lunes, 6 de octubre de 2014

La caída. Décimo capítulo.

CAPITULO 10


No me pidas eso, Sam!-Imploró Robert Kallum cuando escuchó el plan que había argüido. 


La participación del jefe de seguridad era fundamental para preparar la distracción necesaria para que John Doe huyera de la escena con garantías de éxito. 


-¡Robert, solo te pido que confíes en mí! 


Después de unos segundos de reflexión admitió que se lo debía. No en vano, el fallo cometido en la vigilancia propició que Megan fuera brutalmente masacrada. Era su responsabilidad y falló estrepitosamente. 


-Tendré que informar a los demás socios pero entiendo que no pondrán problemas.- dijo dentro de un mar de dudas un Kallum que no las tenía todas consigo. El formar parte de un plan y no estar informado de todos los detalles lo ponía sumamente nervioso. 

-Iremos juntos a decírselo. Los reuniré de inmediato. Robert, necesito que se prepare el artefacto. Recuerda que solo debe provocar mucho ruido y humo. Además necesito que se le busque un traje al animal de ahí dentro, se le asee y cure las heridas de las muñecas. Dadle algo de comer y de beber. Qué vea que todo esto está en marcha. Cuando hablemos con el resto de los socios llamaré al juez Carver para convencerlo de la urgencia. Quería mucho a Megan y sé que no pondrá ningún tipo de problema. 


Sam tomó a su jefe de seguridad de los hombros y con voz serena y convencida le dijo. 


-Robert, amigo mío. Todo esto lo hago por Megan, pero también lo hago por el bufete, por ti y por mí. Tengo que ser capaz de recuperar el control de mi vida, y mientras Saldaña esté con vida, nadie de este bufete estará a salvo. Quiero poder pasear tranquilamente por la playa sin que tener dos de tus hombres pegados al culo. Quiero poder estar solo en mi casa sin pensar que alguien esté merodeando con el encargo de matarme. La única manera de hacer todo esto es acabar con el mal desde la raíz. Sé que esta decisión me acompañará toda la vida. Pero prefiero eso a ver como alguien cercano es asesinado. No lo soportaría.- Robert bajó la vista, admitiendo la valentía de un Sam dispuesto a enderezar el rumbo de su vida a costa de involucrarse más de lo que se le pedía. 


La reunión con los socios del bufete trascurrió como era de prever. Del tajante no, pasaron a un sí con condiciones, para más tarde admitir la operación como la única solución viable para zanjar, de una vez por todas, el tema de Joe Saldaña. Robert Blackburg, en el papel de padre adoptivo de Sam en el bufete, insistió en ser él quién tratara el asunto con el Juez Carver. La relación de ambos venía de lejos, tanto que no pasaba semana que no se reunieran para echar una partida interminable de póker cenar, en algún restaurante de moda o en sus casas. La relación de ambos traspasaba el estricto ámbito profesional para adentrarse en el terreno de las empatías. Ambos eran personas de férreas convicciones, que más allá de parecerse se mimetizaban casi por completo, llegando al punto de vivir el uno junto al otro y prácticamente compartir los momentos de ocio de los últimos 40 años, desde que ambos eran jóvenes promesas de la abogacía.  
El único momento de una leve disforia se produjo cuando Carver tomó el camino de la judicatura y Robert Blackburg se inclinó por la enseñanza universitaria. Para Carver, Blackburg hubiera sido un magnifico juez; y para Robert, el Juez Carver habría preparado a las próximas generaciones de manera excepcional. 

Esa misma noche se reunió con el juez. Ante un par de buenas copas de coñac la reunión entre ambos transcurrió con el tema principal encima de la mesa en la que compartían una partida de ajedrez. Carver, se sentía desolado antes el terrible asesinato de Megan, no en vano, coincidía con su amigo en el cariño que les profesaba a Sam y a su esposa, por lo que se mostró colaborador en todo momento. Blackburg, por su lado, no podía dejar de sentir que estaba engañando a su amigo por primera vez en su vida, pero entendía que era la única manera de protegerlo de posibles problemas posteriores. Telefónicamente, ordenó a su secretaria, que fijara la declaración  de Saldaña para dos días después. 

El plan estaba en marcha sin contratiempos aparentes. En apenas 48 horas todo habría terminado. Para bien o para mal. 

La mañana amaneció con una noticia inesperada. La cercanía de un huracán, venido a menos para convertirse en intensa tormenta tropical hizo que el día amaneciera fresco y lluvioso. El viento jugueteaba violentamente con todo lo que encontrara en su camino, hasta conseguir reunirlo en virulentos remolinos sin fin, para terminar enredándose en las piernas de los transeúntes con la intención de hacerlos tropezar o al menos, hacerlos bailar el vals de los electrocutados.  

Sam sabía que en la soleada y apacible California, un día de intensas lluvias y vientos huracanados provocaba un caos circulatorio de cientos de kilómetros alrededor de las grandes urbes, por lo que todos los tempos cambiaban de manera irremediable. Desde el autobús que trasladaba a Saldaña a los juzgados avisaron que llegaría, al menos, una o dos horas tarde. Así mismo, Robert Kallum se encontraba en medio de un atasco, con John Doe en el asiento trasero rodeado de dos robustos vigilantes, pataleando porque quería parar a mear. 

Sam Citrix, que había hecho a pie el corto trayecto desde su casa al juzgado, había aprovechado el tiempo para organizar todas las acciones que le quedaban pendientes. 

Lo primero era colocar el artefacto explosivo. Sam, poco acostumbrado a ser portador de un artilugio de esas características, estaba en un estado de tensión cercano a la crisis nerviosa. Robert Kallum se había negado a dárselo a John Doe por lo que fue el propio Sam el encargado de introducirlo en el juzgado, deslizarse sigilosamente en el pequeño almacén y dejarlo preparado. Hasta que no lo soltara no iba a relajarse.  

Llegó al juzgado y saludó sin mucho afán a los dos miembros de seguridad de la puerta. Estos, con gesto serio lo saludaron con un “lo sentimos” en la mirada. Atravesó el desierto vestíbulo hasta la puerta del ascensor que lo llevaría a la primera planta. Una vez en ella recorrió el corto pasillo hasta los aseos que se encontraban justo delante de la puerta del almacén y entró. Se quedó tras el marco de la puerta observando el camino por donde había venido. La planta estaba a aquellas horas vacía. Atravesó el pasillo transversalmente y accedió al pequeño habitáculo. 

Sacó de su maletín, un pequeño aparato, no mucho más grande de un paquete de tabaco y lo colocó en la última balda de la estantería del fondo, tras unas enormes pilas de servilletas de papel, con evidentes signos de no haberse movido en años y que servirían de excelente combustible tras la pequeña explosión. Limpió cuidadosamente las huellas que hubiera podido dejar y tras comprobar que el pasillo continuaba vacío salió del almacén casi a la carrera. Para tranquilizarse se sentó por unos instantes en un banco del atrio central observando detenidamente la entrada principal. Todo parecía en calma dentro del edificio, mientras que en la calle el aguacero arreciaba hasta convertirse en una cortina impenetrable de agua. 


-Buenos días Señor Citrix.-dijo una voz femenina a sus espaldas. 


Se giró asustado hacía el lugar de donde procedía el sonido.  Tras él estaba la secretaria personal del juez Carver con un enorme maletín bajo el brazo, mientras extendía el otro para que se la estrechara. 

-Buenos días Sarah. ¡Vaya día para tener que venir a trabajar!- dijo relajándose, poniendo en pie y correspondiendo al saludo ofrecido. 

-Siento su pérdida, Sam.-replicó inmediatamente Sarah Brugenstein sin soltar la mano de abogado. 
-Gracias Sarah, eres todo un sol. Si algún día quieres cambiar de aires llámame que tengo un sitio reservado para ti en el bufete. 


-¡Qué cosas tienes señor Citrix! 


La coqueta secretaria de mediana edad cambió de inmediato el gesto serio por un ligero rubor y una caída de ojos digna de las grandes divas del Hollywood de los años dorados de grandes estudios. Sarah pasaba por ser una atractiva judía, con fuertes creencias religiosas, y unos hermosos ojos negros que hacían palidecer los de cualquiera. Era de dominio público que su vida se reducía a su trabajo y a cuidar de su anciano padre, enfermo de Alzheimer, desde hacía años. Además, por boca del juez Carver, sabía que el corazón se le desbocaba cada vez que el “guaperas Citrix” se encontraba cerca. 

Acompañó a la secretaria hasta su puesto para extraerle la información que necesitaba. En ese momento  el móvil de Sarah sonó ahogado por el grueso abrigo que vestía. 

-¿Sí?. Soy yo… Llegarán tarde. Al menos un par de horas. Hay un caos en la carretera tremendo…Espere un momento que lo apunte.- contestaba al teléfono.- Sam, ¿puedes apuntarme un número de teléfono, por favor? 


-Son los abogados de Saldaña.-Tapando el auricular y hablando en un susurro. 


Bingo. El pequeño golpe de suerte que necesitaba, estaba a su alcance. Sam, comenzó a transcribir los números que le iba dictando Sarah, mientras bromeaba con que ahora la secretaria era él. Aprovechando la confusión del momento sustituyó el tres cinco cinco final, por un tres tres cinco, haciendo imposible la posterior localización de los “leguleyos” que había contratado Saldaña. Siempre podría excusarse posteriormente. 

Estos endiosados abogados de pueblo, recién llegados a la ciudad,  con sus trajes, botas y sombreros de cowboy de cinco mil dólares el lote, no dejarían pasar la oportunidad para salir a tomar algo, y visitar lugares con sugerentes nombre y  dudosa fama con tal de llevarse un buen recuerdo en sus entrepiernas.  

Aún le temblaban las piernas cuando comenzó a bajar las marmoleadas escaleras de impoluto brillo, dirección a la espaciosa entrada de estilo clásico. Fue cuando Sam vio la oportunidad que había organizado. El bedel encargado de las reservas charlaba animadamente con una exuberante rubia de ajustado vestido rojo y labios carnosos. De camino al juzgado, había contratado los servicios de Mimí para que sedujera al bedel con sus evidentes encantos. La exuberante rubia se la podía encontrar fácilmente, merodeando por los locales de los alrededores, ofreciendo discretamente sus habilidades como meretriz de altos vuelos y pocas luces. En días como el de hoy bastaba una invitación a comer, o unos cuantos dólares y cobijo para que aceptara a cualquier cliente. Mimí era una de esas damas de compañía que disfrutaba con su trabajo, ofreciendo su cuerpo y habilidades para dar y recibir placer con todo aquel que estuviera dispuesto, sin hacer distinción alguna. Chocaba de plano con el exagerado tren de vida que mantenía que se dedicara al noble arte de seducir al prójimo. Según sus habituales, ejercía más por placer que por  una ocupación que le reportara emolumentos para subsistir, de ahí su descontrolada pasión en el bello arte de regalarse 


Su fama dentro de los juzgado residía en las visitas a las oficinas de algún que otro juez y abogado, pero sobre todo, por ser la supuesta protagonista de una apoteósica felación realizada al juez Roncero, como regalo de cumpleaños, en medio de un juicio por  violación. Según contaron los presentes, Mimí entró en la sala unos minutos antes de que empezara la audiencia y se escondió bajo la mesa de la presidencia. A la llegada del juez comenzó su frenético trabajo bucal, profiriendo audibles sonidos guturales en el ejercicio de la actividad. Mientras tanto, el juez Roncero lejos de característico rictus impenetrable, se le notaban las facciones un tanto tensas esa mañana, hasta que llegó el momento culmen en que todo su cuerpo se relajó con un audible suspiro, quedando semi-hundido en su butaca con los pantalones a la altura de los tobillos. Para los anales de la historia quedaría que fue el primer juez que hizo desalojar toda la sala a la terminación de la audiencia, cuando lo normal es que sea el juez el que abandone el atrio en primer lugar. 

Mimí, dentro de su profesionalidad, se afanaba por complacer al bisoño empleado del juzgado que acogía los halagos con creciente excitación. Nathaniel Swantel era un pequeño hombre de mediana edad, con una importante minusvalía en una pierna, modales exquisitos, y fama de no haberse estrenado en las artes que promocionaba la tal “Mimí”; ni con ella ni con ninguna otra. El bueno de Nath, absorto por las caricias que estaba recibiendo, y sobre todo por las exageradas dimensiones que exhibía en su zona frontal y trasera, no se percató que Sam aprovechó el momento para deslizar sutilmente la reserva de la sala 3 para los abogados de Saldaña del bufete Smith&Asociados 


-Hola Nath.- dijo Sam sorprendiéndolo. 

-Buenos días Señor Citrix. No lo había visto llegar.- dijo ruborizándose en tono de disculpa.- Siento su perdida, señor. ¿En qué puedo ayudarle esta mañana tan desapacible? 

-Gracias Nath. Creo que me han reservado una sala desde el bufete para hoy, ¿puedes mirar que sala es? 
-Como no, señor Citrix. La reservaron anoche. Pero el juez Carver me ha dado instrucciones telefónicas esta misma mañana para que ocupe su despacho cuánto tiempo lo necesite. El señor juez llegará con el tiempo justo para entrar en la sala. Lo verá a usted justo antes de entrar. 

-Gracias Nath. Un gran hombre este juez. Me gustaría hacerle llegar una botella de Coñac Hine Triomphe Talent De Thomas. ¿Podrías encargarte de comprarla y dejársela en su despacho mañana?- repuso amablemente mientras extendía un cheque por valor de seis mil dólares sin pestañear, y le sumaba un par de cientos de dólares en metálico para los gastos. 

-Por supuesto, señor. Le haré llegar la factura a su oficina. 

-Por cierto, ¿han reservado los abogados de Saldaña alguna sala? ¿Quisiera hablar con ellos para llegar a una posible conciliación?- dijo mientras observaba el papel que había dejado encima de la mesa.  


Nath siguió la vista que le marcaba Sam. 

-Acaban de dejarme la solicitud para la sala tres aquí encima.-habló el bedel con todo de disculpa.-Pero sinceramente, no los he visto. 

-No te preocupes Nath. Te comprendo perfectamente.- tranquilizó al empleado mientras que le guiñaba un ojo observando a la rubia de “copa G”. 


El plan estaba en marcha. Todo lo que podía hacer ya lo había preparado. Tocaba esperar la llegada de Saldaña y Doe. 



Mientras tanto en el exterior, el tiempo no parecía que quisiera dar una tregua a paraguas y gabardinas. Lejos de esto, la virulencia del viento parecía querer arrancar fachadas, techos y hacer imposible el tranquilo transitar de los presurosos viandantes. El furgón que trasladaba a Saldaña luchaba con el intenso tráfico y las inclemencias meteorológicas. Al llegar al centro, los edificios creaban un ligero parapeto que hacía la circulación un poco más fluida y menos caótica. Finalmente llegó a la entrada de vehículos de los juzgados. Debido a la tormenta la puerta del garaje no funcionaba, por lo que tuvieron que estacionar en la puerta principal y trasladar, desde ahí, al reo hasta la sala habilitada para la reunión con sus abogados. En la balaustrada de la primera planta se encontraba Sam Citrix observando la maniobra. Notaba como un sudor frío y unas intensas nauseas se apoderaban de su castigado cuerpo. Lo invadió la misma sensación que experimentó en aquella inmunda mazmorra donde vio por primera vez al hombre que había contratado Saldaña para que lo asesinara y que de camino se había llevado por delante la vida de su esposa tan cruelmente 

Aquel hombre que bajaba del furgón, vestido de naranja, amarrado como un perro de manos y pies se esforzaba por subir las escaleras hacia la primera planta. Al pasar por su lado, sin mirarlo masculló entre dientes una frase que nunca olvidaría: 

-¡Saluda a Megan de mi parte cuando la veas, sí es que la reconoces! 

Ese fue realmente el tiro de gracia en la sien que esperaba. 

En ese momento comprendió  lo que había intentado negarse a sí mismo estos dos últimos días. Nunca podría recuperar su vida. Su anterior vida. Sus recuerdos estaban ligados a la persona más excepcional que nunca conocería. Había sido su alma gemela desde la guardería. Había compartido con ella todos y cada uno de los momentos importantes. Había crecido junto a ella; había madurado junto a ella. Era la única mujer que había conocido y disfrutado. Habían compartido el desayuno en el colegio, y mas tarde cenas a la luz de las velas. La conocía hasta en el mínimo detalle y eso no podría borrarlo por más tiempo que pasara. 

La amenaza había ido dirigida directo al corazón para hacerlo saltar en mil pedazos. Su mente se movió en décimas para descubrir aterrado las implicaciones de esas palabras que acuchillaban mortalmente su existencia. Se le hizo insoportable, hasta el punto de impedirle respirar, escuchar por primera vez como Saldaña admitía ser el autor del encargo de masacrar a Megan, y en absoluto mejoraba con la reiterada amenaza contra su vida. ¿Qué impediría a cualquier miembro del clan continuar con su venganza? Ahora comprendía que jamás estaría a salvo. Jamás podría volver a su casa, pasear por la ciudad y sobre todo, estar seguro de que ninguno de sus allegados sufriría por su culpa. 

Saldaña ya se encontraba esperando a sus abogados en la sala de reuniones, mientras los dos policías encargados de la custodia charlaban en el otro extremo del pasillo tranquilamente. 

Logró adivinar la silueta de John Doe entre las lágrimas que le inundaban los ojos entrando en el juzgado y presentando las falsas credenciales al bedel, que amablemente le señaló la sala que tenía reservada. Pulcramente peinado y vestido, nadie podría sospechar los días de confinamiento que había sufrido, a no ser por los vendajes en sus muñecas que se hacían evidentes al filo del puño de la camisa. Mientras que John Doe subía las escaleras hacia la sala, donde se encontraba Saldaña, Robert Kallum realizó un gesto a Sam para que lo siguiera hasta el exterior del edificio. 


-¿Qué pasa Robert? ¿Algún imprevisto?-Preguntó el abogado. 

-No, Sam. Está todo previsto. Necesito hablar contigo. Vayamos a aquel despacho.- mientras comenzaba a andar apresuradamente.  

Al entrar en el pequeño despacho vieron varios monitores que apuntaban a cada una de las grandes estancias del juzgado. Se dirigió a las grabadoras, y destruyó todas las cintas ante la atenta mirada de Sam. Robert se giró y comenzó a hablar con toda la tranquilidad que pudo reunir. 

-Hoy acabará esto, pero no como lo has planeado.- Se sacó la mano del bolsillo del abrigo. En ella, un mando a distancia de pequeñas dimensiones.- Escúchame por favor. Tenemos poco tiempo. Perdóname pero tenía órdenes de mantenerte al margen. En el maletín que le he dado a ese animal le he instalado una pequeña bomba, más que suficiente para borrarlos a los dos de la faz de esta tierra. Órdenes directas de los socios. Anoche cuando  estábamos curando a John Doe conseguimos un importante nombre de la organización de Saldaña. Su hombre de paja en Estados Unidos. Es el encargado del negocio de la droga y es viejo conocido de la Agencia Estatal Antidroga que lo viene persiguiendo desde hace años. Después de informar a los socios, uno de mis hombres de origen cubano ha contactado con José Remigio, jefe del clan de los Anteojos, el rival más encarnizado de los Risottos en Colombia, y le ha informado de un inminente ataque contra todos los miembros conocidos de su clan, para hacerse con el control de todo el mercado americano y de paso, eliminar la competencia. También les filtró el paradero del hombre fuerte de Saldaña, aquí en Estados Unidos, para que no dejen cabos sueltos. Según han informado agentes norteamericanos infiltrados en la zona se han comenzado a ver movimientos que hace sospechar que los Anteojos han organizado una batida, que estará teniendo lugar en estos momentos, para aniquilar a cualquier Risotto que se encuentren en su camino. De todos estos movimientos hemos informado anónimamente a la NSA que ha trasladado la información a la agencia antidroga colombiana que estará preparada para intervenir y acabar con ambos clanes en una sola intervención. Extraoficialmente hemos sabido que no van capturar prisioneros, por lo que parece que hoy desaparecerán los que se reparten el pastel de gran parte de la introducción de la droga en Estados Unidos. Y de paso nuestra pesadilla de las dos últimas semanas. 


Sam recopiló toda la información recibida y se convenció que podía funcionar. 



-¿Qué pasa si logra escapar alguno y descubren que la filtración ha salido de nosotros? –Su capacidad innata para encontrar el mínimo resquicio a una historia lo hacía un rival difícil de tumbar. 

- El hombre que ha realizado la llamada hace 15 años que murió en la guerra del golfo. Su cuerpo nunca ha sido encontrado, por lo que oficialmente se le ha dado por desaparecido. Tiene una bonita lápida en el cementerio de Arlington. Si eso no fuera suficiente para hacerlo inrastreable añadiré que sus huellas fueron borradas con ácido y su cara reconstruida por un cirujano Israelí en  Tel-aviv, que murió hace unos años en un ataque de Hammás contra su clínica. No existe ningún vínculo abierto que lo relaciones con el bufete, ni tan siquiera conmigo. Como la mayoría de mis hombres son personas que no existen. Soldados que morirán de nuevo si la situación lo requiere. El teléfono usado es uno de usar y tirar robado en una tienda del Bronx hace dos años por un ladrón de poca monta que hace unos meses apareció muerto en un callejón por una sobre dosis. Como verás no resulta creíble que nos puedan descubrir. Sam, es la oportunidad para que recobres tu vida. Completamente. Y pod 

En esos momentos crepitó la radio que Robert llevaba en el bolsillo. 

-Tenemos problemas, jefe. Acaban de llegar dos coches. Se han bajado diez personas armadas hasta los dientes y van para dentro. ¿Intervenimos? 

-¡No! ¡Dejadlos! De alguna manera se habrán enterado que Saldaña está aquí. Y, o vienen a rescatarlo o a raptarlo. O matarlo.-respondió Sam rápidamente cuando dedujo que podían ser sicarios de los Anteojos. 
-Recibido. Retrocedemos. 


Varios individuos armados hasta lo inverosímil irrumpieron en la entrada del juzgado, mataron a los dos miembros de seguridad que custodiaban la entrada y a cuatro personas más que se encontraban esperando ser atendidas. Uno, que parecía ser el cabecilla, se fue a la mesa de Nath Swantel y apuntando a la rubia de labios carnosos ordenó que le dijeran donde se encontraba Saldaña. En cuanto lo supo, les descerrajó dos disparos a cada uno en plena cara. 

-Tenemos que salir de aquí.- susurró Robert con su arma semiautomática en una mano y la radio en la otra.- Cuando escuches estallar la bomba salimos. Me encargaré de los hombres que habrá en la entrada. Utilizaremos el factor sorpresa de las bombas. ¿Tienes el mando? 

Sí, toma!-repuso Sam. 

-Vamos a salir, chicos. Prioridad absoluta el señor Citrix. ¡Sacadlo de aquí cagando leches!- Dijo Robert por la radio. 

Algunos asaltantes subieron rápidamente al primer piso donde continuó la masacre indiscriminada, sembrando de cuerpos agonizantes y lagos de sangre el níveo mármol. Se fueron abriendo paso a tiros hasta llegar a la sala 3, donde de una patada abrieron la puerta. 


En ese momento, Sam vio por lo monitores como descargaban dos largas ráfagas de subfusil dentro de la pequeña sala aniquilando a sus ocupantes. 


-¡Ahora!- gritó Robert mientras apretaba el interruptor de los dos artefactos y un gran estruendo recorrían las galerías del edificio.  

Salieron del pequeño despacho y Robert comenzó a disparar con la efectividad de un tiro un muerto, mientras se movía con agilidad hacia la salida. El fuego cruzado era atronador. Las balas rebotaban por todos lados, pasando a escasos centímetros de ambos.  

Desde la planta superior llegó una bala que atravesó el hombro del experimentado jefe de seguridad, y le salió por el pecho, provocándole un agujero, que Sam pensó que entraría un puño por él, dejándolo petrificado. Robert se giró tambaleante, se colocó entre Sam y el tirador, y justo antes de recibir el tiro de gracia en la cabeza, logró abatir al último atacante. Parte de la masa encefálica del ex militar fue a parar a cara y cuerpo de Sam que notó un líquido espeso y cálido recorriendo su piel y sumiéndolo en un estado de terror absoluto. 

El cuerpo sin vida de Robert Kallum cayó sobre el joven abogado derribándolo 

En ese momento varios hombres tomaron a ambos en volandas y los sacaron del lugar, introduciéndolos en dos vehículos, para desaparecer por las calles de la gran ciudad. 

Mientras que el vehículo abandonaba a toda velocidad la ciudad, Sam fue recuperando el control de las funciones vitales de su cuerpo sumiéndolo en un profundo estado de desesperación. Pensaba que nada de esto tenía que haber pasado si se hubiera seguido su plan al pie de la letra. Al menos veinte personas habían perdido la vida, incluidos el bueno de Nath y su jefe de seguridad Robert Kallum. 

El cuerpo de Robert se encontraba junto a él, enroscado en el suelo del vehículo, con dos grandes boquetes que aun expulsaban un pequeño hilo de sangre. Una cosa era recuperar su vida y otra muy distinta hacerlo a cualquier precio. Sobre su conciencia penderían por siempre la muerte de, al menos, veinte personas. Veinte personas con sus vidas, sus familias, sus amigos y un sinfín de relaciones de amistad y profesionales que se habían visto truncadas por un error en el alcance de una filtración sin sentido. 

En el juzgado no había quedado nadie que atestiguara haber visto lo ocurrido. Las personas que sobrevivieron eran las que no salieron de sus oficinas cuando empezó el tiroteo. En este grupo, la guapa Sarah Brugenstein había logrado ocultarse en la oficina del juez Carver, y a la llegada de la policía solo pudo declarar que había escuchado ruido de disparos y una potente explosión. Las cintas de vigilancia habían sido sustraídas, por lo que no era posible revisar las grabaciones, y de los que se encontraban en el hall de entrada ni uno solo sobrevivió al final de ese día. 

El precio de la venganza.