jueves, 11 de septiembre de 2014

La caída. Noveno capítulo.

CAPITULO 9.

Pronto quedaron atrás los bulevares abarrotados de almas ociosas, quehaceres diarios y cuerpos castigados por un futuro lleno de hastío y desesperación, para ingresar, mediante estrechas carreteras, en grandes extensiones de terreno sin nombre, donde la vegetación ganaba la partida a aisladas mansiones decrepitas y edificios abandonados que no verían reverdecer la función para la que fueron construidos. El cálido sol vespertino recortaba el horizonte creando lúgubres sombras que hacían presagiar nubarrones de dolor en un cielo de auténtica desesperación. 

La vacía alma de Sam contrastaba con una mente que funcionaba a pleno capacidad, buscando un resquicio por el que encontrar un sentido a su vida. Solo veía una palabra rebotar entre las paredes de su cráneo.  

Venganza. 

No obstante, su parte inquisitiva de abogado se negaba a tomar represalias contra aquel despojo humano que había destrozado su existencia. Máxime cuando el que realmente había dado la orden se encontraba lejos de su alcance, en una prisión federal, por el resto de su vida. 

¿Qué impedía a Saldaña volverlo a intentar, una y otra vez, hasta conseguirlo? En su mente no había cabida para que el temor se adueñara de su cuerpo. La representación imaginaria de ser asesinado por algún matón a sueldo no le quitaba el sueño. Su vida ya no le valía para nada. Es más, prefería, aceptaba y ansiaba que el fin estuviera cerca. Si no hubiera tenido  el apoyo de tanta gente, que lo acompañaban de día y de noche, él mismo habría acabado con todo días atrás. 

Con Robert Kallum al volante, el flamante Mercedes negro, símbolo de una opulencia, en aquellos momentos vacía de contenido, después de traspasar una alta verja metálica, se detuvo ante la imponente puerta de una gran nave, enteramente pintada de un lúgubre negro mate, en el que dos hombres de cuerpos fornidos y fuertemente armados, aguardaban en la entrada, en una especie de garita, la llegada de su jefe. Sam comprendió pronto, al no ver iluminación exterior alguna, que aquella construcción sería prácticamente invisible de noche y muy poco visible de día. 


-¿Con que esta es la innombrable caldera? – Se preguntó sin esperar respuesta el joven abogado. 


Los alrededores eran una densa maraña de árboles de enorme altura y frondosos arbustos, que proporcionaban al lugar esa clase de intimidad difícil de atravesar. La valla metálica electrificada, de inabordable altura, recorría todo el perímetro consiguiendo que el lugar se encontrara precintado ante visitas indeseadas.  

Los hombres del comité de bienvenida ordenaron a sus compañeros del interior que abrieran la pesada puerta metálica de robusta complexión. Un mecanismo de engranajes comenzó a girar y a elevarla lentamente, apareciendo entre penumbras herrumbrosas máquinas de vetusto aspecto que, a buen seguro, llevaban paradas décadas. 

Recorrieron, a lo largo, la inmensa instalación que terminaba en una pared, contra la que se acumulaban herramientas, bancos de trabajo y armarios de chapa. Camuflado en un reloj, colgado en la pared, una cámara de vigilancia dominaba la visión de toda la planta, no dejando pasar por alto ni el mínimo movimiento en su interior. Lentamente, el armario de mayor tamaño comenzó a desplazarse silenciosamente hacia su izquierda, dejando al descubierto, un escalonado pasadizo de gruesas paredes de hormigón, y fuerte inclinación hacía las entrañas de la tierra. Al final de la escalera, otra puerta blindada que no derribaría un huracán, cortaba el acceso a la siguiente sala. Otra cámara de vigilancia que presidia el alto pasillo oteaba cualquier actividad en aquella estancia larga y estrecha. A ambos lados, ocho jaulas con enormes perros en su interior, de aspecto amenazador y afilados colmillos, que dormitaban tranquilamente, no hicieron el más mínimo movimiento al ver pasar a Sam Citrix y Robert Kallum. 

La siguiente puerta no comenzó a abrirse, hasta que el armario anterior no había vuelto a su posición original. De ese modo se creaba un espacio estanco en el que quedaría atrapada cualquier visita indeseada. El lúgubre pasillo se iluminó con los potentes focos de la gran sala que se encontraba ante ellos. Traspasaron el umbral y Sam se quedó observando el lugar boquiabierto 

Se encontraban en una cueva, fresca, seca y silenciosa. A su derecha, frente a varias consolas de trabajo, con monitores  organizados en cuadriculas, se encontraban varios operarios que vigilaban cada centímetro cuadrado de la instalación. Detrás de las consolas cinco largos pasillos, jalonados de estanterías de alturas imposibles se encontraban llenas de expedientes, fruto de más de cuarenta años de actividad del bufete. En un gran escritorio que acumulaba decenas, quizá centenares de informes, dos personas con aspecto de archiveros se afanaban en su tarea. Uno de ellos levantó la vista por encima de sus gruesas lentes y con un gesto nervioso avisó a su compañero. Rápidamente se pusieron en pie y se dirigieron hacia Sam con mimético gesto apesadumbrado. 


-Mi más sincero pésame señor Citrix. Puedo hablar en nombre de todos al expresarle nuestras más absoluta reprobación ante el horrendo crimen que ha sufrido su bella esposa y nos hacemos participes de su dolor, acompañándolo en el sentimiento.- Dijo nerviosamente acelerado un anciano enjuto, con un fuerte acento de algún país del Este europeo, incipiente calvicie y aspecto de persona culta y ordenada. 
-Gracias, ¿señor…? – Respondió Sam amablemente. 

-Jodorkoski, Victor Jodorkoski a su servicio y al de este bufete. Puede llamarme “Vic”. Mis disculpas por no haberme presentado debidamente y haberlo atropellado con mis condolencias más sentidas.- Volvió a hablar a la velocidad de un telediario.- No obstante, quería aprovechar la ocasión para expresarle mi más sentida admiración por el inmenso trabajo que realizó en el archivo general del bufete, y que humildemente estamos implementando en estas instalaciones auxiliares, y que son reordenadas bajo sus estrictos preceptos. En jornadas de 14 horas prevemos que, a lo sumo, en seis años estará completada la reorganización e inventariado informático de cada expediente archivado en la “oquedad”, como nos gustamos llamar a este lugar a mi compañero James Ferrato, aquí presente y a mismo. Espero que, en un futuro menos complicado que este, venga a hacernos una visita y pueda enseñarle el profuso trabajo que estamos realizando. Gracias y discúlpeme por no poder seguir charlando con usted ya que tenemos que seguir con la tarea impuesta para el día de hoy. 


Con la misma velocidad que había hablado se desplazó hasta su mesa y continuó con su labor sin perder ni un solo segundo, dejando a Sam procesando toda la información que le había soltado sin respirar. 

Continuó observando el lugar. A su izquierda, una enorme armería exhibía sin tapujos el completo arsenal, suficiente para comenzar la tercera guerra mundial, tras un grueso cristal de aspecto irrompible, y guardado por dos “búfalos” de descomunal tamaño. 

Al fondo, una consola que desentonaba con el resto de las instalaciones por su deteriorado estado se encontraba apagada y con una espesa capa de polvo. Con un simple “ábrenos las mazmorras” de Robert Kallum, la consola se abrió por la mitad y dejó al descubierto una pequeña sala con dos puertas cerradas con enormes cerrojos y que le parecieron las de un viejo bunker de la Primera Guerra Mundial. En su interior cuatro hombres de Kallum vigilaban, mediante cámaras de seguridad, la actividad que se produjeran en el interior de lo que el jefe de seguridad llamó mazmorras.  


-Allí está...- Dijo Robert Kallum señalando las puertas del fondo, mientras que con un gesto indicó a los cuatro guardianes que se apartaran. 


En el cerebro de Sam comenzaron a arremolinarse sentimientos encontrados que luchaban entre sí por sobrevivir a todos los demás e imponer su ley. Las piernas repentinamente se le quedaron inmovilizadas, como ancladas al suelo; la respiración comenzó un frenético galopar propiciado por la aceleración del ritmo cardiaco, mientras que las manos exudaban sin control. Notó como el cálido acero del arma que llevaba sujeta en la parte trasera del pantalón y oculto tras la americana comenzaba a bajar de temperatura hasta convertirlo en un tempano de hielo, que le quemaba la piel a través de su ropa interior. 


-¿Está vigilado por cámaras o algo así? Preguntó a su jefe de seguridad. 

- Dos cámaras lo enfocan día y noche. Como verás son cuatro las personas que tienen a su cargo la supervisión. En el interior de la mazmorra tenemos instaladas unas jaulas soldadas a la estructura de la nave que dan un plus de seguridad añadida. Además, dos de mis hombres están dentro, con la estricta orden de no acercarse a el bajo ninguna circunstancia para evitar emboscadas. En caso de necesitar desatarlo dos hombres de refuerzo entran en el calabozo con protección antidisturbios. Por supuesto, la puerta en todo momento permanece cerrada por lo que, en el hipotético caso que fuera capaz de reducir a cuatro de mis mejores hombres, y salir de la jaula, quedaría encerrado en la mazmorra. En ese caso, sería reducido con un potente somnífero gaseoso que inundaría la estancia en segundos, cortesía de nuestros amigos de la CIA. 

- Quiero entrar solo. Y quiero todas las cámaras apagadas. No quiero que nadie escuche lo que tengo que decirle.- Ordenó tajantemente a Kallum. 


Robert sopesó la petición y no encontró en su corazón  ninguna objeción que ponerle. Después de todo si lo mataba nadie podría echárselo en cara. En el fondo, Robert quería ser el que le hiciera sufrir. En silencio había estado enamorado de Megan desde el día que la conoció. Había imaginado decenas de veces el proceso completo de la destrucción de ese animal hasta no dejar ni el alma sin eliminar. Si todo iba bien, después de esa noche, comenzaría el horrible calvario que esperaba a John Doe hasta eliminarlo para siempre de la faz de la tierra. 


-Apagad todas las cámaras de la mazmorra.- Ordenó rotundamente a sus hombres con una voz difícil de contrariar 


En pocos segundos los monitores se fueron a negro. 

- ¿Estás seguro de esto, Sam? Antes de abrir esta puerta quiero que me respondas.- Tomó al joven abogado de los hombros y le miró a los ojos en actitud protectora.- Matar a un hombre no es nada que se olvide de la noche a la mañana, Sam. ¿Te creías que no me iba a dar cuenta que llevas un arma en el pantalón? No me subestimes, amigo mío. No te impediré que entres en esa habitación y hagas lo que tengas que hacer, pero recuerda lo que te he dicho. No es cuestión de valentía o cobardía; no es cuestión de reunir el valor necesario para hacerlo; apretar un gatillo es fácil si tienes la firme convicción para hacerlo. Pero recuerda esto, tendrás que vivir para siempre con lo que decidas. Esa decisión no desaparecerá de tu memoria, te perseguirá allá donde vayas, y te hará sufrir en cualquier sitio y momento. Dolerá cuando estés tomando unas cervezas con los amigos, te despertará en medio de la noche para recordártelo. Incluso cuando rehagas tu vida, volverá a ti cuando estés follándote a una tía. A la hora de afeitarte o sentado en el váter. Quiero que sepas que ese animal de ahí dentro no saldrá vivo. Sufrirá lo que nadie ha podido describir ni imaginar, eso te lo aseguro. No quedará de él ni polvo que enterrar. 

- Perdón por subestimarte, amigo mío.- respondió Sam en tono de disculpa.- Difícil decisión me planteas, Robert. No te negaré que mi primera intención era matarlo yo mismo, pero ahora no estoy tan seguro que me vaya a reportar la tranquilidad que necesito. Ninguna opción que tengo lo hará. Si lo mato, seré responsable de su muerte y como bien dices, me acompañará el resto de mi vida. Y si no lo mato, y te lo dejo a ti, seré responsable de lo que le vayas a hacer y la culpa me corroerá igualmente. Tome la decisión que tome los recuerdos me cambiarán para siempre. O asesino, o torturador. Por activa o por pasiva. Por acción u omisión soy culpable y me sentiré como tal. 


Se sorprendió pensando en la irónica jugarreta que la vida le había preparado en la cúspide de su trabajo; lo había convertido en un hombre de cierto éxito. Le había dado a la mujer más maravillosa del mundo y una existencia a la altura de las mejores; y de la noche a la mañana le había hecho odiar su nacimiento y ser responsable de la muerte de su esposa, y del asesinato o tortura de un hombre. La única forma de no equivocarse era entregar a ese hombre a las autoridades. Posiblemente la cadena perpetua o la silla eléctrica serían su destino, pero esa decisión les traería, a él y a su bufete, más problemas que soluciones. No podrían explicar convincentemente la semana que había estado retenido en aquel lugar. Pasaría de ser la pobre victima a encubridor, mentiroso y ser acusado de perjurio, y expulsado de la carrera que tanto había amado. 


-A veces la vida te pone ante preguntas que no tienen respuestas correctas. Decidas lo que decidas te equivocas. Quizá la única opción es dejar este mundo y reunirme con Megan allá donde esté.- añadió Sam apesadumbrado.

-Si no quieres entrar lo comprenderé.-respondió Kallum en un suave tono de complicidad.- Si quieres entrar, hazlo. Si pasas esa puerta y aprietas el gatillo haré desaparecer cualquier rastro que quede de ese bastardo sobre la faz de la tierra. Y si sales, y el continúa vivo me encargaré que implore que lo mate. Siento ser tan duro pero la opción de entregarlo está fuera de toda duda. Sobre todo por Megan, pero también por mis dos hombres que tenías de vigilancia en tu casa, y que nadie llorará, enterrará, ni recordará. Por la memoria de ellos el final de ese animal será la muerte. De ti depende que sea rápida o eternamente lenta y dolorosa. Piénsalo. 


Sam agradecía profundamente la sinceridad de Robert Kallum y sobre todo, recordarle a aquellos dos hombres sin nombre que se llevó por delante el asesino y fueron enterrados en medio del desierto en un lugar sin lápida, ni recordatorio alguno. Por ellos y por Megan, todo esto debía acabar. De un modo u otro tenía que encontrar la respuesta correcta.  

Una idea le comenzaba a rondar la cabeza. 


-Entraré y pronto sabrás la respuesta.- dijo mirando a los ojos al jefe de seguridad. 


La puerta se abrió y, un hedor a putrefacción y letrina de estación de servicio, inundó la enorme cueva. Tomó su pañuelo del bolsillo del pantalón, para utilizarlo a modo de mascarilla, y entró. 

La fría estancia habría estado a oscuras a no ser por el potente foco que alumbrada al reo, reportándole un intenso calor y haciéndolo sudar hasta la deshidratación. La escena era algo tétrica, incluso digna de lástima, si no fuera porque el animal que se hallaba encadenado a unas enormes vigas en forma de exis era el que había asesinado cruelmente a su esposa. 

Dentro de la mazmorra había  una jaula, de apenas dos metros cuadrados, de gruesos barrotes metálicos donde el prisionero pendía inconsciente de unos brazaletes metálicos soldados a la parte superior de las vigas, dejando caer todo su peso en unas muñecas llenas de laceraciones que cortaban la carne hasta casi el hueso. Pequeños ríos de sangre seca, habían recorrido su cuerpo desnudo hasta llegar al suelo, mezclándose con orines y heces, para convertirse en lagos de fluido reseco y mal oliente a sus pies. La degradación era más que evidente. La restricción de líquidos y alimentación, desde que fue capturado la noche del asesinato, propició el brusco cambio físico que había experimentado. 

Robert Kallum que había entrado en la estancia después de Sam lanzó un cubo de agua fría sobre el hombre atado para que recobrara la lucidez.  


-Despierta animal, tienes visita.- gritó Kallum, golpeándole la cara a John Doe. 


Revolviéndose como un animal intentó morder al exmilitar, lo que provocó que respondiera con un movimiento ágil y un directo en la mejilla izquierda que lo sacudió como un saco colgado de una cuerda. Levantó la vista y observó a Sam. 

-¡Señor Citrix, hacía días que lo esperaba! – habló con apenas un hilo de voz. 

- Bajo ningún concepto te pongas a su alcance, Sam.- advirtió el jefe de seguridad- ya has visto de lo que es capaz. 

-Gracias Robert. ¿Puedes dejarnos ahora? 

-Cerraré la jaula para evitar problemas.- Espetó Robert antes de salir de la mazmorra, dejándolo ante sus dudas, miedos y recuerdos más dolorosos. 

-Ese hijo de puta me las pagará a no mucho tardar. Es un tipo duro que, o mucho me equivoco, o me hará pasarlas canutas para salir de aquí.- exclamó el asesino en un tono neutro terrorífico.- Perdón. ¿Es tu chulo? Noto que ahora mismo te gustaría tenerlo cerca y que te respirara en la nuca, mientras te golpea las nalgas y te sodomiza sin piedad, abogadito guapo. ¿Se la chupas muy a menudo? Seguro que te hace sentir toda una putita. ¿No es cierto? Pero dejemos de hablar de tu perrito y centrémonos en lo que has venido a hacer aquí. Tengo ciertas dudas. No sé si has venido a matarme con tus propias manos- cosa que dudo que tengas huevos de hacer-, o quieres respuestas que de otro modo te comerán vivo si no las respondo. Con respecto a Megan, te diré que disfruté como nunca nuestra última cita. ¡Esa sí que era una verdadera mujer! ¡Seguro que tenía más cojones que tú! ¡Qué manera de sufrir mas sensual! No te puedo decir las veces que me corrí. Pero en mi mente he recreado aquel momento decenas de veces. ¡Mira! ¡Puedes ver lo que has conseguido viniendo hasta aqui! 


Una evidente erección se había apoderado del miembro del asesino, mientras que la indignación comenzaba a adueñarse del joven abogado y sacaba el arma con la firme convicción de usarla. 


-¡Eh, tranquilo abogadito! Ya tendrás tiempo para eso, hombre. ¡No te pongas histérica!- Dijo en un tono de mofa que ponía a prueba la paciencia de Sam.- Debí matarte primero y así habría disfrutado de tu zorrita por más tiempo. ¡Qué pechos! ¡Qué muslos! Pero sobretodo, ¡qué culito! Me costó un poco abrirle ese culito, pero una vez entró fue como entrar en el puto paraíso. Seguro que tú lo intentaste y nunca te dejó que la sodomizaras. No sabes lo que te has perdido, abogadito. Igual era ella la que te daba duro, abogadito guapo. 

Cerró los ojos y en apenas dos contracciones pélvicas Doe eyaculó sobre el suelo, soltando un  exagerado sonido gutural de satisfacción. Sam amartilló la pistola y con la torpeza del que nunca ha utilizado esos artefactos, disparó. Por escasos centímetros no le voló el pene, que aún erecto, lo miraba desafiante. 
Por el ventanuco superior de la puerta se asomó Kallum para comprobar la efectividad del tiro. Viendo que el reo continuaba vivo, volvió a marcharse. 

-¡Muy bien abogadito guapo! ¡Le has echado huevos! La próxima vez apunta más arriba. Ahora pregunta lo que quieras. No te dejes nada. 

- ¿Por qué tanto ensañamiento?- Preguntó Sam con el corazón palpitándole en la mano que apuntaba al asesino. 

-¿Qué porqué lo hice? Porque podía y porque cumplía con parte de mi encargo. Cien mil pavos es mucho dinero. No me lo puedes echar en cara. Tú hubieras hecho lo mismo si tuvieras lo que hay que tener, abogadito. Pero sobre todo porque me apetecía. Desde que vi a Megan supe que sería mía. A la última persona que vio fue a mí.  La última persona que la folló fui yo y esa sensación de posesión no la olvidaré mientras viva. Aunque viendo la situación no creo que me dure mucho el recuerdo. Conseguir, parece que no conseguiré los cien de los grandes, pero me llevo algo mejor. La imagen de su precioso cuerpo, el sabor de su sexo mezclado con su propia sangre; el tacto de sus pechos y el olor de su piel recién quemada. Todo en una sola escena no puedes ni imaginarte como me pone… Su pene hizo ademanes como de estar desperezándose de nuevo. 


Sam cayó de rodillas en el suelo como atraídas por un imán ante las terribles imágenes que recreó en su mente. El abismo al que las palabras del asesino lo estaban llevando rozaba el limbo de la locura. Esa delgada línea que separa lo correcto de lo que no lo es estaba a punto de sobrepasarla cuando se dio cuenta de lo que aquel animal pretendía. 

-No lo vas a conseguir.- logró responder Sam, intentando ponerse de pie y recomponer el ánimo.- Si pretendes que acabe contigo de un disparo, olvídalo. Eso es lo que estás buscando desde que entré por esa puerta. Algo indoloro y rápido. ¿Tienes miedo, verdad? Te horroriza la idea de sufrir más allá de lo que puedas admitir, te derrumbes y pidas clemencia. Morir victorioso antes que vivir derrotado. Tu ego te impide aceptar que has sido vencido. Que no has conseguido tu objetivo, al menos en parte. Que al haber aceptado este trabajo has perdido los diez de los grandes, perderás tu vida y lo que es peor, perderás tu honra. Tu supuesta honorabilidad en los tratos será tirada por los suelos. Y si logras encontrar la forma de salir de aquí ya nadie confiará en ti. Será el propio Saldaña el que se encargue de ajustarte las cuentas. ¿Crees que Saldaña no ha puesto precio a tu cabeza después de llevar bastantes días desaparecido? No le convendrá que continúes con vida, con la posibilidad de que algún día seas capturado y lleves a la policía hasta él.  

Las palabras comenzaron a fluir de su boca con la elocuencia que recordaba tener y que había perdido en los últimos días. Iba enlazando ideas como lo había hecho millones de veces ante un gran jurado. Debía continuar. 

-Así es como yo lo veo. Tus opciones de salir de aquí son prácticamente nulas, por no decir inexistentes. Ahí afuera hay veinte gorilas fuertemente armados que te vigilan día y noche. Tendrías que quitarte los grilletes de hierro, abrir la jaula, que no saltara el gas adormilante,  abrir la puerta blindada de la mazmorra y la consola. Lograr traspasar la puerta del bunker y después de eso tendrías que librarte del ataque de los perros, dar con el mecanismo para abrir la puerta del armario, la de la nave y saltar una valla de más de 5 metros de altura con pinta de estar electrificada. Y todo ello, desnudo, desarmado y vigilado por cámaras por todos lados. Te aseguro que antes de que tocaras esta reja ya estarías reducido y castigado hasta el límite físico.  


Una clara idea se estaba formando en la cabeza de Sam. Era complicada, pero tenía que intentarlo. No había otra manera de recobrar parte de su vida. El problema era convencer a varias personas. Pero sobre todo al propio asesino de que era lo mejor para él. 


-Por tanto, tu futuro inmediato pasa por estar amarrado, como el perro que eres, a esa viga por bastante tiempo. En cuanto yo salga por esa puerta entrará Robert, y o mueres de un infarto o conocerás el infierno en vida. Antes de la segunda hora pedirás que pare. Cuando lleve seis llorarás implorando. Antes de las doce rogarás a Dios, o a Satanás, que te lleve. Y antes de las veinticuatro horas serás suyo. Serás un muñeco en sus expertas manos. Quizá consigas que varios de los gorilas de ahí afuera se desahoguen contigo. Pasado el tiempo quizá no sea suficiente ser sodomizado por varios de esos chicos y necesites un objeto un poco más contundente. Quizá les sirvas como letrina y hagan sus necesidades encima de ti. Quizá… 

-Basta.- gritó John Doe con un tono cercano a la desesperación.- Di lo que quieres decir y déjame en paz. 
-Todavía no. ¡Tranquilo machito! Puedo imaginar bastantes cosas que seguro no te harán tener una erección. Tarde o temprano tendré que admitir que me has quitado a lo que, de largo, mas quería en esta vida. Pero, una palabra mía y te quedarás en esa posición por el tiempo necesario para que rehaga mi vida y vuelva a tener la estabilidad perdida. John te torturará, te violará, te cortará algún que otro trozo de cuerpo, te presentará a la muerte tan de cerca que la abrazarás con alegría. Te arrebatará de sus brazos, dejará que te recuperes para volver a empezar de nuevo. Serás quien pague la riña con su esposa, la pelea con sus hijos, o las broncas de algún jefe. Todos y cada uno de los que están ahí afuera te utilizarán de saco de entrenamiento, para liberar tensiones o simplemente porque pueden, porque quieren o porque les apetece. 

-¡Dímelo ya! ¡Haré lo que quieras pero para de hablar ya!- imploró el asesino al que se le había desmoronado la fachada por completo. 



El tono de Sam pasó de uno derrotado a otro amenazante en cuestión de segundos. 


-Supongo que cuando ya no te queden dedos te buscarán unos grilletes para los tobillos. Mucho antes, quizá hoy mismo, perderás tu pene que servirá de comida para los perros, o para ti mismo. ¡No sabes lo que es capaz un hombre de comer cuando se le priva de alimento unos cuantos días! 


El joven abogado medía las palabras para que la siguiente asustara más que la anterior y sumara al reo en un estado de desesperación tal que aceptara hacer lo que estaba a punto de proponerle. 


-Pero puedo ahorrarte gran parte de esa vida si te dejo libre y le hago llegar una nota a Saldaña avisandole que estás dispuesto a hacer un trato con la policía. Una condena menor a cambio de declarar que él te obligó a hacerlo. 

-¡No puedes hacer eso! ¡Prefiero mil veces quedarme aquí dentro antes que me entregues a esos colombianos!- respondió el asesino aterrorizado. 


Como pudo comprobar Sam, Doe aún le tenía más miedo a lo que le pudieran hacer el cartel de Risotto que lo que le esperaba allí dentro. 


-Te explicaré la situación. Sí te quedas aquí morirás un día u otro no sin antes sufrir lo innombrable. Si te dejamos libre, Saldaña te encontrará y probablemente correrás la misma suerte, o peor 

-Saldaña debe morir.- se apresuró a responder con la vista fija en un punto concreto. 

-Debo admitir que no lloraría si muriera Saldaña. Pero yo no seré quién lo mate. Como bien has dicho hay que tener huevos para matar a alguien. Y yo desgraciadamente acabo de comprobar que no estoy hecho de esa clase de pasta. Si te comprometes ahora mismo te liberaré y podrás hacerlo. Yo obtendré una ligera venganza y tu volverás a tener una vida. 


La propuesta cayó como un jarro de agua fría sobre aquel hombre, desnudo y derrotado, que no lograba ver lo que le convenía en aquel momento. 

-Se te olvida un pequeño detalle abogado. Saldaña está encerrado en una cárcel de máxima seguridad, rodeado de guardianes y protegido por presidiarios de su confianza.- respondió habiendo encontrado la solución. 

-Déjame pensar.- espetó Sam. 


Queriendo aparentar que buscaba una solución pensaba que había conseguido que admitiera que Saldaña debía morir. Y lo más importante. Se había dado cuenta de ello el solo. Había sido capaz de inducirle un pensamiento de manera precisa, casi quirúrgica.  

Finalmente dijo. 

-No te preocupes por eso. Mañana por la mañana presentaré una querella contra Saldaña en el juzgado por creerle el responsable del asesinato de Megan. Hablaré con el juez Carver para que dadas las circunstancias especiales que concurren fije la citación para esa misma tarde o al día siguiente. Te harás pasar por abogado y reservarás la sala 3 de reuniones a nombre de Smith y asociados. Cuando llegues al juzgado esconderás  en el trastero que está justo al lado de la sala, un pequeño artefacto de humo que Kallum te preparará para que estalle a distancia. Yo no podré acercarme pero encontraré el modo de que la petición de reunión contigo, quede encima de la de sus abogados reales. En ese momento, tendrás la oportunidad de hacer lo que tienes que hacer con total tranquilidad. 

John Doe seguía la explicación atentamente imaginándose cada paso sin encontrar fallo alguno en la teoría. 


-Cuando acabes tu trabajo harás explotar el artefacto a distancia, que provocará que salten las alarmas de todo el edificio. En el desconcierto saldrás del edificio y desaparecerás para siempre. 


Sam dejó que un sopesado y calculado silencio se apoderara de la estancia dejando que Doe procesara toda la información recibida. Lo que intentaba Sam era que el asesino creyera que le estaba dando una oportunidad que el mismo se había buscado, y para conseguirla solo tendría que matar a alguien que nadie echaría de menos. 


-¿Cómo sé yo que me dejarás marchar después del trabajito y no enviarás a tus amiguitos a que acaben conmigo?- Preguntó Doe con perspicacia. 

-No puedes saberlo. Pero, ¿tienes una opción mejor en estos momentos? Sabes que te conviene matar a Saldaña si quieres salir de esta. Yo obtengo mi parte de venganza y tú la libertad en otro país. Ahora bien, si no estás convencido saldré por esa puerta y atente a las consecuencias. Además, ahora que me has dado la idea seguro que encuentro a alguien dispuesto a ejecutar este mismo plan. No obstante, para facilitarte la decisión, te daré yo mismo los 100 de los grandes que has perdido para que empieces una nueva vida lejos de aquí. Podrás recogerlos una vez realizado el encargo.- Sam pensó que sumar un incentivo tan suculento sería de gran ayuda en esos momento. Estaba ansioso por dar por zanjado el tema y completar parte de su venganza. Cada segundo que retardaba la respuesta era dejar que reconsiderara el camino andado hasta ese momento, pero ya no se le ocurría ningún aliciente más que ofrecerle. 

-Tenemos un trato. Pero si por cualquier circunstancia veo peligrar la huida, desaparezco y te perseguiré allá donde vayas.- amenazó Doe sin mucha convicción. 

-Iré a prepararlo todo.

Mientras salía de la mazmorra musitó entre dientes:

-¡Ya te tengo!