en los intercomunicadores, pero tenemos que comprobarlo. A excepción de mis dos hombres somos los que más cerca estamos.- Respondió Kallum en tono de disculpa.



Como norma inviolable, impuesta por el jefe de seguridad, las unidades que trabajaban en el exterior tenían que contactar, cada hora en punto, con la central, si antes no había ningún cambio significativo. Los vigilantes que esperaban a las puertas de la residencia del socio Sam Citrix se habían saltado el informe de las dos de la madrugada y esto había hecho saltar todas las alarmas.

El joven abogado intentaba desocupar su cabeza de malos pensamientos y concentrarse en conducir el potente motor de su coche, que lo hacía subir de revoluciones, surcando la interestatal, con el pedal del acelerador tocando el suelo enmoquetado. Los minutos pasaban a la misma velocidad que circulaba el Mercedes, y la inquietud comenzaba a llenar cada minúscula fibra de su corazón, oprimiéndole el pecho, dejándolo  sin respiración, y abotargando su cabeza hasta el punto de no saber distinguir la realidad de las elucubraciones.

Al abandonar la autopista y encarar la carretera de la playa los semáforos pasaban a la velocidad del rayo siendo ignorados sistemáticamente.


-Cuando lleguemos quiero que te quedes en el coche y des la vuelta a la manzana sin pararte ante nada, hasta que yo no vuelva a salir a buscarte. Cuando lleguen mis dos coches con los chicos aseguraremos la zona y podrás entrar. Mientras tranquilizaré a Megan- Ordenó a Sam el exmilitar.

-No te creas que me vas a dejar al margen. Es de mi esposa, es de mi casa y es de mi vida de la que se está hablando. Ni por asomo se te ocurra darme órdenes.- Espetó Sam con la autoridad que le daba el ser socio.



El jefe de seguridad admitió que no era momento de discutir.



-De acuerdo, pero quédate detrás, hasta que no sepamos que toda va bien.- Rogó Kallum a un enfurecido Sam.


El mercedes enfiló la larga calle de altos olmos centenarios, y setos de Arizónicas y cipreses que abrigaban a las enormes casas de estilo victoriano, y las ocultaban del transeúnte curioso. Papeles, hojas y basura se arremolinaba al paso del vehículo, queriendo seguir sus pasos, hasta caer al suelo entre nubes de polvo. Tomó la última curva y dirigió el vehículo bruscamente a la puerta del garaje haciendo chirriar los neumáticos


-Recuerda, detrás de mí. Entraremos por detrás.- Ordenó Kallum con voz de no estar jugando.


Sam levantó su dedo índice, señalando la dirección a tomar a su jefe de seguridad. Este asintió y le hizo un gesto para que esperara un momento en el coche. Salió del coche tan rápido que a Sam no le dio tiempo ni a quitarse el cinturón de seguridad.

El joven abogado vio como el militar, arma en mano, dejó la fachada principal a su derecha y se asomaba sigilosamente a la ventana del despacho de Sam. Al fondo la luz iluminaba el salón que en ese momento estaba tranquilo y vacío. La siguiente ventana, la del aseo de la planta principal, permanecía a oscuras y sin movimiento aparente. Sin esfuerzo saltó la pequeña valla que lo separaba del jardín trasero. Una pequeña farola iluminaba la zona ajardinada, exquisitamente cuidada, donde convivían un césped perfectamente cortado, con rosales  y margaritas llenas de vida y alegres colores. Completaban la imagen, dos hamacas con una sombrilla de color beige, y la zona de barbacoas donde un pequeño gato se lamía una de sus patas traseras.

Mientras tanto, Sam salió del automóvil y agachando el cuerpo se dirigió a mirar por las ventanas de la fachada principal. La primera, daba a su despacho, que a aquellas horas estaba sin vida con cada papel en el sitio que recordaba haberlo dejado. Pasó por delante de la puerta principal donde intentó adivinar a través del cristal traslucido si Megan estaba en la entrada. También estaba a oscuras. Llegó a la profusamente iluminada ventana del salón y se asomó levemente sin ver nada extraño. Se incorporó y vio el comedor a continuación del salón, y al fondo la luz de la cocina encendida, donde un ligero humo blanco  llenaba la habitación. 

En el suelo vio un pequeño montón de ropa de color verde y a su lado un pequeño charco de algún líquido derramado. Recordó que entre las virtudes que mostraba su mujer, la de ser ordenada y limpia en la cocina no estaba entre ellas y sonrió para sus adentros.  

De pronto, distinguió claramente lo que era aquel extraño líquido y todo el peso de los infiernos calló sobre sus hombros, aplastándole el alma contra el suelo y el corazón hacerlo saltar en trizas. 

Era sangre. Pero, ¿Sangre de quién? El miedo se convirtió en ira recordando la conversación que acababa de mantener en el bufete con el resto de los socios.

Rápidamente abrió, con sus llaves, la puerta principal y entró en la casa gritando el nombre de su mujer. Giró a la izquierda y entró en el salón, donde el libro de Megan se encontraba tirado en el suelo de cualquier manera. Miró a su derecha, dirección al comedor, y en dos grandes zancadas se colocó en el vano de la puerta que  separaba este del salón. Todo estaba en orden y en silencio.

Volvió a llamar insistentemente a Megan sin recibir respuesta alguna. Atravesó el salón, dejando la amplia mesa de madera estilo vintage a su izquierda y se dirigió a la cocina.

A medida que se acercaba se hacían más claros los detalles. Unas raídas ropas de hombre estaban apiladas en el marmóreo suelo, y a su lado, charcos crecientes de sangre que se alimentaban de algún caudaloso rio cercano.

Al mismo tiempo entraba Robert Kallum, por la puerta de la cocina y, quedaba petrificado por el horror que estaba observando. Esa imagen de miedo que vio Sam en la cara del jefe de seguridad fue de tal horror que pensó que como un hombre tan acostumbrado a ver cuerpos desmembrados y destrozados por bombas o proyectiles de gran tamaño había quedado tan impactado. La respuesta lo dejó tan bloqueado que le paralizó todo el cuerpo. 


-¡No te acerques!- Gritó con voz temblorosa Kallum.


Inmediatamente vio como Robert lo apuntaba con su arma, directamente a la cabeza, mientras que, con la otra mano le indicaba que no se moviera. De pronto notó como alguien a su espalda caía fulminado golpeándose contra la robusta mesa en la cabeza.

Las unidades de refuerzo habían llegado a tiempo y disparado con un potente taser una descarga de 50.000 voltios, a un hombre desnudo cubierto de sangre, que portaba un gran cuchillo en la mano. En milésimas de segundo se abalanzaron sobre él y lo esposaron inconsciente. 

Sam, al girarse para mirar lo que pasaba a su espalda, se asustó y retrocedido unos pasos, lo que le llevó a meterse directamente en la cocina, mientras que el jefe Kallum, lo empujaba contra el frigorífico y se lanzaba como lobo contra cordero, encima del asesino, colocándole su rodilla derecha, y con ella todo su peso, en el cuello del hombre que lo había vencido.



-Sacadlo de aquí y llevadlo a “la caldera” de inmediato. Lo quiero vivo y despierto cuando llegue.- Ordenó Kallum.



Dos hombres del tamaño de montañas tomaron el laxo cuerpo desnudo y se lo llevaron de inmediato. Los otros seis se organizaron con señales y rastrearon cada centímetro cuadrado en un perímetro de 100 metros.

Kallum se giró para sacar al joven Sam del lugar, pero ya era demasiado tarde. 


-¡No…, no…, no…, no…, no…! ¡Megan, no! ¡Mi vida, despierta! ¡Venga cielo, dime algo, abre los ojos cariño! ¿Pero qué te han hecho, mi vida? ¡Mira cómo estás! ¡Dime algo, mi amor!¡No te vayas asi!¡Dime algo! 


Sam acariciaba el pelo chamuscado de la cabeza de Megan, mientras tomaba su destrozada mano entre las suyas, y lloraba desconsolado sintiendo no haber estado con su mujer esa noche. La desató y la giró para poder abrazarla y lo que vio lo hizo vomitar de dolor. Su bonita cara era totalmente irreconocible. Y su cuerpo, ennegrecido y arrugado hasta verse reducido a un conjunto de carne chamuscada, no hacía la justicia necesaria al magnifico cuerpo que había dejado esa misma noche.

La abrazó tan fuerte que pequeños trozos de carne se quedaron adheridos a su ropa. El desconsolado llanto no tenía fin, solo al pensar que la había perdido, por su culpa, para siempre.


-¡Cuánto habrás sufrido, mi vida! ¡Cuánto…! Todo por mi culpa. No debería haberte dejado sola. No hoy. ¡No me dejes amor mío! ¡Mantente a mi lado! Yo te cuidaré. ¡No dejaré que te vuelva a suceder nada malo nunca más! ¿Quién me esperará por las noches ahora?


Una profunda soledad se fue apoderando de los girones de alma que habían quedado como desechos dentro de su cuerpo.

miércoles, 25 de junio de 2014

La caída. Sexto Capítulo.



Antes de empezar a leer quiero advertir que contiene escenas que pueden herir la sensibilidad del lector.




CAPITULO 5B. (JOHN DOE)


John Doe observaba a su presa a través de la ventana, oculto entre rododendros de vivos tonos rosas y blancas azaleas. A través del cristal, observaba las largas piernas de Megan semiflexionadas soportando el peso del voluminoso libro que la mantenía absorta en su lectura. Vestía unas minúscula braguita blanca, y una corta camiseta de tirantes del mismo color que, dejaban muy poco a la imaginación y  marcaba cada centímetro cuadrado de su escultural cuerpo. 


El mirón furtivo se recreaba en cada detalle, mientras subía en su interior la necesidad imperiosa de poseerla, de regarse dentro de ella, de hacerla suya antes de sacrificarla, tal y como le habían ordenado.



Le gustaba su trabajo, aceptaba que no era muy ortodoxo, pero era para lo que había nacido. Desde muy pequeño disfrutaba haciendo sufrir. Su padre les abandonó, a él y a su madre Charlize Tillembaum, antes que naciera, por lo que su progenitora, una bella mujer trabajadora con unos hermosos ojos verdes y peligrosas curvas, tuvo que criarlo con la única ayuda de una anciana,  más voluntariosa que efectiva.


Comenzó sus sádicas prácticas antes de que supiera andar, aplastando con su pequeño dedo, hormigas, arañas y pequeños insectos que observaba como derramaban sus jugos por el suelo. Con tres años, en un ataque de rabia, lanzó a su gato a la calle desde un cuarto piso. Ver caer y estrellarse contra el suelo al animal le reportó una especie de tranquilidad que le sirvió de acicate para continuar investigando el límite físico. Con siete, degolló con una pequeña navaja al caniche de los vecinos entre gritos de sufrimiento del animal, dejándoles su diseccionado cuerpo en la puerta principal. 


Después de aquello, comenzó un extenso periplo por psiquiátricos e internados, donde fue tratado por indolentes psiquiatras y médicos forenses de tres al cuarto, que sentenciaron, al filo de los 15 años, que era un niño totalmente normal. En aquellos años se había convertido en un ser manipulador, rencoroso y lleno de una incontenible ira, que dada su capacidad intelectual, era capaz de ocultar. 


De vuelta a casa, las cosas habían cambiado ostensiblemente. Su madre mantenía una impetuosa y tórrida relación con una compañera de trabajo. La lujuria se instaló en su vida, como lo hicieron los gemidos nocturnos y los descontrolados gritos de placer de la pareja, que le proporcionaba masturbadoras noches en vela, mientras observaba por la puerta entreabierta, las bellas artes del sexo entre mujeres. Nancy, era una belleza con una desbordante sensualidad, que resumía en una sola persona todas las virtudes que el adolescente Doe entendía que debía tener una mujer. Cariñosa, inteligente, con una presencia cercana a una actriz de Hollywood, sus mayores atractivos eran unos expresivos ojos azules y, unos exuberantes y voluminosos senos y un rotundo trasero. Con apenas 16 años estaba totalmente enamorado de la pareja de su madre.


El estío llegó y una noche, en medio de un calor asfixiante, donde puertas y ventanas se habrían a la posibilidad de que entrara algo de fresco, volvió a escuchar desde su cama como comenzaban otra de esas largas sesiones de sexo desenfrenado. Se levantó, atravesó el pequeño pasillo y se colocó delante de la puerta del dormitorio de la pareja. Se desnudó y comenzó a masturbarse observando como esos dos cuerpos se arqueaban en busca de la postura perfecta. Lo pequeños gemidos que no pude reprimir, alertaron a la pareja que descubrió al adolescente  totalmente embelezado ante tal espectaculo. Este, muy lejos de parar, comenzó un frenético vaivén que hizo sonreír a las amantes. Nancy, deslumbrantemente desnuda susurró algo al oído de su pareja mientras esta asentía sin mucho afán, se levantó, tomó al joven por los hombros y lo condujo delicadamente hasta la cama, donde entre ambas mujeres conoció lo que era el sexo incestuoso.


Durante aquel verano compartieron cama, juegos y experiencias cada vez más depravadas, que llevó al trio a una irrefrenable necesidad de mantener encuentros sexuales a todas horas. Ora por parejas y ora en trío, no dejaban pasar la mínima oportunidad de ofrecer y darse placer. El sexo entre madre e hijo estaba lleno de ternura y caricias, que solía terminar con el maternal gesto de amamantar a su hijo entre profundos orgasmos y pasión delicada; mientras que, con Nancy era desenfrenado y alocado, donde todas las prácticas sexuales eran consentidas y todos los orificios profanados.


Septiembre llegó, y con los primeros días de instituto, la vida parecía que volvía a una falsa normalidad. John se volcó en sus estudios por lo que los encuentros se redujeron al entorno de las noches.  


El último viernes del mes de septiembre llegó del instituto y se encontró a su madre llorando desconsoladamente tumbada boca abajo en su cama. Sin saber muy bien que hacer, se acercó y la observó, como había hecho decenas de veces con los ojos de un amante necesitado del dulce tacto de la piel humana. Recorrió con la vista cada centímetro de cuerpo con lujurioso deseo, lo que le provocó una erección instantanea.


-¿Qué te pasa, mamá?- preguntó John observando a su madre mientras se echaba encima y comenzaba a embestirla desde detrás. Ella se revolvió, haciendo desestabilizar a su hijo, y con cara de absoluto desprecio le espetó, a voz en grito.


-Me has dejado embarazada, hijo de puta. ¡Fuera de aquí, no quiero volver a verte! ¡Me has destrozado la vida! ¡Fuera y no vuelvas nunca!


Esas palabras retumbaron en el cerebro del adolescente como si de una bala se tratara, destrozando de un plumazo el mágico mundo en el que vivía. Avergonzado, salió de la habitación y comenzó a caminar nerviosamente buscando una solución que no llegaba. En su cabeza solo existía la palabra sexo y las tremendas ganas de poseer a su progenitora. En un instante el nerviosismo se tornó en ira, por encima de cualquier otra que había experimentado anteriormente,  que lo llevó a un estado de locura absoluta.


La furia fue adueñándose de sus pensamientos, llevándolo en un macabro acto desesperado, a tomar de la cocina un cuchillo de enormes dimensiones, atravesar a grandes zancadas la casa,  y acuchillar a su madre por la espalda decenas de veces hasta que la enorme rabia contenida se fue apaciguando. Acto seguido, salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. 


Se duchó, se colocó ropa limpia y se sentó en el salón a esperar a que llegara Nancy, con el cuchillo guardado entre los cojines del sofá.


Las ideas le venían a la cabeza en busca de una solución que le permitiera escapar de aquel problema. La solución le llegó recordando lo que había sucedido aquella mañana en el instituto. Telefoneó a Martín Wiesmman, un compañero de clase, que pasaba por ser un chico solitario con graves problemas de adaptación, que John odiaba con toda su alma y que vivía en una casa de acogida con otros cuarenta huérfanos. Con la excusa de estudiar juntos y conocerse mejor quedó para esa misma noche. Físicamente eran muy parecidos, hasta el punto de haber sido, esa misma mañana,  confundidos en clase.


A media tarde llegó Nancy de trabajar, con una sonrisa pícara marcando sus agraciadas facciones, que solo podía significar unas ganas imperiosas de ser poseída. Al ver al chico sentado en el sofá se le iluminó la cara y comenzó a tatarear de forma sugerente la canción de Steppenwolf “Born to be wild”. Se descalzó, sacó por la cabeza el breve vestido azul que la cubría, dejando al descubierto su poderosa anatomía y unos pechos que miraban al cielo. Se sentó a horcajadas sobre el muchacho, y comenzó a contonear sus caderas al ritmo que le marcaba el soniquete. Los movimientos surtieron el efecto deseado en John, que le tomó los pechos entre sus manos, y comenzó a succionarlos pensando en el cuerpo sin vida del dormitorio. En pocos segundos llegó la excitación a su cita con el sofá, entre jadeos y movimientos nerviosos por alcanzar sus respectivos zonas erógenas. La extremada sensibilidad al contacto de Nancy le provocó que en pocos segundos alcanzara la deseada descarga de endorfinas. Su respiración se estabilizó y mirando a los ojos a John lo descabalgó, le quitó bruscamente los pantalones y se puso de rodillas ante el miembro erecto. Tomándolo entre sus manos lo introdujo en su boca con la fijación de devolver el favor. Comenzó un alocado vaivén que llevó a su pequeño amante al límite físico. En el mismo momento que llegaba al clímax y se vaciaba, tomó el cuchillo con el que había destrozado a su madre, y lo clavó en la espalda de su compañera de juegos, con tanta violencia que la punta le salió por el pecho. Por un instante, sus ojos se cruzaron y vio aquella expresión de interrogantes en la cara de la chica que lo acompañaría toda su vida. Sin ápice de remordimientos observó como la laxitud llegaba al cuerpo que tantas veces había poseído


Tomó a Nancy en brazos y besándole la frente la recostó al lado de su madre, mientras que  Steppenwolf salía por sus labios. Se acostó entre las dos mujeres y pasó el resto de la tarde sumergido en una vorágine sexual sin límites donde ambos cuerpos fueron profanados tal y como había hecho cuando respiraban.

Comenzaba a anochecer y la falta de luz devolvió a John la claridad de mente que necesitaba. Mientras que terminaba de vestirse, sonó el timbre de la puerta. Lentamente se aproximó a ella y la abrió, invitando con un excesivo gesto teatral a pasar a su compañero, cerrandola tras él. Con un rápido movimiento sacó el cuchillo oculto en su espalda, cogió por la frente a Martin y de un certero movimiento le seccionó el cuello de izquierda a derecha, dejándole un profundo corte que le provocó la muerte inmediata.



“Take the world in a love embrace.

Fire all of your guns at once.

And explode into space.

Like a true nature's child.

We were born. Born to be wild”



Borró toda huella que quedaba en este mundo de su existencia quemando la casa con tres cadáveres en su interior y desapareció para siempre.



Tras el incidente vivió en la calle por un tiempo lo que se tradujo, en nuevos amigos, y en el ingreso en una banda de delincuentes callejeros, en la que se convirtió en el amo y señor, por la extremada violencia que utilizaba en sus actos. Al poco tiempo, y con una sólida fama respaldándolo, se convirtió en asesino a sueldo, al servicio del mejor pagador, más sádico de Norteamérica.



Moría John Tillembaum, ese chico inadaptado al que nadie conocía,  para renacer como John “biker” Doe que pretendía hacer historia. 




El mismo John Doe que estaba intentando forzar la puerta trasera de la casa de Megan y Sam, que había sido contratado para infligir el mayor dolor imaginable a la pareja antes de asesinarla estaba tan cerca de su objetivo que casi podía olerlo.


Con el sigilo de un felino al acecho de su presa, atravesó la coqueta cocina de estilo industrial, fijándose en la robusta mesa metálica, de cristal vitrificado, que se plantaba orgullosa en el centro de la habitación, y que se la imaginó como un magnifico y trágico escenario final. Se plantó en la puerta del salón, mientras Megan continuaba absorta en su lectura. Del bolsillo de la chaqueta sacó un enorme puño americano, en donde motocicletas y carabelas compartían espacio haciéndolo un arma terrible, y se lo colocó ceremoniosamente en su robusta mano derecha, ajustando como un guante.


-¡Hola Megan!- Soltó con voz cantarina mientras se acercaba con movimientos medidos y veloces.


Mega solo pudo girar la cara asustada cuando notó el primer golpe, en la sien derecha, que la dejó aturdida. Como recibiendo una lluvia de granizos, solo acertaba a saber que la estaban golpeando brutalmente la cara. Al tercero, perdió el conocimiento, y después de dos interminables minutos, donde la virulencia de los golpes le había provocado profundos cortes hasta los huesos faciales, sacado un ojo de su cuenca que pendía del nervio óptico, y arrancado casi todos los dientes, su vida pendía de un hilo.


En aquellas situaciones, se sentía poderoso y pleno de energía. Con delicadeza, tomó a Megan en sus brazos y se la llevó a la cocina, lejos de las miradas indiscretas, donde abrazándola se marcó unos pequeños pasos de baile. Nunca antes lo había hecho en una cocina, y menos en una de ese estilo tan moderno.


Con movimientos lentos y acompasados comenzó a desnudarse, mientras con la mirada buscaba algo para poder atar a la víctima. Allí tumbada, con esa blanca ropa interior manchada de sangre, se encontraba la mujer más deseable del mundo. Arrancó el cordón que sujetaba las cortinas y como en una ceremonia de sacrificio, fue amarrando cada extremidad a cada pata. Con su enorme cuchillo de cazador cortó la ropa interior hasta dejarla totalmente desnuda sobre la mesa. Como en el acto final de una tragedia clásica, la actriz principal se hallaba en el centro del escenario, a la vista del público asistente, mientras él se paseaba a su alrededor adorando a su musa. La acarició repetidamente como queriendo calmarla y evitarle tanto dolor. Megan comenzó a recuperar la consciencia y quiso zafarse de su cautiverio. Con el mango del cuchillo John le aplastó los dedos de la mano derecha contra el marco metálico de la mesa agrietando el cristal, dejándolos reducidos a colgantes apéndices de carne y huesos desechos. Prendió el gas,  y con una improvisada tea a base de un cucharon de madera y la ropa interior de la chica, fue quemándole pechos abdomen, pubis y pies. El olor acre a piel quemada inundaba la cocina llena de un fino humo blanco que hacía difícil respirar. 


Había llegado el momento de penetrarla, de poseerla hasta sus últimos estertores de vida. Se encaramó encima del inmóvil cuerpo moribundo, y comenzó unos frenéticos  movimientos sexuales que lo excitaron tanto como en aquellos tiempos de su adorada Nancy. 


No pudo evitar ver esa última mirada llena de interrogantes de Nancy, que lo transportaba a su adolescencia y a un mundo que le fue arrebatado por culpa de un embarazo no deseado.


Megan se revolvió y lanzó un vómito de sangre que fue a parar a la cara y cuerpo de John, que lo tomó como el momento justo para derramarse dentro de la esposa de Sam.


De rodillas sobre la mesa, con el cuerpo de Megan al límite de la existencia, la desató y la giró hasta colocarla boca abajo.



-No tendrás un hijo mío nunca, Mamá.- Gritó enloquecido, mientras introducía con fuerza el cuchillo entre las dos piernas  de Megan y como en una brutal violación acababa con el último aliento que la mantenía con vida .



Rebuscó en los bolsillos de su chaqueta el paquete de Chesterfield de las ocasiones especiales, encendió uno de los pitillos y le dio una profunda calada, con las manos manchadas de sangre, goteante y cálida, y un alma en paz consigo misma.




Entonces escuchó un vehículo frenar bruscamente en la puerta del garaje.

martes, 17 de junio de 2014

La caída. Quinto capítulo.



CAPITULO 5A. (MEGAN)

La cara de Megan era una deforme masa de carne inflamada, profundos cortes hasta el hueso, quemaduras que cauterizaban la piel, y sangre reseca. El tremendo dolor le había provocado que prematuramente perdiera el conocimiento. Por el camino a los infiernos, había perdido el ojo derecho, varios dientes,  y la nariz había sido seccionada hasta reducirla a dos boquetes en medio de la cara de los que se escuchaba borbotear un líquido negro que apenas la dejaba respirar.

Notaba como le palpitaban las manos, pechos y en menor medida, pubis. Sabía que estaba atada y malherida, pero luchaba por no perder la cordura, e intentaba diagnosticarse las heridas.

La amplia mesa de la cocina había servido como improvisada camilla donde atar cada extremidad a cada una de las patas. Indefensa, desnuda y mutilada había sido cruelmente masacrada hasta llevarla al límite físico entre la vida y la muerte. 

El cerebro de Megan  luchaba por mantenerse lúcido entre un mar de dolor que la atenazaba. Estaba buscando una explicación a todo aquello. Lo último que recordaba con claridad era haber despedido a su marido en la puerta, que se había sentado en el sofá para leer, y acto seguido, como luchaba por desatarse de donde estaba prisionera. En medio, la nada más absoluta que su cerebro no sabía responder.

Entre sueños de sufrimiento extremo llamaba a gritos a Sam. Lo veía alejarse de su lado sin que nada pudiera hacer por recuperarlo. Quería escuchar su voz una vez más. Quería tenerlo a su lado antes de que dejara de existir. Una titánica lucha por no perder la vida antes de que su marido la rescatara, la abrazara y la protegiera. De su boca solamente salían sonidos guturales entre vómitos de sangre, y temblores sin control.

Entonces notó a alguien dentro de ella, y la paz se apoderó del momento. Imaginó a Sam haciéndole desesperadamente el amor en el suelo. Escuchó como jadeaba  de placer y le tocaba, hasta estremecerla, todo su maltrecho cuerpo. Su corazón y respiración se aceleraron ante la excitación, y un golpe de tos expulsó de su garganta gran parte de la sangre acumulada esparciéndola por la cara de su amante. Fue cuando pudo decir en voz alta el nombre del amor de su vida: 

“Sam… ¿Me querrás cuando sea mayor y tenga arrugas?”

El impetuoso vaivén cesó y advirtió como la estaban liberando de sus ataduras y colocándola bruscamente boca abajo. Un rayo de dolor atravesó su cuerpo, mientras que pequeños de ríos de sangre caían, en forma de cascada, por los bordes de la mesa, abandonando el cuerpo al mismo tiempo que las fuerzas se le evaporaban. El tremendo dolor que notó en sus entrañas fue el preludio que precedió a que el corazón de Megan dejara de latir para siempre.

La reconfortó escuchar la voz de su marido, susurrándole al oído palabras de amor, y sentirse poseída, por última vez, por su amado Sam.